Leí este verano Tránsito (1944), de Anna Seghers, en la traducción de Carlos Fortea publicada por Nórdica en 2022. Se cuenta entre las novelas más celebradas y emblemáticas de esta autora, figura muy destacada de la literatura de la RDA.
La acción de Tránsito (1944) se encuadra en la ciudad de Marsella durante los primeros meses años del régimen de Vichy, el Estado títere que en Francia lideró el mariscal Pétain bajo la tutela de la Alemania nazi. Durante esos meses, al puerto de Marsella acudieron, desesperados, decenas de miles de perseguidos por el nazismo, no solo judíos, que trataban allí de embarcar rumbo a América.
La misma Anna Seghers y su familia formaron parte de ese trágico aluvión de fugitivos, que desbordaban con mucho la capacidad de los contados barcos que zarpaban. Para conseguir embarcar, debían sortear antes un laberinto burocrático que les exigía toda clase de visados, autorizaciones y acreditaciones en las que intervenían distintas administraciones. Entretanto, acechaba la posibilidad de una repatriación o –como le ocurrió al marido de Seghers– el internamiento en un campo de concentración.
Tránsito está escrita al poco de haber conseguido llegar Seghers a México, con las vivencias todavía muy frescas del calvario padecido, y con el propósito de dejar testimonio de ellas. Se trata –como dicen los editores con acierto– de “un thriller literario, político y existencial” atravesado por una hermosa historia de amor y una extraña cifra de desolación y humanidad.
La lectura de esta novela en la actualidad permite, entre otras cosas, cobrar conciencia vívida de algo que se olvida demasiado fácilmente: que, no hace tanto, las masas de refugiados las constituían las poblaciones de los mismos Estados que ahora levantan barreras cada vez más infranqueables a quienes huyen a su vez de la violencia, de la represión, de la tiranía, además del hambre. La masiva oleada de ucranianos que tratan de escapar a los efectos devastadores de una guerra insensata no parece servir de suficiente recordatorio a quienes se preocupan únicamente de que no se ponga en peligro
su bienestar.
"No hace tanto, las masas de refugiados las constituían las poblaciones de los mismos Estados que ahora levantan barreras cada vez más infranqueables"
A finales de julio, en una columna dedicada a V. S. Naipaul, les hablaba de él como “el novelista que mejor ha acertado a reflejar el caudal de dolor, de desarraigo, de desconcierto, de sordidez, de crueldad, de ilusión y de tristeza que no cesan de esparcir por el mundo los grandes movimientos migratorios ocasionados por el desmoronamiento del orden colonial y por tantas guerras y desastres que en él tienen su origen”.
La novela de Seghers completa el cuadro desde el otro lado de la ventana: los desesperados no son aquí subsaharianos, kurdos, sirios, afganos, sino españoles, alemanes, franceses, judíos y no judíos, perseguidos por sus ideas, por su origen, por su orientación sexual.
[Los fantasmas trágicos de Petzold]
Tránsito contiene un sutil homenaje a Walter Benjamin, de cuya muerte en un hotel de Portbou se hace eco el narrador, sin que se diga su nombre ni saber él de quién se trata. Pero la más entrañable y pavorosa lección de la novela se encuentra en el pequeño apólogo de aires kafkianos que un personaje le cuenta al mismo narrador:
Un hombre que acaba de morir llega a una sala donde le hacen esperar, él piensa que hasta que le comuniquen qué ha decidido el Señor acerca de él. Espera pacientemente un año, diez, cien, hasta que, extrañado, se decide a preguntar por su sentencia. Le responden entonces: “¿Qué estás esperando? Hace mucho que estás en el infierno”.
A un infierno semejante parecen condenados hoy, en toda Europa, miles de hombres y mujeres confinados en centros de internamiento, en buques flotantes o simplemente en la clandestinidad, privados del derecho al arraigo, a la paz, a la normalidad.