No son pocos los escritores franco marroquíes que irrumpen en el panorama literario francés aportando una osadía y dominio de las letras que dejan a los lectores galos atónitos. Tal es, sin duda, el caso de la escritora Leila Slimani (1981, Rabat) en cuyas obras literarias, —novela, teatro y ensayo—, consigue alcanzar un grado altísimo de implicación social y compromiso personal. Persona más que reservada, poco amiga de las entrevistas y aún menos del falso populismo de las redes sociales, reivindica que para ser escritor lo primero que uno debe hacer es amar la soledad, el silencio y la verdad.
Comprometida activista por los derechos humanos, en 2014 y después de una carrera en el mundo del periodismo y la interpretación, publicó su primera novela, En el jardín del ogro, cuyo tema, la adicción sexual femenina y la literatura, llamaron la atención de la crítica. Alcanzó la cima en 2016, con Canción dulce, una novela de tintes policiacos, que partía de una historia real: el caso de una niñera que, en Estados Unidos, había acabado asesinando a los niños que cuidaba.
Con esta novela, Slimani ganó el Premio Goncourt y fue un éxito internacional. Al año siguiente, llegó Sexo y mentiras, un polémico ensayo sobre Marruecos y, por último, El país de los otros, primera parte de una trilogía de su saga familiar, todos publicados en España, por la editorial Cabaret Voltaire. En los Teatros del Canal, hace unos días, la autora leyó fragmentos de El perfume de las flores de noche (2021), una obra que escribió tras pasar una noche entera encerrada en un museo de Venecia, rodeada de silencio y obras de arte. Por primera vez se lanzó a escribir tras las consignas de un encargo.
[Nostalgia y pasos perdidos en la nueva novela de Leïla Slimani]
Pregunta. ¿Cómo fue la experiencia de aquella noche?
Respuesta. Me di cuenta de que se podía crear bajo unas cláusulas muy cerradas si se hacía con sinceridad total, aceptando desvelarse. Para mí, acabó siendo una experiencia muy fuerte y poderosa, ya que, sin poder salir del museo, dejé por fin vagar mis pensamientos y hablar de temas que me eran muy queridos como mi padre y las cuestiones de identidad.
P. Usted reivindica la importancia de la soledad y del silencio para llegar a ser escritor. ¿Ese estado de reclutamiento total es necesario para descender a las profundidades del ser, donde habitan los fantasmas?
R. Para mí está en el corazón mismo de la escritura. No hay escritura sin soledad y cuando uno pasa mucho tiempo sola, cuando uno busca en lo más profundo de sí mismo, aparecen los fantasmas. Viven con nosotros, nos hablan, nos inspiran. A veces, es doloroso, pero también llega a ser maravilloso cuando te das cuenta de que alimentan la creación de otros personajes.
"Cuando uno busca en lo más profundo de sí mismo, aparecen los fantasmas. Viven con nosotros, nos hablan, nos inspiran"
P. Esos momentos, en los que pasó usted en solitario, le vino a la mente su pasado marroquí, su padre, ya fallecido y que había estado en la cárcel durante diez años acusado de corrupción.
R. Sí, creo que la infancia es la matriz de todo escritor. Es el lugar del que exilamos y al que jamás volveremos, por eso nos concierne tanto. También es el momento de las primeras emociones, el momento en el que aprendemos el lenguaje y al que siempre desearíamos volver para reencontrarnos, precisamente, con la fuerza de esas sensaciones.
P. De hecho, El perfume de las flores de noche evoca una paradoja: encerrada en el museo, usted se siente más libre que en ningún otro lugar. Su libro me hace pensar a la tesis de Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido, donde habla de su experiencia personal en Auschwitz. Es también la experiencia de su padre. ¿Podría explicarnos su cita “mi padre está en la cárcel y yo soy escritora”?
R. Escribiendo este libro, comprendí que la vida de un escritor era, en efecto, el resultado de una contradicción. Por un lado, debemos encerrarnos para escribir, rechazar el mundo. Y por otro, justamente porque escribimos, porque vivimos una vida interior intensa, no estamos jamás encerrados. Podemos atravesar todos los muros, todas las fronteras.
[Leila Slimani y la relatividad de lo extranjero]
P. Sus obras son muy diferentes las unas de las otras, en género, en estilo, en historia. ¿Qué tipo de escritora se considera usted?
R. ¡Hui! ¡No tengo ni idea! Intento no analizar nunca mi trabajo, ni analizarme a mí misma. Creo que son los lectores y los críticos a los que les corresponde responder a esta pregunta.
P. Marguerite Duras, Virginia Woolf, prácticamente todos los grandes escritores se interrogan sobre la función de la escritura y el trabajo de un escritor. ¿Cuáles son los autores a los que se siente más próxima y por qué?
R. Soy una lectora apasionada y me encantan muchos escritores. Sería muy difícil para mí tener que escoger. Pero, digamos que admiro enormemente a autores como Woolf, Kafka, Roth o Toni Morrisson, para los cuales la escritura representó el sentido y el corazón de sus vidas.
P. ¿Esa necesidad de soledad y silencio que necesita un escritor podría compararse a la de los místicos que buscan en ese estado su encuentro con Dios? ¿Qué es para usted ser escritor? ¿Qué representa la escritura? ¿Qué le permite?
R. La escritura lo es todo para mí. Me permite vivir, respirar, vengarme, renunciar también a las vidas que no tendré.