Álvaro Delgado, Asturias en el corazón
Por Luis María Anson, de la Real Academia Española
30 octubre, 2008 01:00Luis María Anson.
Hay hervor germinal en su Cristo abrasado, carne trabajada por el gemido, saliva con yodo y sabor de alheña, panes ázimos en los ojos extraviados. Al pintor le hieren los temblores de la melancolía, los llantos del vacío, ungido como está por la serpiente de Federico García Lorca, portadora de grillos y de umbrías.Escucha álvaro Delgado las voces del vértigo, acentúa cada vez más la fuerza del color, se enciende en las miradas de la desolación. A esta nueva exposición en Madrid se ha traído Asturias en el alma con un impresionante retrato de ángel González, poeta de la consumación, compañero del alma, compañero; con los gaiteros de Aristébano en fibrapán, azules a veces; con los hórreos ensombrecidos; con las montañas tintadas de verde y negro; con los bodegones de flores y lubigante; con los fareros de fondo rojo; con los cojos y los monaguillos, con los puertos fugitivos, con los paisajes, en fin, de la tierra y del alma... Los gladiolos y las calaveras gritan esparcidos por la sala. El pintor adensa de súbito los puertos, agria los paisajes, entenebrece las marinas, ilumina los cuerpos y las almas. Como ha escrito Ignacio Gracia Noriega en una presentación muy sólida, "Alvaro Delgado tiene esa honradez impagable de no engañar a quien contempla su obra bajo ninguna circunstancia ni siquiera en los casos más extremos". Sobre un oficio sólidamente aprendido y recreado, escribí hace muchos años, el pintor ha incorporado los valores del color en la expresión abstracta para, sobre ellos, derramar, en la vanguardia incierta de la pintura, el mundo onírico de los sueños y las veladuras surrealistas. álvaro Delgado, la pincelada firme y el trazo incandescente, es un hombre de pensamiento independiente, libre frente a los dictadores de la pintura. Si fuera un rojo desorejado o un homosexual o las dos cosas a la vez, las columnas de los periódicos derramarían hoy la tinta fuerte y el espeso incienso sobre el artista y su obra. No se puede entender cabalmente la pintura española del último medio siglo sin la obra de álvaro Delgado. Es la paleta de la autenticidad, la pintura de la última vanguardia, el esplendor de la espátula.
Las herrumbres asturianas le han penetrado y se le salen por los ojos y las manos. Sus retratos son caricaturas del alma. Porque la pintura es una cosa mental. Leonardo tenía razón. Dije en una ocasión que la vida intelectual se ha centrado siempre en el comentario mortis. álvaro Delgado ha meditado profundamente sobre el ser y la nada, como Sartre, el ser y la muerte, como Ferrater Mora, el ser y la inmortalidad, como Sciacca. En su pintura brava está todo, la piel redonda y el sexo áspero, la venus primitiva de Cucuteni y la venus Calipigia, Galatea y Polifemo, la carne oferente y el mandril, el pájaro de Braque y el dios hecho cisne entre los blancos muslos de Leda. Y para cerrar la parábola de la existencia, el pájaro negro de la muerte, el buitre y la mantis religiosa, la parca y el diablo de Durero, la muerte otra vez y la doncella de Baldung Grien, la incierta penumbra del más allá, apresada a pincel y espátula, y sangrando, en los colores y los trazos de una pintura que sitúa a álvaro Delgado entre los más grandes artistas españoles del último medio siglo.
Eros y thánatos son las dos fuerzas sobre las que discurre el ejercicio intelectual del pintor. La antigua tragedia griega está en sus cuadros. Deliberadamente. Sin concesiones. álvaro Delgado hace lo que sabe. Pero sabe lo que hace y lo explica de forma clara y certera. La luz se enciende para él en los dormitorios de la vida. Y aunque no es el hombre de la esquina rosada, recita con sus pinceles la vasta y vaga y necesaria muerte del verso de Borges. Es el tesoro incorruptible del hombre. El poeta argentino tenía razón. También álvaro Delgado que sigue caminando con paso firme por las cumbres del arte español actual.
Zigzag
Graciano Palomo es uno de los profesionales más sólidos del periodismo español. Nadie le discute la sabiduría y el prestigio. Es un gran veterano. En colaboración con Maximiliano Fernández, y al fondo Don Clemente Serna, se ha metido en el monasterio de Silos para historiar su significado profundo entre el leve tintineo de los maitines que Umberto Eco hizo sonar en su novela célebre El nombre de la rosa. Graciano Palomo enfrenta al hombre hedonista de hoy con la descarga espiritual de Silos. Hay otros caminos para la paz pero éste es el más seguro, el que conduce al hombre hasta la frontera del más allá. "Ay muerte tan escondida, que no te sienta venir, porque el placer de morir no me vuelva a dar la vida". La peripecia vital del ser humano se abre así a la vida trascendente. Bien, pues, por Graciano Palomo y sus colaboradores. Silos, que ha estado en el éxito musical de los últimos años, vertebra la vida espiritual española de los últimos siglos. Un periodista veterano ha sabido sintetizar su historia milenaria en este libro sorprendente: Silos, camino a la felicidad.