Arte

Ramón Herreros, mujer y pintura

4 mayo, 2006 02:00

Tere / 1195, 2005

Fundación Vila Casas. Espai Volart. Ausiàs Marc, 22. Barcelona

En alguna ocasión Ramón Herreros (Barcelona, 1947) ha aludido a una cita de Jean Clair en la que el crítico francés lanzaba una proclama provocadora: hoy en día -decía Clair- el arte realmente revolucionario consistiría en reintroducir la noción de belleza. En esta exposición, Retratos y figuras, Herreros parece haber recogido este llamamiento de Clair para llevarlo a la práctica, porque la muestra es una suerte de contradiscurso a las tendencias dominantes. La exhibición consiste en una colección de unas sesenta figuras, mayoritariamente retratos femeninos. Toda una apuesta, una provocación. ¿Dónde encontramos hoy una exposición tan extensa de pintura y además de retratos femeninos? Y sin embargo, éste -la mujer, el desnudo- ha sido uno de los motivos tradicionales de la pintura clásica. Nos tendríamos que interrogar entonces sobre el porqué de la exhortación de Clair y por las razones de Herreros para volver a esta temática hoy en día. Tal vez esta "vuelta al orden" responda a un retorno consciente a unos valores morales de equilibrio y orden asociados al clasicismo en estos tiempos de neurosis colectiva. Intuyo que en Herreros existe una voluntad de recuperar el arte en su acepción más elemental, en su trasfondo simbólico. En su pintura hay algo de primitivo, de ese universo mediterráneo que entronca con el mundo clásico, de aquella tradición que enlaza la modernidad de un Picasso o de un Matisse con lo eterno. Para mí la pintura de Ramón Herreros es la imagen del deseo, un resplandor en el horizonte que ningún gesto atrapa y ninguna palabra define.

Una exposición de esta envergadura y compuesta casi exclusivamente por retratos femeninos es un reto. El artista trabaja con unos recursos muy limitados, una simplificación a la que no es ajena su anterior etapa abstracta y que podría conducirle a caer fácilmente a la monotonía. Sin embargo, de esta limitación de recursos es capaz de extraer multitud de acentos. Esta es una exposición de variaciones musicales sobre un motivo del cual Ramón Herreros sabe sacar un sin fin de tonalidades.

Pero, ¿se trata realmente de una exposición de retratos? Cuando se preguntaba a Matisse sobre sus retratos y se le censuraba la desproporción y deformaciones de sus figuras, el pintor respondía que él no pintaba señoras, que lo que hacía eran cuadros. Lo que buscaba era una imagen autónoma regida por valores exclusivamente pictóricos, esto es, ajena al mundo de las apariencias y a la concreción de la realidad física. Ramón Herreros también busca una imagen ideal, pero además de cuadros realiza retratos. Su pintura consiste en un compromiso entre un ideal y la modelo. He dicho compromiso, pero la palabra exacta sería una tensión entre lo uno y lo otro. No es tanto la búsqueda del parecido como la relación entre lo infinito y lo concreto, lo general y lo particular. Y esta oscilación, fuera del tiempo, es el dominio específico del arte y la poesía.
Pero además hay carnalidad y sensualidad en sus retratos. La suya es la mirada masculina sobre el eterno femenino. Intuyo que, en el artista, lo femenino se interrelaciona con otro deseo y ese deseo no es otro que el de la pintura: para Ramón Herreros mujer y pintura son la misma cosa. Sus retratos y figuras son un acto amoroso, porque ellas de algún modo son la historia de la pintura, que es la historia de la fascinación, la historia de la mirada.