Una frívola llamada a la guerra por el agua
"Estamos preparados para la guerra por el agua", ha dicho un político regional con esa frescura de pensamiento y verbo que caracteriza el nivel de lenguaje público contemporáneo, más empeñado en levantar banderas para el enfrentamiento que para el acuerdo. Unas palabras producto de la irreflexión o del desconocimiento en busca de convocar a esa clase de público que acude a las puertas de los juzgados a insultar a presuntos delincuentes.
El que las ha pronunciado con tanta frivolidad quizá desconozca las guerras del agua que a lo largo de los siglos han asolado España. Allí donde había un acequia también estaban los dispuestos a defender su posición azadón en mano. Guerras que han dejado muchos muertos, que han exigido hasta la intervención del Ejército y que han dado la medida de nosotros mismos como individuos dispuestos a contaminar las aguas de riego y consumo para devastación de las comunidades que vivían corriente abajo.
Si el que ha invocado a la guerra se hubiese molestado en leer algo sobre lo que eso ha supuesto en España desde hace muchos siglos, igual se había pensado sus palabras y su posición al respecto. Al fin y al cabo se trata de un político, al que se le supone afán de resolver los problemas del pueblo, no inducir a su enfrentamiento.
En España, desde hace muchos años y gracias a un gran esfuerzo nacional, tenemos capacidad para acumular todo el agua que llueve habitualmente, pero ocurre un problema, que no cae de forma homogénea en todo el territorio nacional. Ese problema tiene dos posibles soluciones: o mandamos agua de donde llueve a donde no lo hace, o nos vamos todos a vivir donde hay agua en abundancia. Esto último tiene un problema añadido al de superpoblación en unos lugares y la despoblación en otros, que es el de la producción. Hay zonas que pueden producir mucho pero no tienen agua, con lo cual, aprovechando la tecnología de los tiempos presentes, parece más razonable construir acueductos -cosa que ya se hacía hace más de 3.000 años- en vez de dejar pasar el agua y verterlo al mar. La cosa es así de sencilla, y si hay problemas no los crea el sentido común sino otras razones que van desde el egoísmo a la pretensión delirante de que el hombre no utilice los posibles que la naturaleza pone a disposición de su creativa inteligencia.
Lo que parece más humano, solidario y caritativo es repartirse lo que hay. En el caso del agua, acudir a los expertos y ver cómo podemos disfrutar todos, de la mejor manera posible, de los recursos existentes y aprovechar para actuar conjuntamente, hermanadamente, en vez de dedicarnos a pedir cita al dios de la guerra.