Responsable del máster de Filosofía para los retos contemporáneos de la Universidad Abierta de Cataluña, impulsora del proyecto Espai in Blanc y colaboradora de la Escuela de Pensamiento del Teatre Lliure, Marina Garcés (Barcelona, 1973) puede presumir de haber revuelto las tranquilas aguas del pensamiento español gracias a libros como En las prisiones de lo posible (2002); Filosofía inacabada (2015); Fuera de clase (2016); Escuela de aprendices (2020) y Un mundo común (2013/2021).
Malas compañías (Galaxia Gutenberg), su última obra, es una ambiciosa aventura intelectual en la que recopila ensayos escritos a lo largo de veinte años que se distinguen porque, como ella misma explica a El Cultural, “en cada uno de ellos acompaño con mi escritura la obra de algún artista o pensador que me ha interesado, con el que he colaborado o con quien me he encontrado” hasta forjar “un entramado de complicidades" en un ejercicio libérrimo de “filosofía acompañada”, según lo define la propia autora. "Hay textos sobre autores coetáneos míos, como Ixiar Rozas, Santiago López Petit o los dramaturgos Juan Mayorga, Oriol Broggi y Josep Maria Miró”, añade.
Incluye también escritos sobre artistas como el fotógrafo Joan Foncuberta o el cineasta Joaquim Jordà; hay relecturas de obras más antiguas, como los escritos de Albert Camus, Georg Büchner o Diderot, “y también un texto principal en el que leo las cartas de mi abuela materna desde su exilio en Toulouse durante la Guerra Civil”, precisa, mientras destaca cómo “la cacofonía de estas voces articula un mundo de voces indirectas que se hablan entre sí para pensar contra los límites de nuestro presente sin futuro”.
[De Camus a Mayorga: las 'malas compañías' de Marina Garcés]
Pregunta. ¿Cuándo y cómo descubrió que aprender a pensar es lo mismo que encontrar lo extraño de la palabra, de nuestro modo de ser y estar en el mundo?
Respuesta. Sin experiencia de la extrañeza no puede haber pensamiento. El pensamiento no reproduce lo que sabemos, sino que nos expone a lo que está por volver a mirar, a pensar o a escuchar. En este sentido, siempre hay un punto de vista que desplaza hacia lo que nos resulta más extraño. Si no, no nos moveríamos. Esto lo entendí en cuanto descubrí la filosofía en el instituto, y me di cuenta de que no entendía nada y, sin embargo, necesitaba seguir leyendo. No me atrapaba lo que entendía sino lo que se me resistía. Y pienso que en eso consiste no sólo la filosofía sino el pensamiento, que es capaz de cuestionar lo dado.
P. ¿En qué sentido los filósofos y creadores a los que se siente más cercana son gente extraña, excéntrica? ¿Por qué son “malas compañías”?
R. Les llamo malas compañías, de forma irónica, porque ponen en cuestión lo que el sentido común y los cánones sociales consideran que deben ser las buenas influencias. Cualquier creador o pensador que nos invite a pensar por nosotros mismos y sin miedo será una mala compañía, aunque forme parte del canon literario, filosófico o artístico. La cultura, entera, es una experiencia de la extrañeza. Si no, es puro consumo académico o cultural.
“Hace tiempo que no queremos ver que el mundo global se ha construido sobre muchas heridas, desigualdades y dolor”
P. ¿Cuáles de estas “malas compañías” le han resultado decisivas a la hora de desarrollar su propio pensamiento?
R. A mí me han influido muchos tipos de autoras, de pensadores, de autores reconocidos y desconocidos. No tengo un campo cerrado de especialización ni una ideología que cierre mis lecturas. Además, no separo la filosofía más académica de mi experiencia con artistas o activistas. Me interesan todas las ideas y acciones que no tematizan sus propuestas, sino que problematizan los asuntos fundamentales de la vida. En el elenco de este libro están muchos de ellos y ellas, pero por supuesto podría haber muchos más.
P. Sí, pero ¿y usted? ¿para quién le gustaría serlo, y qué libros suyos la convierten en eso, en una “mala compañía” filosófica?
R. Mi relación con la filosofía siempre ha pasado por la creación de situaciones colectivas, ya sea en las aulas, en las calles o en los centros culturales. En todos estos espacios me gustaría haber intervenido de tal forma que algo impensable haya podido ocurrir. Del mismo modo, pienso que todos mis libros dan vueltas a una misma cuestión, que ya estaba en el título y pregunta de mi primer libro: cómo salir de las prisiones de lo posible.
P. Escribe en Malas compañías que somos las historias que nos narramos, y que esos relatos no son inocentes: ¿no vivimos en unos tiempos donde mandan la frivolidad y las prisas que pueden impedir que descubramos lo que esconden estas narraciones que nos explican el mundo?
R. Pienso que vivimos bajo una capa de comunicación muy superficial pero constante, que no nos deja escuchar y compartir la verdad de lo que nos pasa. Pero pienso, también, que no hemos dejado de interesarnos por los asuntos más importantes de la vida y de quienes nos rodean. El problema es que nos resulta difícil relacionarnos con ellos. La distancia y la impotencia se traducen en silencio y el silencio se acaba llenando del ruido ensordecedor y monotemático de las redes.
"Cualquier creador o pensador que nos invite a pensar por nosotros mismos y sin miedo será una mala compañía"
P. Pone el acento en la libertad, así que le planteo uno de los temas del libro: si no somos libres, ¿podemos ser morales?
R. No somos libres de ser quien somos, pero sí podemos hacernos más libres unos a otros decidiendo cómo queremos relacionarnos y porqué. Ahí está el espacio de la libertad y de la ética. No creo en los sistemas morales cerrados, sólo sirven de excusa para juzgar sin comprender. Pienso que la ética es un ejercicio constante de comprensión y de imaginación.
P. Si, pero ¿cuál es la diferencia entre sensibilidad y sentimentalismo, porque una le parece recomendable y el otro no?
R. La sensibilidad nos conecta con todo lo que nos rodea y nos atraviesa, desde lo material hasta las ideas y los conceptos más abstractos. El sentimentalismo, en cambio, es una hipertrofia del sentimiento que lo convierte en la única fuente inapelable de verdad. El sentimentalismo no sólo busca la emoción fácil, sino algo mucho más peligroso: legitima que todos pensemos que lo que sentimos es la única verdad.
P. Utiliza como punto de partida de sus reflexiones obras de Diderot, Camus, Kundera, pero también películas (Joaquim Jordá) y obras de teatro (Juan Mayorga, Eduardo de Filippo): ¿ha abandonado la filosofía las aulas y sus torres de marfil para hablar de algo que todos podemos reconocer, y compartir?
R. La filosofía nunca ha sobrevivido encerrada en las aulas. Su presencia en ellas es imprescindible, y yo defiendo que esté presente en todo el recorrido escolar, pero no es un asunto meramente académico, como no lo son tampoco ni la música, ni el arte ni tantas otras cosas que estudiamos en la escuela. La filosofía, por lo tanto, siempre ha tenido su parte activa en la creatividad social, política y artística de cada época.
"No somos libres de ser quien somos, pero sí podemos hacernos más libres unos a otros"
P. ¿Está en crisis el pensamiento crítico?
R. El pensamiento crítico siempre está en crisis, pero en épocas dominadas por el miedo, como la nuestra, además es visto como un ejercicio sospechoso, como un obstáculo y como un peligro para la seguridad de todos. Me asusta ver cómo instituciones que tendrían que velar por el pensamiento crítico, promoverlo y protegerlo, están hoy haciendo un uso estandarizado y temeroso de sus voces y de sus temas. Pienso, por ejemplo, en la universidad.
P. Otra de sus “malas compañías” es Albert Camus, del que destaca su preocupación por la verdad...
R. Me impresionó mucho leer las conferencias de Camus de 1957, en Upsala, tras la recepción del Premio Nobel. En ellas, hace una defensa nada inocente de la verdad, porque muestra que incluso queriendo decir la verdad estamos colaborando con la mentira que sostiene el orden injusto de nuestras sociedades.
P. ¿Y el arte? Porque en el libro recuerda que para Camus “el arte es un lujo mentiroso”. ¿Qué diferencia la verdad del artista de la del filósofo? ¿Es el arte otra manera de pensar la realidad y de hacer filosofía?
R. Todas las creaciones son formas distintas de aproximarse a la verdad. La verdad no es nada en sí misma, sino un deseo de evitar el engaño y el error. Por lo tanto, es un modo de relacionarnos con lo que hay sin caer en el cálculo de las conveniencias. La filosofía lo hace con la palabra conceptual, tejiendo problemas y argumentos. El arte, con otro repertorio de materiales, desde las historias a las imágenes o los sonidos, pero para mí están del todo entrelazados.
"El pensamiento crítico es visto como un ejercicio sospechoso en épocas, como la nuestra, dominadas por el miedo"
P. ¿Qué artistas actuales le interesan más y por qué?
R. En estos momentos me siento muy vinculada al teatro. Pienso que es un entorno en el que se están proponiendo un tipo de experiencias y de encuentros que permiten sintetizar toda la necesidad que tenemos de poner cuerpo a nuestras palabras y palabras a sensaciones que nos desbordan.
P. ¿Qué nos ha descubierto la guerra de Ucrania: la fragilidad de nuestras creencias políticas, la hipocresía de que haya conflictos de primera y de segunda, que las mujeres son las grandes víctimas olvidadas de la violencia…?
R. Hace tiempo que no queremos ver que el mundo global se ha construido sobre muchas heridas, desigualdades, peligros y dolor. Que estén desigualmente repartidos no significa que no existieran. Nos creímos el cuento del progreso, el desarrollo, las décadas de paz y las promesas de reconciliación final en un mundo único, a imagen y semejanza de las utopías del capitalismo occidental. Más que descubrir nada nuevo, más bien empieza a ser imposible e indecente seguir engañándonos.
“La educación no nos puede salvar por sí sola, pero sin la educación cualquier respuesta tiene los pies de barro”
P. ¿Cuándo empiezan las mujeres a vivir en paz, o, como dice Rebecca Solnit, los hombres siguen contándonos lo que pensamos y sentimos?
R. Como sostengo en el ensayo “Guerreras”, incluido en este libro, las mujeres no sólo hacemos y participamos en las guerras, sino que nunca vivimos en paz. La paz y la guerra se asemejan demasiado para gran parte de las mujeres del mundo. Como dice Aleksievich a través de sus personajes, tanto una como otra son un duro trabajo, y están atravesadas por el peligro no solo físico. También prácticas de la palabra, aparentemente inocuas como las descritas por Solnit, son modos de combatir a las mujeres.
P. ¿Es la educación la respuesta? ¿Por qué los distintos planes de estudio solo coinciden en minimizar la filosofía, quizá nos prefieren dóciles?
R. Tal como argumenté en el libro Escuela de aprendices, la educación no nos puede salvar por sí sola, pero sin la educación cualquier respuesta tiene los pies de barro. La base de una sociedad es poder aprender unos de otros, ese es el verdadero tejido social. Poderlo hacer en igualdad de condiciones y con la posibilidad de participar en la definición de las expectativas del propio tiempo es la única manera de evitar que el camino hacia la catástrofe sea el único que hoy podemos imaginar.