No todos saben que Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) fue funcionario en la Administración del Ayuntamiento de Madrid. Además, tiene un pasado como poeta: a principios de los 70 perteneció al grupo Claraboya junto a Agustín Delgado, Ángel Fierro y José Antonio Llamas en León. A medio camino entre los dos extremos, el prosaico y el lírico, florece la narrativa del autor, cuya imaginación desbordante le ha aupado a las más altas distinciones literarias de nuestro país: ha recibido por partida doble el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica y, en 2020, el Nacional de las Letras.
Acaba de cumplir 80 años y ha pasado medio siglo desde que publicó su primer libro de cuentos, Memorial de hierbas. Ni se le pasa por la mente, lúcida e inagotable, abandonar la escritura. “Contar es el mayor aliciente de vivir”, celebra el escritor, que ocupa el sillón “I” de la RAE desde 2001. El conjunto de su producción literaria resulta de una combinación de humor y erudición. Mis delitos como animal de compañía, su nuevo libro publicado en Galaxia Gutenberg, no es una excepción, aunque esta vez la jocosidad se tiñe de un barniz amargo.
El protagonista, que padece un trastorno mental, sobrevive en una de las Ciudades de Sombra de la reconocible Provincia, proyectada por el autor de La fuente de la edad en tantas novelas anteriores. Armenta es el escenario de los macabros juegos morales a los que a menudo Díez somete a sus personajes. El resultado no escapa a su singularísimo estilo, pero tampoco es la novela tipo del escritor y académico. Él mismo lo detalla en esta conversación.
[Luis Mateo Díez: “La ficción me resulta más interesante que la vida misma”]
Pregunta. Dueño de una producción literaria tan extensa y lo que suponemos como una intensa actividad lectora, ¿de dónde saca tiempo para mezclarse con la realidad, tan presente en sus novelas?
Respuesta. La realidad y la ficción están unidas en mi vida, queda poco margen en el que no exista la contaminación de ambas. Vivo lo que invento e invento lo que vivo, es una manía de largo alcance y bastante compensatoria. Lo real se amolda a lo imaginario. La vida me resulta así más intensa y vivible, amplía la experiencia de sobrellevarla.
P. ¿Alguna vez ha sentido que se le acababan las historias que contar?
R. Todo lo contrario, las historias me asedian, tengo que refugiarme de ellas y poner orden. Sobrevivo, como le insinué, enfermo de ficción y contaminado. Contar es el mayor aliciente de vivir y en las historias está el cuento de la vida. Son persistentes e irremediables. A veces las busco y otras vienen sin llamarlas.
“Los años no me quitan la curiosidad, pero no leo todo lo que debiera a los jóvenes. De ahora mismo, me interesa especialmente Pilar Adón”
P. El humor sigue en la primera línea de su narrativa. ¿No se supone que con la edad uno se vuelve más serio y cabal?
R. La edad nada tiene que ver ni con la seriedad ni con el sentido común. El humor es un signo de lucidez, para tenerlo conviene cultivarlo. Me hice mayor hace tiempo y el humor se intensificaba dejando atrás las melancolías juveniles y los cabreos adolescentes. Tampoco fui un niño risueño. Los años fueron dándome esa lucidez irónica y humorística.
P. ¿Cómo podríamos definir el humor en su obra?
R. Un humor de contraste, entre satírico y jovial, a veces casi abstracto, en la tradición de lo tragicómico y con algún grado de herencia de la literatura del absurdo. Una literatura, por cierto, ya muy presente en algunos de nuestros escritores de los años treinta y cuarenta.
P. Al mismo tiempo, no abandona el sentido de la fábula llena de simbolismo expresionista ni los temas cruciales de la condición humana…
R. El expresionismo es una estética que siempre me impregnó, en maridaje con un cierto surrealismo. De ahí vengo, de esas opciones estéticas que contribuyen a la irrealidad de la manera que más me convence y sugestiona. Era Borges quien decía que la irrealidad es la auténtica condición del arte. Me gusta exprimir esa realidad, darle la vuelta. Cuando esas percepciones se apuran, y hay un estilo que las sirve, suelen aparecer sustancias simbólicas. Siempre persigo una mirada literaria metafórica. Fábulas del sentimiento, con mucha frecuencia, aunque de sentimientos perecederos se trate. Los temas cruciales de nuestra condición son los habituales de los grandes creadores a quienes quisiera parecerme.
“Llegar a convertirme en un ser melancólico, sin dar la tabarra a nadie, es una de mis aspiraciones más vitalistas y consecuentes”
P. ¿Qué pensarán sus lectores de su nueva obra? Siempre los ha tenido en cuenta.
R. Sinceramente, espero que les guste, ya que mis lectores me muestran cierta adicción, que es el mejor aval para seguir escribiendo, ellos me sostienen. No soy un novelista de repeticiones, aunque pueda serlo de reiteraciones. Mi mundo tiene una identidad y supongo que una escritura a su altura. Los lectores que merecen la pena son los que no se conforman con cualquier cosa. Exigen y, cuando te percatas, eres un escritor exigido.
P. Esta es una novela más compleja que las suyas habituales, no me diga que no. Hay técnicas literarias arriesgadas y hasta juegos metaliterarios que no suele practicar.
R. Ojalá fuera compleja y no complicada. Es la novela de una voz, la perturbada o volada del personaje protagonista. Como si estuviera predestinado a lo que él mismo denomina un trastorno universal. Se trata de una fábula que con parecido aliciente de perturbación y humor resulta muy contemporánea, muy actual, si somos conscientes de cómo tienen la cabeza los que nos gobiernan, y de la que nos cae encima apenas salimos de casa.
P. Incluso cita a algunos escritores reales, supongo que amigos suyos, a quienes el protagonista piensa recurrir para que le echen una mano.
R. El protagonista también pretende ordenarse escribiendo o dictando una novela. Intenta que la ficción sea, al fin, su salvaguarda. Y cita a algunos amigos novelistas a los que recurre y da la tabarra. Merino, Longares, Soler, García Ortega o Pérez Zúñiga son, entre otros muchos, los amigos novelistas que más admiro.
P. Por cierto, ¿lee a los jóvenes narradores, le interesan?
R. No leo todo lo que debiera. Los años no me quitan la curiosidad pero limitan mis intereses, que se centran, sin remedio, en las relecturas. Volver a quienes tanto debes y que, en el regreso, se te revelan del modo más inesperado. Una experiencia doblemente enriquecedora si como en mi caso te sientes heredero, no otra cosa que un heredero agradecido. De ahora mismo, me interesa especialmente Pilar Adón.
P. “La gran literatura se fue por el vertedero entre el siglo diecinueve y los pasos de peatones”, dice su personaje. ¿Lo cree usted así?
R. Es una de sus salidas. Algunas son ingeniosas y otras disparatadas y, sin embargo, tienen cierto poso inquietante. En el torrente de palabras que usa de modo tan desmedido, hay cierto arrebato de opiniones, llamadas al orden y excursos atrabiliarios. Una voz, una mente, una búsqueda de su malograda lucidez y una capacidad para alterarnos o sacarnos de quicio. Me parece uno de mis mejores personajes pero, si le soy sincero, no iría con él a ninguna parte, aunque le confieso que me resulta entrañable.
"El protagonista de esta novela me parece uno de mis mejores personajes, pero no iría con él a ninguna parte"
P. Existe una frontera entre la lucidez y el trastorno que utiliza como conflicto y vector narrativo, un asunto ya conocido en otras novelas suyas. ¿Tiene un significado especial?
R. Lo tiene como viaje de la mente, como la dificultad de mantener la lucidez ante la alerta de la enfermedad mental, cuando algo de ese temor nos conmociona.
P. No obstante, su motivación no responden a esa moda de hablar sobre la salud mental.
R. Es un asunto que conozco en la cercanía de mi experiencia, pero literariamente suele remitir a lo onírico, a las ensoñaciones. Siempre digo que mis personajes tienen una gran fragilidad y un mundo interior poderoso, donde el sueño marca la inseguridad de su existencia entre las advertencias de lo desconocido, de lo misterioso. La mente y la mentalidad, ya sabe usted, lo que se presiente y el modo de comportarnos.
P. A propósito, ¿qué hay de esa condición de “héroes del fracaso” con que tantas veces ha definido a sus personajes?
R. La fragilidad y la costosa lucidez los llena de pérdidas, los pierde, los hace perdidos y perdedores, pero hay un afán heroico en sus existencias, en el modo de gestionar sus vicisitudes, en su cualidad de vitalistas aun aceptando el destino incierto. No olvide que siempre habitan en Ciudades de Sombra y que el extravío es la norma urbanística de esas ciudades. De una heroicidad moral se trata, unos para bien y otros para mal.
[Realidad y leyendas de Celama, el León imaginario de Luis Mateo Díez]
P. La melancolía está también muy presente en la novela. ¿Cómo se revela ese sentimiento en su obra? Da la impresión de tratarlo ahora con mayor solemnidad.
R. La melancolía es el sentimiento de una afección moral y es persistente en mis novelas, en relación con la creación de las atmósferas. No solo en la impresión de los personajes, de sus emociones; también en lo que, en determinadas situaciones y ambientes, se siente y se respira. Es un sentimiento de madurez y quiebra, pero también lo es de consuelo y gusto. La melancolía sabe bien y llegar a convertirme en un ser melancólico, sin dar la tabarra a nadie, es una de mis aspiraciones más vitalistas y consecuentes.
P. Imaginación, memoria y palabra (lenguaje) son tres elementos sustanciales de su arte narrativo, según apunta Ángeles Encinar, una de las grandes especialistas en su obra. ¿Está de acuerdo?
R. Son elementos fundamentales de la ficción literaria, en el orden que se quiera, incidiendo con mayor intensidad en cualquiera de ellos. La memoria como fuente de la experiencia, la imaginación como fuente de la invención, la palabra como materia prima imprescindible para destilar lo que se cuenta. Con esos elementos trabajo y más allá no veo otras necesidades.
"El español está, más allá de inquinas torpes, en plena expansión y la RAE sigue contribuyendo a su cuidado"
P. Después de más de veinte años en la Real Academia, ¿qué balance hace, qué le ha reportado? ¿Qué impacto tiene en la actualidad de nuestra lengua?
R. Un balance enriquecedor, la experiencia de convivir en un mundo de sabios, de poder apreciar las palabras desde todas sus posibilidades, de contribuir a su cuidado y esclarecimiento, de sentir la responsabilidad de su patrimonio. El español está, más allá de inquinas torpes, en plena expansión y la RAE sigue contribuyendo a la conciencia común del mismo y a su cuidado, asumiendo también ahora lo que nos deparan las nuevas tecnologías.
P. ¿Qué tal se llevan los ochenta años recién cumplidos? ¿Y los homenajes que los celebran?
R. Se llevan con dignidad y aplomo, sin obsesionarse con las reparaciones, haciendo como bien se puede el aprendizaje de la soledad, de la condición de ser y estar solo. Los ochenta eran una lejanía en la que no reparaba. No es lógico hacerlo, pues no existen hasta que no llegan, es una frontera. Al cumplirlos, te das cuenta de que no es otra cosa que un horizonte, la bagatela de un año más. Y los homenajes son actos de la impagable amistad de que he disfrutado inmerecidamente toda mi vida.