En 1970 Massiel tenía veintitrés años y hacía dos que había ganado el festival de Eurovisión. Se hallaba en el pico de la fama, y lo que menos se esperaba de ella era que participara en una obra teatral inspirada en Bertolt Brecht, escritor fetiche del “rojerío”. Pero así fue: el 4 de noviembre de 1970, todavía en pleno franquismo, se estrenaba en el Teatro Bellas Artes de Madrid A los hombres del futuro, yo, Bertolt Bretch, un montaje escénico a base de poemas y de canciones de Brecht interpretado por Fernando Fernán Gómez y Massiel, acompañados por el pianista Agustín Serrano.
Se trataba de la adaptación de un montaje estrenado años antes en Milán por iniciativa de Giorgio Strehler, que lo dirigió e interpretó, con la célebre Milva. Allí lo había visto un joven Antonio Díaz Merat, que había trabajado con José Tamayo, y que regresó a España con la idea de replicarlo. Se compinchó con Lauro Olmo, que hizo la adaptación, y empleó toda su energía y su paciencia para llevar a término su proyecto, venciendo la barrera de la censura.
Al final se salió con la suya, y el espectáculo, a pesar de su sobriedad, de su resuelta “antiteatralidad”, obtuvo un sonado éxito, tanto de público como de crítica. Se mantuvo en cartel durante trece semanas, luego rodó por buena parte de España. Incluso los más aprensivos comentaristas de la prensa afecta al régimen lo aplaudieron.
Las versiones de Massiel son muy eficaces, muy convincentes, y es un placer escuchar esas canciones entendiendo la letra
No se conservan grabaciones audiovisuales del montaje. Sí el libreto de Lauro Olmo, depositado, junto con el resto de su legado, en el Centro de Documentación de las Artes Escénicas. Y, afortunadamente, el disco en el que, dos años después, se registraron casi todas las canciones empleadas en el montaje, con letra de Brecht y música de Kurt Weill y Hans Eisler. Digo “casi” porque finalmente la censura tumbó la “Balada de la esclavitud sexual”.
El disco se titula Massiel canta Bertolt Brecht y fue producido por José Manuel Caballero Bonald, que por entonces –sorpréndanse– ejercía de cazatalentos para la discográfica Ariola. Él mismo redactó el texto de la carpeta, que lleva un dibujo de Antonio Saura, empleado antes para la promoción del montaje escénico. Los arreglos los hizo Agustín Serrano
El disco corrió una suerte discreta. No tardó en convertirse en un disco de culto, cada vez más inencontrable, hasta el punto de que se daba prácticamente por perdido cuando el periodista José Ramón Pardo, experto en música, lo recuperó en el año 2007. Se reeditó entonces en formato compacto, junto a un pequeño volumen que reunía numerosos comentarios acerca tanto del espectáculo como del disco, más algunas fotografías.
Todo esto que les cuento es ya muy sabido para algunos, quizá muchos. Que me disculpen. Para mí, sin embargo, supone una novedad y una sorpresa. Di con el disco de Massiel buscando en Spotify canciones de Brecht (de quien, por cierto, este mismo año se ha publicado una meritoria antología: No pudimos ser amables, edición de José Luis Gómez Toré, Galaxia Gutenberg).
[Alcira Soust Scaffo, la madre de todos los poetas]
Las versiones de Massiel son muy eficaces, muy convincentes, y es un placer escuchar esas canciones entendiendo la letra. La experiencia es completamente distinta a la de escucharlas en alemán, prueben si no.
Por lo demás –y esta es la razón última de traerlo a colación–, se trata de un episodio muy característico del clima cultural en la España del tardofranquismo. De eso mismo con lo que iba a barrer, ya en los 80, la Cultura de la Transición. Figuras señeras de la escena teatral, musical, plástica y literaria conjuradas para una humilde producción que tensaba las costuras del régimen y apuntaba a subvertirlo.
Qué tiempos.