Territorios bajo vigilancia
Diego Doncel
9 octubre, 2015 02:00Diego Doncel. Foto: Metrópoli
Territorios bajo vigilancia contiene todos los libros de poemas que Diego Doncel (Malpartida de Cáceres, 1964) publicó hasta el inicio del año 2015. Pocos meses más tarde ha sido editado su El fin del mundo en las televisiones.El autor explica en un prólogo breve de esta "Poesía reunida" las claves de su literatura: el conjunto de su obra es una respuesta a la debilidad del pensamiento postmoderno. Opina que lo verdadero fue anulado por la simulación. Se opone al idealismo y al empeño humano de crear "mundos mentales" que nos alivien. Su respuesta drástica incluye dosis fuertes de ironía y se centra en la vida urbana. Nos comunica que para expresar sus críticas a la realidad ha tenido en cuenta los recientes cambios tecnológicos.
En 1991, Diego Doncel ganó el Premio Adonáis con El único umbral, primer poemario recogido en Territorios bajo vigilancia. En su sección inicial, "Voces", la noche encendida y la muerte hablan al alma. Brillan las posesiones ciegas y la luz de la muerte mencionada. Luego, el poeta contempla minuciosamente la naturaleza. El verdor le aporta signos sagrados. Destaca el texto "Punto de fuga", donde se describe el paisaje que circunda al cementerio de Deià. El escritor reflexiona ante los árboles, los bancales, una ladera que esplende y el "blanco respirado de los cielos". El segundo libro, Una sombra que pasa, encierra una sola composición dividida en doce partes. Carece de puntuación y prolonga el tono de la obra precedente. Sin embargo, percibimos una diferencia. Doncel se mantiene sereno, pero sus plegarias han sido sustituidas por las preguntas, el monólogo, la perplejidad. En uno de los movimientos de la obra, "La ilusión de una ventana abierta al océano", logra una especie de estoicismo. Más tarde, mientras los perros aúllan al silencio del mundo, el viento sopla en el interior del poeta.
El tercer libro, En ningún paraíso, representa su madurez artística. En él sobresalen "Una mujer", "Nadie", "El lector de Montaigne", "Hacia un lugar de nadie", "El filósofo de los callejones". Textos profundos y de belleza desesperada. Diego Doncel define con precisión la soledad de un ser a quien el sexo sirve para extraer venenos. También la del individuo que no recibe el consuelo de un dios y vive herido por la rozadura de los recuerdos. Con una máscara o señalando unos vídeos de publicidad, confiesa: "No, no me conozco porque estoy vestido / de mi miedo". Habitante de una ciudad abstracta, el poeta ve en los ojos de la amada una especulación del arquitecto Frank Gehry. Después mira fijamente las nubes que llenarán de silencio su rostro. Observa los bazares y desiertos del hombre teleadicto que somos, busca migajas de misericordia o deposita flores sobre su propia tumba. Al final sólo encuentra paraísos químicos. Y recuerda las horas en que la voz de Montaigne le pedía "que pisara descalzo sobre el hielo de mi conciencia / o sobre las brasas de mi dolor, sin hacer ruido".
Porno ficción, cuarto libro de poemas de Doncel, se abre con citas de Shakespeare y Jung. Desde la primera composición, "Limonada y pastillas", el autor cita los objetos de la modernidad para transmitir su ansia. Menciona paneles, logotipos, juegos interactivos, móviles, hologramas eléctricos, residuos digitales. Mediante versículos, con escritura nítida, el hombre contemporáneo es retratado como un explorador perdido, un coleccionista de identidades, un payaso metafísico. Cruza desiertos llenos de preguntas.
Con su nuevo poemario, El fin del mundo en las televisiones, Diego Doncel ha obtenido el Premio Tiflos. Sus veintidós textos confirman una escritura radical, de admirable fuerza. De nuevo los perdedores de nuestro orden político deambulan entre la cacharrería moderna, el simulacro y la impiedad. Las imágenes golpean un muro de angustia. Leemos: "Aquellos sueños que perseguimos nos humillan". Los dos volúmenes se complementan y ofrecen una poesía de ostensible mérito literario.
@FJIrazoki
Fragmento
No sé cómo ni dónde he tomado concienciade mí, de este animal que escucha el viento,
como si fuera un aparecido,
con sus frufrús almidonados en la niebla
y que descubre, en este parque suburbano,
la música torpe del mundo desplegar su armonía
de bestias y de insectos aquí en su corazón.
Ah, que ve seres que se hacen zumbidos
de un más allá absurdo cuando miran al cielo,
que siente cómo la alta tecnología del dolor
berrea en las praderas de la conciencia
los misereres de su propia infelicidad,
que oye solo el ruido y el misterio de sus sentimientos
en este repetirse de los días.
Ah, y entonces, ¿dónde puedo encontrar
una razón humilde para permanecer aquí
como la imagen de un espejo que la vida
va desfigurando? ¿Y en qué lugar
de la vida puedo tomar conciencia de quién soy?