Como en cualquier extraordinaria novela negra, de género, noir, negrocriminal o como se quiera definir más allá de algunos prejuicios que todavía a veces parecen existir, lo relevante no es tanto la investigación de las muertes (en el caso que nos ocupa, la de una niña blanca, Tessie Fine, y la de una mujer negra, Cleo Sherwood, que no le importa a nadie) sino el retrato de una época, sus condicionantes sociales y políticos, la representación de los deseos, frustraciones y relaciones de poder de mujeres y hombres a través de una narración precisa e intensa que nos arrastra. Y eso es lo que logra Laura Lippman (Atlanta, 1959) en la absorbente La dama del lago.
Si Piel quemada, la anterior novela de la autora, gravitó sobre el fatalismo y la melancolía impulsados por el sexo y el dinero de El cartero siempre llama dos veces y Pacto de sangre de James M. Cain, esta nueva novela parece hacerlo desde el ojo esquinado de las aproximaciones de Walter Mosley hibridado con Ta-Nehisi Coates, Philip Roth, Dennis Lehane y Patricia Highsmith.
La escritora sitúa la historia en la década de los sesenta en Baltimore para mostrar la separación racial entre blancos y negros, la sexualidad, la enorme brecha y limitaciones de las mujeres en comparación con los hombres en todos los ámbitos, las normas de una sociedad constreñida por factores religiosos o de otro tipo.
Precisamente, esta magnética novela de Laura Lippman trata de una mujer, Madeline Schwartz, y su deseo de romper las reglas, o al menos de reinventarse, pese a quien pese. Su búsqueda es una lucha contra su tiempo y contra todo lo que se considera correcto en aquellos años, pero que aún hoy suena conocido e incluso demasiado cercano. Porque el agujero negro entre mujeres y hombres resulta palpable aún hoy, en todos los ámbitos, desde el doméstico al laboral.
De ama de casa judía, complaciente, con un hijo y hogar perfecto que representa Madeline Schwartz, pasa a convertirse en una mujer independiente que transita una zona que no parece corresponderle por los dictados sociales de la época, pues mantiene una relación sexual clandestina y busca trabajo como periodista en The Star –un oficio masculino en el que apenas hay mujeres– después de escribir al sospechoso del asesinato de Tessie Fine y descubrir en las misivas algo que no había descubierto la policía.
La escritora sitúa la historia en la década de los sesenta en Baltimore para mostrar la separación racial entre blancos y negros, la sexualidad, la enorme brecha y limitaciones de las mujeres en comparación con los hombres
La novela abarca de octubre de 1965 a noviembre de 1966 y presenta una estructura alterna que combina la tercera persona para relatar las acciones y pensamientos de Madeline Schwartz; la primera persona con los personajes que interactúa o se cruza la protagonista; y la voz de Cleo Sherwood, que habla desde el más allá, una voz llena de ironía y pus que se dirige a Maddie.
Esta composición otorga dinamismo a la narración y una mirada más amplia sobre el panorama humano que explora Lippman. Un juego de emociones, miedos, culpas, ambiciones, resentimientos y rencores claramente universales. Pero además escritos con una prosa que nos empuja y unos puntos de giros brillantes que colocan al lector en lugares inesperados.
A esto se une que el libro tiene una adaptación televisiva dirigida por Alma Har’el y protagonizada por Natalie Portman y Moses Ingram para Apple TV, que seguro hace que más lectores se acerquen a esta espléndida historia. Una novela que se lee con el entusiasmo de esas situaciones realmente transcendentes. Eso consigue Laura Lippman, una escritora que conecta con los maestros del género para radiografiar los abismos de la condición humana y que en este libro nos regala un personaje complejo que sirve también para cartografiar la sociedad de aquellos años.