Al reconocimiento de los lectores, la crítica y varios premios que viene mereciendo la poesía de Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias, 1950), se sumó el año pasado el prestigioso Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, un galardón que conlleva la edición de una antología, esta, un volumen extraordinario por la colección de poemas y otros textos de la autora, acompañado todo ello por un espléndido ensayo preliminar de Amelia Gamoneda, quien ya había publicado en 2016 Del animal poema, un estudio sobre la poeta de todo interés.
Además de una obra poética como muy pocas, iniciada en 1986, con El tercer jardín, García Valdés, de formación filológica y filosófica, es autora de una biografía de Teresa de Jesús, traductora, ha publicado críticas y ensayos sobre literatura y arte –escritos ricos por lo que dicen y cómo lo expresan– y su nombre está unido a las revistas Los infolios y El signo del gorrión, entre otras actividades.
En uno de sus textos teóricos, “Después de Y todos estábamos vivos”, se lee: “La poesía trabaja con los materiales de la vida; un poema es un lugar raro en que se guarda la vida”. Así, no se trata de fantasía –tampoco de mímesis, como ella misma ha dicho–, sino de la vida, lo que incluye la desdicha, el dolor, el miedo,la muerte, pero en ese mismo texto añade que se trata de, “más allá o más acá de la aspereza, del roce con lo que nos va pasando, con lo rugoso y áspero que nos reseca, señalar la intensidad con que se percibe la vida, lo celebratorio –celebración del mundo, de estar, de percibirlo–.” Todo eso lo guarda el poema y, pese a las desdichas, etc., lo guarda como celebración, canto.
Poesía de excelencia, escritura que poetiza y piensa el mundo para presentarlo como un jardín
Esa idea de “guardar” recuerda lo escrito por Heidegger en “La sentencia de Anaximandro”: “Todo lenguaje poético, tanto en este sentido amplio como en el más estricto de lo poético, es en el fondo un pensar. La esencia poética del pensar guarda el reino de la verdad del ser” y de esa esencia participa la escritura de esta poeta.
Con un léxico sencillo –no es detalle menor que se renuncia a la mayúscula inicial en algunos poemas y títulos de sus libros, como si se hablara en voz baja–, una sintaxis que evita el barroquismo y un ritmo que se desentiende de los esquemas tradicionales para someterse al aliento del cuerpo, a lo que dicta la respiración –y es como si ello insuflara vida–, García Valdés regala al lector un hablar que no necesita escenas o historias extraordinarias para ser poético, un hablar que por medio de una mirada, penetrante, sabia, al mundo, atravesándolo, accede al conocimiento de todo ello –conocimiento también de sí mismo, del yo que habla, del lector–, de aquello a lo que hay que denominar su verdad, la verdad de “los materiales de la vida” transmutados en palabras, poemas.
[Cinco poemas de Olvido García Valdés, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana]
Si ha escrito que “clausurada la mímesis, / la palabra hermosura es una incógnita que huye”, hay que decir, leyendo los poemas de García Valdés, que esa palabra o, mejor, su sentido pleno, ha sido atrapado y los poemas lo guardan. Poesía, en fin, de excelencia, escritura que poetiza y piensa el mundo para presentarlo como jardín, un jardín, ya ha quedado dicho, en el que no falta la desdicha, un jardín, pues, contrapartida de la vida, una vez que se la ha elevado a la más alta poesía.
[escribir el miedo]
escribir el miedo es escribir
despacio, con letra
pequeña y líneas separadas,
describir lo próximo, los humores,
la próxima inocencia
de lo vivo, las familiares
dependencias carnosas, la piel
sonrosada, sanguínea, las venas,
venillas, capilares