J. M. Coetzee. Foto: UB

Traducción de Javier Calvo. Random House. Barcelona, 2017. 256 páginas. 18'90€, Ebook: 9'49€

El mito de Er, narrado o reproducido por Sócrates al final de La República de Platón, nos dice que, después de la muerte, las almas no se reencarnan hasta haber cruzado el Leteo, el "río del olvido". En La infancia de Jesús, su novela de 2013, y ahora en Los días de Jesús en la escuela, la continuación de aquella, J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) ha escrito dos obras estilísticamente realistas cuyo argumento del río del olvido, sin embargo, se acomoda mejor al mito.



Todo el mundo ha llegado en barco al país hispanohablante en el que están ambientadas ambas historias, y el viaje ha borrado de la memoria de los inmigrantes cualquier recuerdo de su vida anterior. Las novelas están recorridas en su mayor parte por unos diálogos cuasi platónicos que se esfuerzan por volver a la a-Lethe-ia, el término griego para "verdad", una verdad que se quedó en la otra orilla del río Leteo.



Pero, gracias a un giro brillante, los principales participantes en el banquete son Simón, un hombre que ya ha cumplido los cuarenta, y Davíd (sic), un niño que, cuando empieza la primera novela, tiene cinco años, y cuando acaba la segunda, siete.



La genialidad de este giro consiste en que permite al autor crear una especie de fusión que combina la energía del diálogo filosófico con la cordialidad y el humor improvisado de las réplicas agudas entre padre e hijo, la potencia emocional de una historia de amor familiar, y por último, el inquietante poder de sugestión de la alegoría (el útero como el barco; el nacimiento como el desembarco). El resultado es rico, denso, a menudo entretenido y, sobre todo, está lleno de tensión interna y de suspense. Veamos a Davíd y a Simón hablando de las pasiones en presencia de una mujer llamada Inés. Davíd empieza haciendo referencia a una de sus compañeras de juegos:



-Maite dice que quiere casarse conmigo.



-¿Y tú? ¿Quieres casarte con ella?



-No, yo no pienso casarme.



-Bueno, puede que cambies de idea cuando lleguen las pasiones.



-¿Inés y tú os vais a casar?



-¡Silencio! -llega la réplica irritada de Inés, que entra otra vez en el dormitorio. -Basta de charlas. Es hora de que te vayas a la cama.



-¿Tú tienes pasiones, Inés?



-Eso no es cosa tuya -responde Inés.



-¿Por qué nunca quieres hablar conmigo? -pregunta el niño-. Simón sí que habla conmigo.



La genialidad de esta novela es que combina la energía del diálogo filosófico con la potencia emocional de una historia de amor familiar

Simón e Inés no están casados ni son pareja. Simón reconoce que Inés y él podrían "hacer relaciones sexuales", como dice Davíd, sin estar casados, pero no las tienen. Simón (según cree recordar) se hizo cargo de Davíd cuando el niño se separó de su madre en medio de la confusión que reinaba a bordo del barco que los trasladaba al nuevo país, donde el pequeño eligió a Inés para que hiciese de madrina junto a su padrino. Independientemente de que esta pueda o no reconocerse a sí misma como la madre biológica que Davíd ha perdido, Simón se empeña en que debe asumir como sea la responsabilidad maternal sobre el niño.



¿Aceptará Davíd a ambos tutores como sus padres adoptivos? El amor de cada uno de ellos por él crece por separado, pero, cada vez que los tres conocen a alguien, el chico anuncia, para desconcierto de todos, que esos dos adultos no son sus padres. Simón e Inés no pueden evitar caer en una especie de rivalidad por la preferencia en la vida y en el corazón del niño, y el apego de este por cada uno de ellos pasa por altibajos. Mientras tanto, la relación de la pareja es más o menos la de una custodia compartida después del divorcio, pero sin que, en este caso, haya habido amor ni matrimonio previos.



Simón -el personaje timón de ambas novelas, presente en casi cada una de sus páginas- parece desapasionado incluso consigo mismo. Encuentra a Inés impasible y convencional. Sin embargo, en La infancia de Jesús, Simón tiene una aventura intrascendente con una vecina, y cuando se entera de que Inés acaricia la idea de concebir un hijo con otro hombre, se ofrece sin rodeos como voluntario para darle un hermano para David, que es como se escribe (correctamente) el nombre en la primera novela. Ella recibe su ofrecimiento con un silencio glacial, pero no la rechaza abiertamente.



David/Davíd es un niño con talento, pero difícil y furiosamente obstinado. En La infancia de Jesús, las autoridades juzgan que es imposible enseñarle en un entorno normal y lo envían a una especie de reformatorio. Su fuga de la institución convierte a los tres protagonistas en clandestinos y los lleva a huir -así empieza Los días de Jesús en la escuela- a otra ciudad. ¿Los cogerán? ¿Qué va a ser del niño?



Unas generosas hermanas solteronas le pagan la matrícula en una academia de danza en la que hace amistad con Dimitri, un guarda de seguridad melodramáticamente enamorado de la belleza glacial de Ana Magdalena, la hierofante de la especie de santuario que es la academia. Los días de Jesús en la escuela podría servir de réplica a la acusación frecuente de que Coetzee da a la ficción un trato cerebral y que su prosa es árida, ya que Dimitri es la antítesis del imperturbable Simón. El guarda es un actor sumamente rimbombante y, a pesar de su nombre ruso, el clásico latin lover melodramático. Me ha recordado la letra de Eliades Ochoa: "Qué boca más linda, esa que yo vi. / Besarla quisiera, y luego morir".



Davíd, un bailarín de talento hasta entonces insospechado, hace progresos bajo la dirección de Ana Magdalena y está fascinado por el efusivo Dimitri, pero la novela arrastra al niño a un horrible crimen pasional en el que están implicados Dimitri y Ana Magdalena, luego a un oscuro drama legal, y más tarde, a una fuga de la cárcel. Sin embargo, al llegar el desenlace, cuando el chico alcanza el uso de razón, lo homenajean con una tierna fiesta de cumpleaños, reconfortantemente normal, organizada por Inés. En cuanto a Simón, ha salvado a su hijo una vez más, y quizá se haya ganado un nuevo respeto y una cierta amistad por parte de Inés. Si bien aún no son una auténtica familia, ahora los tres tienen ese destino a la vista.



A pesar de todo, "para mí, conocer a Dimitri (que no me gusta nada, y al que, de hecho, desprecio desde un punto de vista moral) ha sido una experiencia educativa", escribe Simón a modo de confesión en una clase de español.



Tal vez el padre, más que el hijo adoptivo, sea la verdadera figura de Cristo y el auténtico aprendiz en estas novelas sobre Jesús en las que Jesús nunca es mencionado. Los días de Jesús en la escuela termina con el autoproclamado salvador asistiendo a la primera y vacilante clase de danza de su vida.

¿Vuelve la polémica?

Fue notable el revuelo que causó La infancia de Jesús, primera parte de Los días de Jesús en la escuela. Los editores de Coetzee salieron al paso, a explicar -cuando no a defender- la novela del sudafricano. Claudio López Lamadrid, su editor español, dijo que "parecía un claro homenaje a Beckett". La crítica, por lo general, fue inclemente. En The New York Times, Dwight Garner escribió que tal vez se tratara de "un chiste profundo" y en España, autores como Muñoz Molina, Rodrigo Fresán o Juan Bonilla manifestaron su decepción con el libro. El despiste fue generalizado: ¿qué había intentado hacer el premio Nobel? Esta segunda parte, sin embargo, ayuda, como sugiere Elizabeth Lowry en The Guardian, a identificar todo un proyecto "filosófico" de un autor "más preocupado por las ideas que por la narración".