23.000 libros de creación literaria al año en España: ¿se edita demasiado?
Según datos oficiales, del conjunto de publicaciones el año pasado en nuestro país, una cuarta parte son de creación. Opinan los escritores Manuel Vilas y Clara Sánchez.
Distintos caminos hacia el olvido
Manuel Vilas
Poeta y narrador. Último libro: Nosotros (Destino, Premio Nadal 2023)
No tiraré yo ninguna piedra contra la manera en que cada uno decide gastar su dinero, pues la tolerancia es un bien mayor de la vida. Hay hombres y mujeres que deciden pagarse de su propio bolsillo la edición del libro que han escrito, sea una novela, unos poemas, o unos relatos. A eso se llama autoedición. No todos llegan a la autoedición de la misma forma. Hay quienes llegan después de haber intentado publicar su libro en editoriales grandes, pequeñas, independientes, institucionales, etc.
Con tanto rechazo encima no se dan por vencidos y al final sacan un par de miles de euros del banco y se pagan su libro. Otros ya ni siquiera prueban el camino antes mencionado, les trae al pairo el escalafón literario, no necesitan el reconocimiento oficial sino el aplauso de sus amigos y sus familiares. Viven en una realidad paralela, este fenómeno me interesa más.
Las presentaciones de un libro autoeditado se llenan de vecinos, compañeros de trabajo, primos, sobrinos, cuñados, amigos de la infancia, amigos del pueblo, abuelos y abuelas, colegas del gimnasio, y al final pueden juntarse cien personas fácilmente, las mismas que en una boda o en un bautizo. Incluso más de cien, porque la ausencia de talento literario no excluye las habilidades sociales, más al contrario.
De modo que en la presentación de estos libros nada desentonaría si todos guardaran silencio, pero todo se desmorona cuando el escritor autoeditado toma la palabra. En estas presentaciones suele haber muchas veces más gente que en la presentación de un libro impreso por una editorial prestigiosa, con excelentes reseñas en los suplementos literarios.
Al olvido caminamos todos. Así que no nos pongamos estupendos.
Pero la vanidad sin talento que lleva a querer ser escritor,
esa sí es triste. Más sana me parece la fornicación que la autoedición
El librero factura más. Y el entusiasmo y la emoción que despierta en el público el escritor autoeditado son superiores a las del escritor consagrado, porque todos son amigos y saben que el escritor autoeditado es buena gente y quieren estar con él en ese momento tan decisivo en que abre su corazón y muestra en público los pulsos más íntimos de su alma a través de la letra impresa.
Y sin embargo a lo largo de la historia la autoedición ha dado grandes obras. Solo tengo que pensar en Walt Whitman, que se pagó sus Hojas de hierba o en Alejo Carpentier que hizo lo propio con Los pasos perdidos o en la madre de Arthur Rimbaud, que costeó Una temporada en el infierno, si bien Rimbaud se gastó el dinero antes. Son tres casos excepcionales frente a tres billones de libros que acaban en el olvido. Al olvido caminamos todos. Así que no nos pongamos estupendos. Pero la vanidad sin talento que lleva a querer ser escritor, esa sí es triste. Más sana me parece la fornicación que la autoedición.
Muchas veces se planta ante mí un escritor con su libro autoeditado y me lo regala. Y yo le pregunto qué libro mío ha leído. Y entonces enrojece, no esperaba esa pregunta, ni se le había pasado un instante por la cabeza. Y dice: “Te prometo que de mañana no pasa”. Y yo le digo lo mismo: “Mañana te leo”.
Acorralados por los famosos y sus followers
Clara Sánchez
Escritora y académica. Último libro: El infierno en el paraíso (Alfaguara, 2021)
Creo que no pasa un solo año sin que se llame la atención sobre el hecho de publicar libros en exceso con cifras que suenan monstruosas y dentro de esta monstruosidad se señala con énfasis el peso de la ficción. No ocurre lo mismo con otros sectores artísticos. No se habla de la sobreabundancia de bandas de rock, de cantantes, de pintores, de bailarines, de actores, de directores de cine, de conciertos de música.
Tampoco de futbolistas, ni de tertulianos, ni de políticos, ni siquiera de los y las influencers.
La plaga más bíblica viene del mundo editorial corroyéndolo al parecer, y una manera de subsanarla consistiría en que los escritores escribiésemos menos, o nada, y no obligásemos a los editores a tener que publicarnos y a los libreros a tener que encajarnos en mesas y estanterías. Todo escritor que no es un bestseller se convierte en sospechoso, toda novela que no es bestseller se convierte en una molestia. En los treinta y tantos años que llevo publicando he oído de todo, incluso a los propios escritores quejarse de este desmadre editorial en que sus libros, que sí tienen derecho a ser publicados, deben lamentablemente codearse con los que no tienen derecho a ser publicados.
Es comprensible que a veces los editores se sientan verdaderamente acorralados por esa caterva de escritores que intentan endilgarles una novela. Es comprensible que los libreros se angustien por no tener sitio para tanta historia.
Muy pocos de los títulos que engrosan las estadísticas corresponden a autores y autoras vocacionales, entregados a la abrumadora tarea de definirse a través de la literatura
Y aunque los escritores nos dedicásemos a otra cosa, se seguiría publicando demasiado porque muy pocos de los títulos que engrosan las estadísticas corresponden a autores y autoras vocacionales, entregados a la abrumadora tarea de definirse a través de la literatura. La mayoría es gente previamente famosa o con muchos followers con una conexión con el público garantizada y que llega a su máxima expresión en las ferias del libro.
Consejo: no cometas el error de torturante escribiendo un libro antes de tener miles de followers. Primero los followers, luego el libro. Quizá han encargado escribir estas líneas a alguien que no tiene una idea clara de todo este tinglado. Lo único que sé es que adoro los relatos salidos del talento y del riesgo vital, encajen o no con mis gustos, y no me interesan nada los libros oportunistas y mucho menos aquellos cuya autoría no está nada clara o que sencillamente no están escritos por quien los firma.
Hace unos meses no tuve más remedio que oír a un vecino que hablaba por el móvil y le pedía a alguien que le facilitase un “negro” para un libro que le habían encargado. No tengo ni idea de escribir, confesó con toda su gran pachorra.
La ventaja que tienen los “escritores por un día” es que no sienten el dolor del éxito y el fracaso. No han saboreado el regustillo de la frustración literaria, la oscuridad, la atormentada felicidad. Lo habrán sentido en sus ocupaciones reales, pero no en el capricho de sentirse escritores.