Girondo y la poeta Norah Lange, su mujer, amor juvenil de Borges, en 1945
1922, tiempo de las vanguardias. Desde unos años antes, Dadá, el futurismo, su impulso muy generalizado por la renovación, iconoclasta de todo lo anterior en muchos de sus planteamientos y participantes, están transformando las artes -el cubismo y la abstracción vienen produciendo piezas inaceptables en un momento anterior- y la literatura. 1922, período de entreguerras, se está gestando el gran desastre que asolará buena parte de Europa y otras zonas del mundo, pero los artistas y escritores, algunos de ellos, los más sensibles a la novedad, están dando un giro a la interpretación de la realidad, poniendo en circulación la irrealidad.1922. De una imprenta francesa salen los ejemplares de Veinte poemas para ser leídos en un tranvía. Su autor, el poeta argentino Oliverio Girondo (Buenos Aires, 1891-1967), educado en Inglaterra y Francia, que ha podido viajar por Europa y norte de África, que ha visto lo que está sucediendo en la literatura, se une a la tropa en la primera fila, en la vanguardia. Se siente obligado a dar cuenta de lo que hay, de todo lo que ve y escribe "Pienso en dónde guardaré los kioscos, los faroles, los transeúntes que se me entran por las pupilas. Me siento tan lleno que tengo miedo de estallar". Y estalla para sacar todo lo que la mirada va almacenando.
Poemas en verso y en prosa concebidos como estampas de paisajes, de pueblos, ciudades -Buenos Aires, Venecia, Dakar, etc.- de interiores, cabarets... Por una parte, la expresión del cosmopolitismo, por otra, un léxico desinhibido, "pechos", "eyaculen", "nalgas", y en el poema "Sevilla": "frente al altar mayor, a las mujeres se les licua el sexo contemplando un crucifijo". Como si fuera una colección de anotaciones de un viajero, uno que tiene los ojos abiertos y la lengua libre, aquel libro presentaba a la sociedad literaria una potente voz vanguardista.
Seguirían Calcomanías (1925), donde las ciudades y lugares lo invaden todo y la mirada una vez más escruta la escena, la hace suya y cuando estalla puede decir las cosas del revés: "los marineros / se embarcan en los cafés, / hasta que el mareo los zambulle / bajo las mesas" o quizá es así como sucedió; la Semana Santa sevillana inspira el relato de un cronista repleto de ironías, en la que los curas, ante lo complicado del ceremonial, necesitan apuntador y los cofrades avanzan "con la solemnidad de un ejército de pingüinos" y el menú del hotel incluye nada menos que "sopa de nazarenos" y "lenguado a la Pío X". Y españoles son los dedicatarios, Enrique Díez-Canedo, su admirado y gran amigo Ramón Gómez de la Serna, d'Ors u Ortega.
En Espantapájaros (1932) Girondo, además de la inclusión de un caligrama, continúa con su presentación crítica del mundo en prosas que vienen a ser confesiones de personajes, biografías mínimas, que hablan en general de la frustración, del fracaso de los proyectos vitales, que en conjunto pintan un mundo desolador. Una sátira impregnada de humor.
Seguirían Persuasión de los días (1932), donde de nuevo los personajes son "Escoria entumecida", gente perdida. Si aparece una mujer es para encontrarla "vacía", lo que hace preguntarse a quien habla si no es la suya una voz muerta. Campo nuestro (1946): un canto al campo, la naturaleza, lo sencillo, refugio se diría de la locura desencadenada en el mundo. En la masmédula, con diversas ediciones, es el adentrarse en el lenguaje, dar juego a las palabras, "la jerga lela"que dice cosas como "en lo no noto nato".
En definitiva, toda la poesía de Girondo reunida aquí en una bella y escrupulosa edición que destila su espíritu, su genio, su inesperada mirada al mundo, y que incluye cartas, fotos y pinturas. Qué buena noticia, la de una nueva editorial que debuta con este volumen que reúne una poesía del tiempo de la vanguardia que da testimonio de que aquello no fue flor de un día, sino que, siendo la de Girondo auténtica palabra poética, se lee hoy como si hablase del ahora mismo.