Poesía

Obras completas

Paul Celan

19 diciembre, 1999 01:00

Traducción de José Luis Reina Palazón. prólogo de Carlos Ortega. Trotta. Madrid, 1999. 523 páginas

Un refrán alemán dice que las traducciones son como las mujeres: infieles las guapas y feas, las fieles. Y un poeta norteamericano, Robert Frost, afirma que poesía es aquello que no se puede traducir y que se pierde al ser traducido. ¿Cómo es esta versión completa de Celan? Yo diría que fiel, rigurosa y nueva. Fiel, porque resuelve las profundas dificultades de la lengua que la escritura celaniana plantea; rigurosa las profundas dificultades de la lengua que la escritura celaniana plantea; rigurosa, porque ha sido hecha con un preciso conocimiento de sus resortes y de sus mecanismos y con un extremo cuidado de sus referentes y de su compleja y varia materialidad; y nueva, porque, junto a libros anteriormente traducidos, reúne prosas, discursos y textos que sólo ahora, a la luz de su todo, dan cuenta de su absoluta coherencia y del sistema que rige su unidad.

Por si esto fuera poco, la edición se enriquece con un sólido y documentado prólogo, en el que Carlos Ortega, a partir de fuentes exclusivamente francesas (!?), traza un nítido perfil de la persona y de la obra de Celan: un poeta sin patria que vivió en lo extranjero de la suya. La visión que Carlos Ortega nos porpone es válida en todo su conjunto, aunque hace aguia en algunos detalles. Sin embargo, explica muy bien el influjo de Jean Paul en Sprachgitter, el descubrimiento de Osip Mandelstam, sus lecturas de Rilke, HopkinsOrtega y gasset, Martin Buber, Hermann Cohen, Heidegger y Nietzsche, así como la labor de Celan como traductor: su conciencia de la lengua y de las fronteras de la lengua; su vivir en el lenguaje y a la sombra de su oscuridad, buscando un "angélico alfabeto transparente al espíritu"; y su idea de la poesía entendida como una confidencia. "El Hülderlin de nuestro tiempo", como Nelly Sachs lo llamó, aparece aquí a la luz de todos sus fantasmas y en el fuego cruzado de experiencias culturales y de vida que hicieron de él lo que acaso fue: "uno de los escasos grandes poetas religioso de nuestro tiempo", como dijo de él el comentarista de Atemwende en el "Times Literary Supplement".

Reina Palazón completa la interesante introducción de Carlos Ortega con una bibliografía selecta, en la que no se incluye la recepción de Celan en Hispanoamérica y España, ni se da cuenta de las versiones en español que hay de él. Lo que parece grave, porque Celan ha sido mucho y muy bien traducido -nada menos que por Felipe Boso, Jesús Munárriz y José ángel Valente- y su influencia se ha dejado notar en la poesía de este último, en la de Amparo Amorós, en las de Eugenio Padorno y Andrés Sánchez Robayna y en la de Miguel Suárez y su grupo de Valladolid.

Las versiones de Palazón respetan el carácter silábico, el aspecto prosódico y la originalidad de los compuestos y de los participios que fundan la poesía de Celan. En este sentido su modo de traducir es un ejemplo: esa "palabra a imagen de silencio" que siempre es la escritura de Celan y que oscurece tanto su forma como su contenido, es recreada aquí de modo lúcido y con un criterio estético. Sin embargo "Dice verdad quien sombra dice" me parece mejor orden sintáctico que el que Reina Palazón (pág. 109) propone, porque el uso del "quien" en frase gnómica es algo que el Aleixandre último dejó líricamente lexicalizado en un tipo de formulación paradigmática que, me parece, conviene seguir. Otro tanto podría decirse de otros poemas, en los que se paga excesivo tributo a la fidelidad sintáctica, con el consiguiente perjuicio del ritmo y, a veces, de la literalidad.

El mayor acierto de las versiones de Reina Palazón reside en la reconstrucción de las imágenes y en la acuñación de los neologismos en la misma forma que lo hacía Celan: esto es, mediante la alteración de una sola sílaba, la primera casi siempre, y su consiguiente efecto desviante. Celan se comportaba en esto como Quevedo y como Alberti. Por eso es, más que un hallazgo, la solución que, en la página 165, propone: "El almendro, el malendro./ El soñendro, el ñosendro; como lo es "Recelaflo" y sus escuercen, visperean, verborrean, vibrorean y epistolean; y como lo son Norteverdadera, Surclara, nadema. Pero donde Reina Palazón deja constancia del excelente traductor de poesía que es él, es, sobre todo, en esa ingente producción de calcos como inencandecido, ngroazuladas, exaudido, yoieron (como versión de icten), inzozobrados, deslocuado, ceguedaz, suripatean, grisblanca, rojoputañeado, enmillarizado, nochedía, descorificados, desgeminisado, coeternos, descicatrizado, imparpebridades, etc. en los que se ve lo que, con tanta maledicencia como razón, indicaba Steiner: que "toda la poesía de Celan es traducción al alemán", es poesía traducida. El a la caza de significado, a la fuga de significado y el ningún nombre que nombre tal vez deban entenderse por ahí, aunque no sólo: también como una suma de restos acústicos y de restos visuales en su transoscurecer. Para Celan la palabra boyante/la tiene la penumbra y nosotros habitamos el lugar donde con el mayor dolor se dice Nunca. La lejanía aquí es ojidigitadora y los objetos, túneles de visibilidad,/soplados en la niebla del lenguaje. La reciennacida nada, el aire lila con amarillas manchas de ventanas, el estiércol de luz y la ultratarde forman la geografía de un mundo que sólo podemos masticar con dientes de escritura. Reina Palazón lo acerca y lo recrea, lo reproduce y aclara. Yo no sustituiría su versión por ninguna otra, pero sí creo que en varios puntos a debe revistar: sobre todo, en el poema más emblemático de Celan, Todesfuge, donde la muerte es un maestro alemán parece insuficiente; en este caso, y para der Tod ist ein Meinster aus Deuschland, preferiría la ambigöedad, gramaticalmente correcta, de la muerte es un maestro de Alemania. Reina Palazón es uno de nuestros mejores traductores, y el suyo nuestro mejor Celan.