Marina Garcés. Foto: Centro de las Artes de Sevilla
Dentro del panorama del pensamiento filosófico español en los últimos tiempos la figura de Marina Garcés (Barcelona, 1973), sobresale, por su relación con los nuevos movimientos sociales y su actualización de la llamada “filosofía de la diferencia”, como una de sus voces más sugerentes. Esta combinación provoca que su reflexión, lejos de aislarse en el comentario académico o limitarse a glosar los planteamientos de las diversas corrientes que la nutren, metabolice sus planteamientos a la luz de las nuevas interpelaciones del presente. En este sentido, todo un programa filosófico, y diría, politico, de futuro queda perfilado en el título de su último libro: una “filosofía inacabada”. En una importante conferencia de Jean François Lyotard de 1964, recogida por la autora para sentar las bases de su línea de intervención, el pensador francés, anticipando las serias interpelaciones que el movimiento de Mayo del 68 realizará al marxismo “histórico”, proponía tres ejes básicos para una “transformación” de la filosofía aún deudores de un Karl Marx, ciertamente, muy revisado: posibilitar un tipo de acción transformadora que, lejos de imponerse al mundo, se expusiera a toda su nueva complejidad; explorar una política falible más allá del maniqueísmo; y conectar con ese deseo utópico de cambio siempre latente en el movimiento de la realidad. No es mal programa. En la encrucijada en la que habitamos, donde nos interpela con mayor virulencia la perplejidad, Marina Garcés, aprendiendo de algunas derrotas políticas y culturales anteriores, nos sigue invitando a comprometernos con la filosofía o, mejor dicho, con el filosofar. Pero no para “realizarlo” -error de Hegel y cierto marxismo-, sino para “inacabar el mundo” y hacerlo más vivible, reparando en nuestra “propia debilidad e impotencia” compartidas. Una opción pertinente, pero que ha de tener en cuenta que su correspondiente “elogio de la finitud” no puede tampoco ser autocomplaciente de forma elitista con su impotencia y marginalidad, posiblemente el error en el que cayó gran parte del pensamiento llamado “posmoderno” desde los ochenta, una posición que, como acuñó en provisional fórmula de éxito Gianni Vattimo, también se reivindicaba explícitamente como “débil”. En todo caso, que la profesora Garcés haya elegido esta conferencia no muy conocida de J. F. Lyotard parece un acierto al menos para delimitar el problema. Si en su primera parte el libro discute la tensión de la nueva filosofía con el historicismo y apuesta por un “ambientalismo filosófico” que cuide de los diferentes ecosistemas sociales y sus formas de pensamiento al margen de los límites académicos, la segunda brinda una cartografía muy sugerente y, en ocasiones, brillante de esa “continua discontinuidad” que es el pensamiento filosófico del siglo XX. Un encuentro con algunos de sus pensadores y pensadoras que se ofrece, en el sentido foucaultiano del término, como “una caja de herramientas”, un conjunto de piezas, planteamientos y problemas que dotan de recorrido al proyecto de esta “filosofía inacabada”. Marina Garcés opina que solo puede salirse de la filosofía con la filosofía misma, pero también lanza sus dardos contra esa estandarización ornamental de la filosofía como un producto mercantil y una imagen dogmática del pensamiento que invisibiliza determinadas voces y apuntala un sentido común discutible. Un latido experimentalista y contaminante de cuño nietzscheano guía este empeño: “Una filosofía sin dominio”, reivindica Garcés. Una defensa sin duda alguna lúcida, sensible a las transformaciones culturales de nuestro tiempo y necesaria, en todo caso, en un momento en el que la filosofía aparece cuestionada y arrinconada de nuevo por las políticas públicas. "¿Cómo no filosofar?", se preguntaba Lyotard, "si simplemente es inevitable, siempre que estemos dispuestos a percibir y a querer nombrar la distancia entre nosotros y el mundo". En este ensayo, Marina Garcés se toma en serio esta apuesta, máxime teniendo en cuenta el peculiar carácter de encrucijada de un tiempo sacado de quicio como el nuestro y necesitado de nuevas brújulas para nuevos mapas.
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