Aquí está de regreso Michel Houellebecq, el escritor maldito de las letras francesas, el nihilista, el Balzac de la hipermodernidad, el lector de Lovecraft que cambió la idea de “al menos dos muertes por página” por repetidas escenas sexuales entre páginas. El lúcido justiciero de la literatura, fulgurante crítico social, ha ampliado con lente de aumento lo más deprimente de nuestras sociedades. En Sumisión (2015) imaginaba una distopía en la que el islamismo tomaba el poder en Francia, lo que llevó a sus muchos detractores a tacharle de racista y xenófobo. Para quienes lo acusan de una literatura demoledora y sin esperanzas, él responde que toma sobre sí lo negativo del mundo para que el público se alivie al ver en un libro lo más siniestro de la sociedad, como un Cristo cargando con los pecados ajenos.
Aniquilación es su octava novela, y si en las anteriores ya trató el consumo salvaje, la miseria sexual, la imposibilidad del amor, el turismo erótico, la desolación de la vejez, el cuerpo como mercancía, el fatalismo de la adicción a los antidepresivos, el provocador Houellebecq se ha convertido ahora en un romántico y en un observador bastante calmado de las estrategias políticas. Digámoslo claramente sin estropear el final de la historia: en esta novela el amor triunfa. En medio de peripecias y digresiones de toda índole, por supuesto.
La acción transcurre en 2027. Houellebecq lanza un thriller esotérico e informático, con vídeos amenazantes, signos satánicos y atentados misteriosos (por ejemplo, a una clínica de esperma danesa) y lo mezcla con la crónica de unas elecciones presidenciales, cuyo candidato es una estrella de la televisión que no sabe nada de política. Detrás del aspirante a presidente están Bruno Juge, un brillante ministro de economía y finanzas, y su asesor Paul Raison, ambos pertenecientes a las grandes Escuelas francesas, amigos y confidentes, y los dos en crisis en sus matrimonios.
Por cierto, a nadie se le escapa que el personaje de Bruno está inspirado en el actual ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, muy amigo del escritor. La trama de los mensajes cifrados y los atentados es en realidad un envoltorio para hablar de las estrategias de comunicación en unas elecciones políticas, y, sobre todo, un telón de fondo para que la novela se vuelque finalmente en la vida personal de Paul Raison, el protagonista. Mientras su matrimonio se va a pique, su padre, espía retirado de la DGSI, sufre un infarto cerebral en su casa de campo de Beaujolais.
Houellebecq, con su estilo bastante descuidado y eficaz, sus divagaciones sociológicas, sus caminos sin salida para despistar al lector, es un narrador que sabe sostener la atención, pese a que en esta novela de 604 páginas podría desaparecer la tercera parte sin que sufriese el meollo de la historia. La novela política se transforma a partir de un momento en una meditación existencial y en un cuadro de complejas relaciones familiares.
Aunque no se menciona la pandemia de la Covid-19, Houellebecq se enfrenta a las condiciones de los enfermos terminales y a la mala gestión de los centros paliativos, con el casi divertido rapto del padre de Paul Raison de uno de esos centros, para llevarle a su casa en medio de viñedos. El retrato de la familia de Paul se irá convirtiendo en el centro de la novela, sin duda la parte más sutil, porque la observación de las relaciones humanas es el punto fuerte de Houellebecq, menos nihilista y más moralista de lo que se le ha considerado.
Aurélien, el hermano sin personalidad y la cuñada insoportable; Cecile, la hermana hipercatólica y comprensiva; y la esposa de Paul, Prudence, bella, culta, vegana, adicta a una secta mística-ecologista, pasarán por encima de las digresiones sociales y la trama de espionaje esotérico, para alcanzar una significación de interés humano. Los momentos cumbre de la novela tienen que ver con la enfermedad que asalta a Paul en un momento dado. Muchas explicaciones médicas y hasta guiños a la gran novela El colgajo, de Philippe Lançon, también centrada en una compleja situación médica.
¿Se ha vuelto Houellebecq un escritor de la esperanza? ¿Puede un amor apagado resurgir de sus cenizas y servir de consuelo ante la muerte?
¿Se ha vuelto Houellebecq un escritor de la esperanza? ¿Puede un amor apagado no sólo resurgir de sus cenizas con plena pasión y servir de consuelo ante la muerte? En cada paso de Paul y su esposa Prudence no sólo se reaviva la piedad implícita en una sexualidad compasiva sino que el amor se vuelve mejor que la morfina, tal como afirma uno de los médicos. Nos preguntamos si se ha producido un cambio en el cronista implacable de la decadencia de la sociedad occidental del siglo XXI. El salto dialéctico de una humanidad despiadada y sin clemencia a un mundo donde hay médicos empáticos, buenos políticos, emigrantes generosos y mujeres capaces de cuidar a los demás, no es un salto menor.
Houellebecq es un escritor-estrella y quizá sea esta una vuelta más de tuerca en sus estrategias para seguir sorprendiendo a sus muchos seguidores en todos los idiomas. Hasta ahora conservaba sus cualidades míticas realizando sobre sí mismo el proceso inverso a los astros de la pantalla: si estos desprenden luz, Houellebecq mimaba su malditismo. En El mapa y el territorio, su novela ganadora del Goncourt, el pintor Jed Martin decide hacer un retrato a un escritor famoso llamado Michel Houellebecq, es decir, nos encontramos con Houellebecq dentro de Houellebecq.
El autor se describe a sí mismo rodeado de desorden y bebiendo vino compulsivamente. El personaje Houellebecq dentro de la novela dice algo muy significativo, hablando de lo efímero del consumo: “También nosotros somos productos, productos culturales. Nosotros también llegaremos a la obsolescencia. El funcionamiento del mecanismo es idéntico (…) sólo subsiste la exigencia de novedad en estado puro”. Y la novedad que Houellebecq nos ofrece en Aniquilación, desbaratando todas las expectativas, es que, en el desbarajuste de la vida y la muerte, existe una fuerza sobrehumana llamada Amor.