Charles Simic nació en Belgrado en 1938, hubo de vivir los horrores de la Segunda Guerra Mundial y todo lo que sucedió después en Yugoslavia –vivir bajo el nazismo y el estalinismo– y en 1954 emigró con su familia a Estados Unidos sin saber inglés y en esa lengua adquirida a partir de entonces –y en la que ejercería de profesor universitario– deja a su muerte (2023) una obra poética celebrada por todos, distinguida con importantes premios, además de ensayos y el volumen de memorias Una mosca en la sopa, a lo que hay que añadir sus trabajos de traducción.
Es, pues, un caso más de escritor de excelencia en lengua no materna, al igual que el polaco Joseph Conrad, o el ruso Vladimir Nabokov y varios otros más.
Como contó, el libro que le cambió su idea de la poesía fue una antología de poetas latinoamericanos: Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Octavio Paz, entre otros, habrían forjado su escritura, ideario enriquecido, como es natural, con muchas otras lecturas, incluidos Emily Dickinson, Walt Whitman, André Breton, pero también filósofos como Heidegger, etc.
Es el caso que se trata de una escritura que, también con palabras de Simic, debería ofrecer unos poemas que “un perro puede entender”, es decir, poemas en un lenguaje sencillo, asequible a cualquiera, sin piruetas retóricas y hay que decir que poderosamente eficaz y que en muchos de sus textos parte de acontecimientos, si no mínimos, de escasa transcendencia, pero que guardan en sus finales un quiebro, una sorpresa que no deja indiferente, que despierta a otra significación de lo que se venía diciendo.
Por citarlo una vez más, esos poemas que los lectores podrán entender sin más; a esos lectores, dijo, “luego les tiendes trampas. Parece sencillo, pero cuando lo termine van a decir ‘algo más está pasando aquí’”. Por ejemplo, si se comienza con “Escuchas a los pájaros”, se hace saber que se hace “ansioso por saber / lo que dicen de ti” y lo que parecía ser una escena gratamente bucólica se convierte en una pregunta sobre quién se es para los otros.
[Charles Simic: “Aún no tengo ni idea de quién soy, a pesar de todos mis libros”]
En la poesía de Simic no son escasos los personajes desclasados o desfavorecidos, vagabundos, etc. En “Casi invisible” una mosca enferma es azotada por el viento que le hará perder las alas y se arrastrará por las calles “junto a los otros también dejados a su suerte”; en “La caja de música”, tras la descripción de un salón con retratos y una caja de música se pregunta si se puede escuchar a una mujer vagabunda que se prepara una cama “entre los escalones de mármol que tus sirvientes / limpiaban de sucias pisadas cada día”; o, en fin, tan solo ocasionalmente desafortunados, como la joven que corre con sus zapatos de tacón para alcanzar un autobús que ve alejarse. Título de ese poema: “Todos llegan tarde”.
Este caso ilustra bien cómo, partiendo de un hecho casi banal, fortuito, Simic es capaz de elevarlo a una dimensión universal, por lo que puede hablarse de una poesía meditativa.
Como la crítica ha venido señalando, la poesía de Simic rechaza una única etiqueta y es realista y surrealista, metafísica y apegada a los objetos, al tiempo política, todo lo cual cristaliza en un estilo personal, por no decir único.
Su mirada “ve” lo que no está a la vista para otros: así, un viento hace pasar las páginas de una enciclopedia porque busca en ellas una respuesta; el viento encarna la curiosidad, o necesidad de saber, humana. Sí, como él mismo dijo, en sus poemas, pese a la sencillez del lenguaje y lo menor de la anécdota inicial, “pasa algo”. Ese algo es poesía en estado puro.
Pronóstico del tiempo
Un día soleado ensombrecido
por oscuros pensamientos,
y al caer la tarde
un cielo lleno de nubes
en sus trágicas vestiduras.
El viento ha muerto
Barquito mío,
ten cuidado.
Sin
tierra a la vista.