After Dark
Haruki Murakami
16 octubre, 2008 02:00Haruki Murakami. Foto: Archivo
Algún atractivo especial debe de encerrar, para los escritores japoneses, el cuento popular europeo de la bella durmiente, escrito tanto por los Grimm como por Perrault. Yasunari Kawabata publicaba siete años antes de su Nobel La casa de las bellas durmientes y Haruki Murakami (Kyoto, 1949) lo recrea también ahora en esta novela que su brillante traductora ha preferido presentarnos con su título en inglés -simultáneamente, la versión gallega opta, al contrario, por traducirlo: Tras do solpor-.Aquel viejo empeño zolaesco de escribir la novela con palabras tan transparentes y limpias que remedasen la sutileza de un vaso de vidrio, para no entorpecer el acceso de nuestra mirada a la realidad descrita, se cumple finalmente al pie de la letra en la mayoría de las novelas de éxito, caracterizadas por algo así como un deliberado no-estilo. También es propio de la fingida literatura narrativa actual la renuncia a lo que Michel Raimond, en su famoso estudio sobre la crisis de la novela entre siglos, dio en denominar "los escrúpulos del punto de vista". Podríamos también hablar de una especie de "no-estructura" propia de las novelas posmodernas, que se limitan a jugar con la tercera o la primera persona y un combinado romo de narración, descripción y diálogo en términos desprovistos de cualquier engorro, siempre en aras de una supuesta facilidad de lectura incuestionable.
La última obra de Murakami es, felizmente, ejemplo de todo lo contrario. Su lectura es apasionante pero va en todo momento acompañada de un espesor literario de gran calidad. Habla de la realidad más actual, sus protagonistas son muy jóvenes y resulta convincente la presentación de sus sentimientos y problemas, pero el lector avisado no dejará de percibir que estos logros tienen mucho que ver con el modo en que el autor narra arropando, por lo demás, el mundo que recrea con variados referentes artísticos.
Este escritor siempre nos seduce por su sincretismo entre cultura japonesa y cultura occidental. Su conocida pasión por el jazz se manifiesta aquí, incluso, en el propio título, tomado de un tema virtuosamente ejecutado al trombón por Curtis Fuller. Murakami es destacadamente anglófilo en sus gustos literarios, como traductor al japonés que ha sido de Carver, Scott Fitzgerald o Chandler; pero After Dark muestra otra faz diferente, muy afrancesada. De hecho, hay en ella un homenaje explícito a Jean-Luc Godard, cuyo filme distópico Alphaville inspira uno de sus escenarios fundamentales. Pero no es menos perceptible la inconfundible huella del llamado "objetalismo" propio del Nouveau-roman, por no hablar de aquel sutil maridaje entre cine y novela que el propio Robbe-Grillet, Claude Mauriac o, por caso, Margueritte Duras lograron. Murakami describe con la precisión de agrimensor que, no sin malicia, se le atribuía al primero de los citados, pero lo hace de modo mucho menos estomagante. Todo lo contrario: potencia así la fuerza de unas situaciones siempre significativas en las que el diálogo se nos revela fundamental para la propia definición de unos personajes llenos de matices, descritos desde fuera, conductistamente.
Esa visión externalizada viene de aquellos escrúpulos del punto de vista, y aquí, al tiempo que conforma la estructura novelística, es objeto de irónicos guiños metanarrativos. Menudean las referencias a cómo el sujeto de la enunciación, el yo o el nosotros desde el que se narra, se despersonaliza para encarnarse "en un punto de vista conceptual desprovisto de masa" (página 133). De tal modo, "nuestros ojos se convierten en una cámara aérea que flota por el aire y que puede desplazarse libremente" (página 35): eso es tanto como la "visión estelar o astral" que Valle-Inclán reivindicaba para narrar en La media noche un acontecimiento colectivo, desarrollado a través de una pura fluencia de simultaneidades, como era la guerra de trincheras en 1917. Simultaneidad y reducción del tiempo explican algunos de los logros más notables de la renovación novelística de entonces, cuando la gran ciudad, así novelizada, se convierte en protagonista colectivo y Jules Romains desarrolla su unanimismo como la visión estética del alma supraindividual que emana de las masas. Pese al protagonismo aparente de una bella durmiente como Eri Asai, y una concesión -muy Murakami- a la fantasía de estirpe kafkiana, resuelta aquí a través de un juego basado en la confusión entre realidad y ficción televisiva, After Dark es una extraordinaria novela de ciudad, de un Tokio posmoderno captado a vista de pájaro en el intenso lapso que va desde la media noche hasta el amanecer.