Los hundidos. En busca de seis entre los 6 millones
Daniel Mendelsohn
10 enero, 2008 01:00Daniel Mendelsohn (Long Island, 1960) no cita a Proust al inicio de su obra por mera afinidad estética. Cuando Proust, judío asimilado, pero familiarizado con el antisemitismo de una época marcada por el caso Dreyfus, escribe en La prisionera: "las almas de los muertos vienen a echarnos a puñados sus desventuras", anticipa proféticamente la perspectiva del judío del siglo XXI. Hundidos o salvados, el sufrimiento de las víctimas se actualiza constantemente por obra de las generaciones posteriores. Algunos consideran que el drama del pueblo judío y otras minorías, ha adquirido un protagonismo excesivo. Al margen de las polémicas sobre el término adecuado para referirse a esa catástrofe moral (holocausto, genocidio), la controversia debería orientarse hacia la discriminación entre libros banales o necesarios. Mendelsohn ha escrito un libro necesario, que apunta en dos direcciones: por un lado, se inscribe en esa forma literaria inaugurada por Sebald, donde se conciertan imagen y palabra, lo biográfico y lo colectivo, la investigación histórica y la arqueología del yo; y por otro, redunda en una interpretación del Holocausto, que identifica en Auschwitz la esencia de nuestra cultura (Kértesz, Améry). Mendelsohn, judío escéptico, pero con cierto conocimiento del Pentateuco y la Torá, descubre en su infancia que entre las víctimas del Holocausto hay seis miembros de su familia. La tragedia está rodeada de un incomprensible silencio, que puede atribuirse al dolor, el miedo o la desesperanza, pero también a una culpabilidad irracional. La culpabilidad no ya del superviviente, sino del que atribuye el odio a una causa justificada. La infamia culmina su trabajo de destrucción cuando las víctimas asumen una responsabilidad imaginaria.
Sin la prosa deslumbrante de Sebald, pero con una concepción semejante de la escritura, Mendelsohn inicia una exploración del pasado, que le permitirá conocer sus raíces y comprender la necesidad de preservar la memoria del dolor, una llama que si se apagara por el olvido, provocaría una segunda muerte de las víctimas y el triunfo definitivo de un experimento político y moral que, lejos de perder sus bases teóricas (el darwinismo social, el nacionalismo exacerbado, la intolerancia), aguarda una nueva oportunidad. Mendelsohn imprime a su pesquisa la expectación necesaria para empujar al lector página a página, pero esa habilidad narrativa es mucho menos importante que su capacidad de análisis. Los muertos exigen un "cuidado a perpetuidad"; sólo así cumplirán su destino: continuar entre nosotros. No pueden ser "lo innombrable", pues lo innombrable escapa al conocimiento. Las fotografías son eco y presencia, recuerdo y actualidad. Al pensar en los muertos, les devolvemos al tránsito de la vida. Caín levantó la primera ciudad para ocultarse de Dios, pero el estigma del crimen permanece visible. Para algún midrash, el pecado original no consistió en comer del árbol de la Ciencia, sino en levantar la mano contra Abel. Al igual que Abel, el pueblo judío es un pueblo nómada. La agricultura que sostenía a Caín muestra la violencia escondida en la posesión de la tierra. Mendelsohn finaliza su peripecia al completar la historia de las víctimas de su familia. Ha estudiado la Torá, ha viajado por varios continentes, pero su experiencia sólo es un "logro" y, en ningún caso, dicha. Los hundidos no es un libro más sobre el Holocausto, sino una obra imprescindible para conocer el subsuelo de nuestra cultura y renovar el compromiso moral con las vidas destruidas.