Las novelas en español de 2024: el triunfo del individualismo atómico
- Las votaciones de los críticos evidencian el enorme contraste de tendencias: el intimismo estricto, la temática histórica, la libérrima invención...
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Ramón Pérez de Ayala escribía hace justo un siglo que nuestra novela de entonces presentaba el triunfo del "individualismo atómico". Y otro ensayista coetáneo, Álvaro Alcalá Galiano, remachaba que a la hecatombe de la dictadura naturalista le había sucedido "la anarquía". Parecen estas opiniones un retrato de ahora mismo porque un enorme contraste de tendencias caracteriza también las fechas presentes, las de hoy y las de los últimos tiempos.
Corrobora este rasgo la lista de las diez obras elegidas por los críticos de El Cultural. En ella coexisten el intimismo estricto (el que practican Sabina Urraca y Paula Ducay) y el panorama histórico que compagina documento e invención (Juan Manuel de Prada). De ambos se distancia la libérrima invención (la fantasía marca de la casa de Jon Bilbao). También se dan actitudes formales tan irreconciliables como la andadura narrativa clásica (Luis Landero o Gonzalo Torné) y el prurito vanguardista y experimental (Agustín Fernández Mallo). Otra corriente actual bastante intensa, el relato testimonial de la violencia, se halla en Leila Guerriero y Clara Usón.
Solo un poco se deja ver, sin embargo, en dicha nómina el que quizás sea el rasgo más destacado de nuestra prosa del último lustro largo. Me refiero a la ya cansina autoficción con la que juega Fernández Mallo y que impregna la prosa de Leila Guerriero, indistinguible del memorialismo y la autobiografía explícita que han dado estos últimos meses varios títulos relevantes: Una historia particular (Manuel Vicent), Los íntimos (Marta Sanz), El mejor libro del mundo (Manuel Vilas), Vida y maravillas (Gutiérrez Aragón), Ropa de casa (Ignacio Martínez de Pisón) o Nela 1979 (Juan Trejo).
La escritura del yo abunda tanto que hace sospechar si no vivimos un momento de precaria invención
Esta escritura del yo abunda tanto que hace sospechar si no vivimos un momento de precaria invención y de falta de fuerza fabuladora que lleva a los autores a mirarse a sí mismos en vez de observar el ancho mundo exterior. Lo cual no es obstáculo para que hayamos podido leer obras de Luis Mateo Díez (El amo de la pista), Sergio Ramírez (El caballo dorado) y Eduardo Mendoza (Tres enigmas para la Organización), marcadas por la invención o la fantasía y que apelan al gustoso y viejo arte de contar. Un arte que sustenta los valiosos libros de este año de Arturo Pérez-Reverte, Álvaro Pombo o Rafael Reig.
Por otra parte, la variedad no impide que no hayan seguido ocupando buen lugar en las librerías los subgéneros de moda desde hace tiempo, la novela criminal y la histórica, dos corrientes preferidas por el consumo literario. Tendencia también notable es una problemática femenina y feminista por la que se decantan cada día nuevas escritoras y otras todavía jóvenes.
Sigue vigente, además, aunque quizás algo a la baja, la prosa de denuncia: los relatos sociales de Daniel Ruiz (Mosturito) y Rafael Navarro (Planeta invernadero), este sobre el fondo candente de la degradación de la naturaleza. A su aire, en cambio, va Sara Barquinero, cuya proeza narrativa, de desigual mérito pero muy interesante, Los Escorpiones, me sorprende que no haya subido al pódium del año.
El repaso del año requiere una mención a la vigencia y fertilidad del cuento, forma hoy con entidad propia y no un modo de hacer dedos como decían antaño los propios escritores. Destaco el libro jocoso y de mucho disfrutar del veterano José María Merino y la preciada recopilación de Sergi Pàmies. A estos nombres añado el de un auténtico hallazgo, el desconocido José Moreno. Su Gagarin o la triste certeza de viajar solo es una de las mejores colecciones de cuentos que he leído desde hace mucho.