En 1926 se publica en Buenos Aires Índice de la nueva poesía americana, una antología presentada con un prólogo firmado por Alberto Hidalgo, Vicente Huidobro y Jorge Luis Borges. Los tres, como se recuerda en la espléndida introducción de Tierra negra con alas, habían viajado a Europa y conocían de primera mano lo que en este continente estaba sucediendo desde algunos años antes en la poesía y, claro está, en América. Y lo que estaba sucediendo era lo más parecido a una revolución en la escritura poética, que convergía con las novedades que en el territorio del arte transformarían para siempre la pintura, escultura, etc. Y, ¿por qué no decirlo?, también la moral, el modo de percepción, en fin, la vida.
Si esa publicación es muy significativa, hay que recordar que no eran pocas ni tardías las noticias de las vanguardias que habían llegado a América. En 1909, F. T. Marinetti publica en París “Futurisme”, el primero de los manifiestos de ese movimiento literario y artístico; unos pocos meses después lo reproduce Rubén Darío, bien que parcialmente, en Argentina, y también se publica en México y en Honduras. Así pues, quien se quiso dar por enterado tuvo a mano, y prácticamente sin retraso, información de lo que se estaba gestando en Europa en un tiempo de convulsión en el que los ismos se iban a suceder en los años siguientes, la década de los veinte será la década dorada, casi se diría que atropellándose.
Los datos que comento aquí, y muchos otros más, los encontrará el lector en el extenso –casi setenta páginas y en un tipo menor– prólogo introductorio de Juan Bonilla que solo se puede calificar, como ya he escrito, de espléndido. Un prólogo que precede a una antología que no es, ni de lejos, una más, sino una que merece todo el reconocimiento. Bastaría con destacar que Juan Manuel Bonet (París, 1953) y Bonilla (Jerez, 1966) reúnen aquí más de ochocientos poemas de casi doscientos poetas americanos, y además son autores (Bonet) de una nota bio-bibliográfica de cada uno de los poetas que es una excelente y muy bien documentada presentación.
Tierra negra con alas opta con merecimiento al calificativo de antología definitiva, pues supera a todas las anteriores
La mirada escrutadora de Bonet y Bonilla es panóptica, lo abarca todo y atiende a todas las naciones hispanoamericanas, incluido Puerto Rico, y con el mejor de los criterios, más allá del de la unidad lingüística –el espíritu de las vanguardias es cosmopolita, internacional–, y a Brasil, con figuras tan importantes como Mário de Andrade, por no mencionar más que a un poeta. Ello implica atender a cómo las vanguardias penetraron y se desarrollaron en un buen número de espacios mediatizados por las situaciones políticas, económicas, culturales, diferentes. Los prologuistas dan buena cuenta de todo ello con nombres, fechas, publicaciones.
Los nuevos aires llegan en un ambiente poético en el que el modernismo empieza a dar muestras de agotamiento y es notable cómo algunos de los poetas no acaban de romper con aquel movimiento y sus textos reúnen algo de las dos estéticas.
Así, entre los poemas de esta Tierra negra con alas los hay plenamente futuristas por su violencia destructora de todo lo anterior –recuérdese, por ejemplo, el “¡Museos, cementerios!” y la afirmación de la supremacía en belleza de un automóvil de carrera sobre la Victoria de Samotracia, según Marinetti– y otros que entremezclan lo nuevo y tonos modernistas; hay caligramas, al estilo de los que había reinventado Apollinaire; otros que, si rompen también con la linealidad de la escritura como ocurría ya en los futuristas italianos, no pueden asimilarse a los antes nombrados: después de Un coup de dés de Mallarmé, la página es no ya una sucesión de líneas sino un espacio de dos dimensiones. Hay también poemas en francés, pues ese idioma se había erigido en lingua franca poética por el enorme prestigio de su literatura. No es casualidad que también escribieran poemas en esa lengua Ezra Pound o T. S. Eliot, los poetas emblemáticos del modernism, nombre para la vanguardia en el ámbito anglosajón; y en lo español recuérdese, por ejemplo, la obra de Juan Larrea. Aunque la lengua francesa que tuvo quizá sus mejores frutos en varios de los libros de Huidobro en varios de sus libros o los haikus de José Juan Tablada.
El lector encontrará en estas páginas poemas de autores canónicos (Borges) de un estilo que poco tendría que ver con lo más conocido de su magnífica obra literaria, pero que en aquellos años eran expresión del ultraísmo, un ultraísmo un tanto sui generis al estar dictados también por el ideario del criollismo, fruto del redescubrimiento de lo propio una vez que se ha regresado de Europa, lo que no le ocurrió únicamente al argentino. Otros poetas de los grandes de la vanguardia fueron el ya reiterado Huidobro, César Vallejo, Oliverio Girondo, Pablo Neruda, Tablada, Xavier Villaurrutia, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier… Pero encontrará también muchos otros, algunos quizá poetas menores y que bien puede no conocer hasta esta publicación, pero que contribuyeron a aquella gran eclosión de escritura, tal como refleja el relato de Bonet y Bonilla. Los poemas seleccionados así lo confirman, y en no pocos casos sorprenderán a quienes no tenían noticia de algunos de ellos, entre los que no debo ocultar que me cuento.
De pocos trabajos parece prudente afirmar que son definitivos, pero esta Tierra negra con alas opta con todos los merecimientos a ese calificativo. Es una antología que supera a todas las conocidas y que habrá de pasar tiempo ocupando un lugar de referencia en ese campo y un lugar de preferencia en la biblioteca de todos los lectores y estudiosos de poesía. Un fenomenal regalo de reyes este de Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla.