El cuento de la criada
Margaret Atwood
18 diciembre, 2008 01:00Margaret Atwood. Foto: Miguel Riopa
Cuando las utopías políticas prosperan, la humanidad descubre el valor de lo posible y lo imperfecto. Candidata al Nobel y Príncipe de Asturias 2008, Margaret Atwood (Ottawa, Canadá, 1939) redunda en las profecías apocalípticas de Orwell, Bradbury y Huxley, pero esta vez el protagonismo recae en la perspectiva femenina, hasta ahora ignorada o minimizada. Después de una guerra con armas nucleares, la capacidad de engendrar vida se ha convertido en una rareza, pues la mayoría de las mujeres han perdido su fertilidad. Los niños representan el futuro, pero sólo una minoría privilegiada puede encargarse de su cuidado y educación. Las mujeres fértiles carecen de cualquier derecho sobre sus hijos biológicos. Segregadas de la sociedad, ni siquiera pueden disponer de su propio cuerpo. Su función reproductora es pura servidumbre.Las criadas forman una casta identificada por un vestido rojo y una toca blanca. El vestido esconde su cuerpo y la toca mantiene oculta la cara. Nadie puede mirar a las criadas y éstas no pueden levantar los ojos. La protagonista, una criada asignada al comandante Fred para garantizar su descendencia, pierde su nombre e identidad, ya que sólo es un eslabón en una casa gobernada por unas leyes patriarcales. Defred es una criada de Fred, es decir, una propiedad más.
En una época con un alto desarrollo tecnológico, las criadas reciben una educación concebida para destruir la conciencia individual. La libertad de expresión es tan inaceptable como la libertad de pensamiento. No importa que las ideas no se manifiesten; aunque no trasciendan la intimidad de la conciencia, representan un peligro para el Estado. En el caso de Defred, la subversión no se expresará como pensamiento crítico, sino como pasión sexual. El cuerpo anhela la libertad con más fuerza que las ideas.
Margaret Atwood ha completado el género de las distopías, utilizando como voz narradora a una mujer. La intransigencia política y religiosa siempre ha odiado y temido a la condición femenina. Son la fuente de la vida y el deseo. Con la misma habilidad que Orwell y Huxley, Atwood refleja que la rebelión individual fracasa ante el poder totalitario. Atwood es una prosista cuidadosa, pero sin el genio de Bradbury o, por citar a una escritora, de Virginia Woolf. Excelente narradora, no hay en su obra el desgarro de Sylvia Plath o Diane Arbus, ese arte que surge de la vocación marginal y los estigmas neuróticos. Las fotografías de Arbus nos acercan a la fragilidad del ser humano contemplado desde una sensibilidad hiperestésica. Margaret Atwood está más cerca de la razón, de la mirada inteligente y compasiva que muestra el dolor de las víctimas, sin contagiarse de su desesperanza.
El cuento de una criada es una ficción pavorosa, pero sin la trágica aspereza de los que han bajado a las letrinas de la historia y han regresado para contarlo.