El desertor
Siegfried Lenz
24 noviembre, 2017 01:00Siegfried Lenz
Si hubo un autor alemán que no guardó silencio ni miró hacia otro lado tras la Segunda Guerra Mundial, fue Siegfried Lenz (1926-2014). No es casual que su obra maestra, Lección de alemán, ese gran canto literario-ético, siga siendo lectura obligatoria en los bachilleratos de Alemania. Tampoco lo es que sus poéticas y poderosas novelas y relatos aún "sigan diciendo" y removiendo conciencias. Precisamente sobre el dilema entre el deber impuesto y la conciencia del individuo giró toda su extensa producción literaria. Lenz falleció en 2014 y con él se marchaba una de las cimas de la literatura germana del siglo XX.Sesenta y cinco años después de haberla escrito, se publica en España esta obra "secreta" de juventud, El desertor, que sólo se autorizó sacarla a la luz tras su muerte. Escrita en 1952, fue guardada en una caja fuerte por ser demasiado arriesgada para aquel momento histórico (los editores y expertos se asustaron en aquellos días o lo tildaron de traidor a la patria). En Alemania apareció el pasado año.
Sin duda decía demasiadas verdades y, una vez más, no de manera panfletaria o tronante, sino con esa sutileza naif, humana, en la que el autor era todo un maestro. Pese a su juventud es ya un testimonio grandioso, que, a través del soldado protagonista, Walter Proska, nos traslada a cómo se sentían aquellos jóvenes alemanes enviados al Frente del Este, su abandono, su desquiciamiento, su sensación de inutilidad, de sacrificio y de culpa en medio de la locura y el infierno.
Desde el inicio la narración nos atrapa entre el suspense y la belleza de la prosa. Han pasado seis años desde la guerra, un anciano farmacéutico le habla a Walter Proska de cómo le abruman los recuerdos, de su estrategia para soportarlos, y, de golpe, regresamos al horror bélico, a esos finales del conflicto donde Proska y sus compañeros de armas sobreviven y enloquecen ante las emboscadas de unos partisanos polacos que los superan en número en una asfixiante zona de bosques y pantanos. Nada tiene sentido cuando matar o morir es un acto tan gratuito, sencillo y cotidiano como la barbarie o el embrutecimiento del que todos participan.
Lenz da las pinceladas exactas del aislamiento, de la oscuridad, del sinsentido de cercenar el porvenir de varias generaciones. El paisaje, maravillosamente descrito, cobra también estatuto de personaje. El lector asiste al desencanto y a la lucidez de estos soldados frente al gran engaño diseñado por la "camarilla del mal" nacionalsocialista. Absurdo el despliegue de tropas, absurdo morir por el III Reich, absurda la "retórica venenosa" o la propia concepción del patriotismo y del deber: "Es lo que llaman sentido del deber. Nos han rociado con ese producto, lo tenemos incrustado bajo la piel", dirá Wolfgang al protagonista.
Se trata de un libro apasionante y valiente, de una tragedia donde comparece un coro omnisciente, de una novela antibelicista que surge de los mimbres de la propia guerra y sus horrores y de la conciencia clara de que toda esa carnicería demente había sido en vano. Una gran autocrítica del carácter alemán, de la altanería nacionalista, de los peligros de la falta de compasión y de un pacifismo meramente teórico, no comprometido. Uno debe actuar, uno debe alinearse en "el bando de los justos".