De todas las voces originales del pensamiento español en la última década, la de Marina Garcés se ha definido por explorar de forma personal caminos filosóficos, estéticos y políticos al margen de sendas trilladas más reconocibles o de oportunismos académicos. En otras palabras, una voluntad singular de encarar el problema de las alambicadas relaciones entre la teoría y la práctica teniendo en cuenta la responsabilidad política de la palabra y la escritura en un momento donde estas buscan el efectismo.
De ahí que su último libro, una recopilación espigada de textos redactados a lo largo de treinta años (1992-2022), brinde a sus lectoras y lectores una imagen muy definida de la peculiaridad de su mirada, pero también algunos relevantes asedios –no encuentro una palabra mejor– a los que esta pensadora ha tenido que hacer frente en ese consciente trabajo de estilo. No es casualidad que la autora en alguna entrevista a propósito de este volumen lo haya definido como “un poco espiritista”.
Porque, efectivamente, son “malas compañías” las que frecuentamos en estas densas páginas. Garcés nos invita a un poliédrico desfile de espectros en el que encontramos agudas iluminaciones, pero también presencias latentes como el cineasta Joaquim Jordà, Santa Teresa, Albert Camus, Santiago López Petit, el personaje literario Tristram Shandy, la leyenda de las amazonas, el escritor Pol Guasch, la teórica política norteamericana Wendy Brown o su propia abuela, sobre la que escribe en el emocionante, más personal y más ambicioso texto del libro, “Los ojos del comprender”.
En todos los artículos encontramos sobre todo, a una escritora que, consciente de la necesidad de pensar a contracorriente de las trampas de su identidad retrospectiva, entiende que hoy el tiempo filosófico digno de su nombre debe dejarse conmover por aquello que desestabiliza, incomoda o no se deja metabolizar de forma inmediata.
Hablando de los ensayos de Santiago López Petit, Garcés los define significativamente como “libros de autoayuda en negativo”. Me atrevería a decir que su propia escritura está comprometida con un programa semejante, aunque uno también encuentre extrañas zonas hospitalarias, resonancias acogedoras que normalmente no son escuchadas a la primera. Por ello no es casual que la necesidad de afrontar la problemática pedagógica de otra manera –¿cómo enseñar?, ¿cómo transmitir sin imponer?, ¿cómo legar algo sin disciplinarlo?– esté tan presente en muchas de estas reflexiones.
'Malas compañías' se revela como una oportunidad para pensar el presente de otra forma
“Cualquier retorno –escribe Garcés– es un comienzo que tiene su punto de partida en lo que se ha dejado atrás”. Si el texto sobre “Numax, nuestra universidad” me parece uno de los más pertinentes en esta selección es porque nos recuerda hoy la célebre experiencia sindical y existencial rodada por Jordá en dos momentos diferentes de la historia de España (1980 y 2005).
Evoca el espectro de un país que pudo ser y cuya promesa sigue asediando nuestro presente sin ninguna tentación nostálgica. Frente a las desfiguraciones que nos invitan a vernos en el espejo de un presente autocondescendiente, “esa escuela de dignidad” no puede ser entendida como una simple historia del pasado, entendiendo “pasado” como una comida “pasada”, caducada, sino como un surco de nuestra memoria afectiva.
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Por ello el tipo de regreso a los espectros ilusoriamente dejados atrás que ensaya Garcés en estos, por otra parte muy diferentes, textos puede leerse como un sintomático signo de época y como una oportunidad, filosóficamente hablando, de pensar el presente de otra forma: desde sus fisuras y discontinuidades. Hoy nuestro problema, a diferencia del utopismo en otras épocas, no es el exceso de sueño sino el exceso de vigilia. Como comenta Garcés a propósito del sugerente libro de Jonathan Crary 24/7, “dormir es una de las pocas experiencias que quedan en que, conscientemente o no, nos abandonamos al cuidado de los otros”.
Ante el elocuente bloqueo de nuestra capacidad de imaginar futuros resulta por ello también imperativo desconectar y forjar nuevas relaciones entre la memoria y el deseo. “La imaginación —escribe— tiene la virtud de moverse libremente en el tiempo: es memoria y es proyecto a la vez”. Agradezcamos la “mala compañía” de Marina Garcés por invitarnos a activar un pensamiento que intensifica el cuidado de nuestra vida y una escritura que da forma al cuidado de nuestro pensamiento.