Michel Houellebecq. Foto: Miguel Medina

Anagrama, 2015. 211 páginas, 17'95€ Ebook: 10'99 €

Michel Houellebecq (Saint-Pierre, Reunión, Francia, 1958) es el príncipe de las provocaciones y el adalid de lo políticamente incorrecto. Sumisión ha levantado un pequeño escándalo en Francia, pues la ficción de una V República con un presidente musulmán se ha interpretado como un gesto de islamofobia y racismo. Aunque carece del poder de seducción de Charles Péguy, Léon Bloy o George Bernanos, Houellebcq flirtea con el catolicismo, insinuando que la identidad europea es inseparable de la herencia cristiana. Escéptico, ateo y materialista, su visión de la mujer no es abiertamente machista, pero su antipatía hacia el feminismo es clara e inequívoca. No es Charles Maurras, pero le repugna el humanismo que reivindica el legado ilustrado y el socialismo con su retórica sobre el progreso y la fraternidad. No le preocupa que esa postura roce el nihilismo. Aficionado a epatar y fascinado por el ruido mediático, Michel Houellebcq aborda el "choque de civilizaciones" en la Europa multirracial de principios del siglo XXI, con la óptica del indiferente que no espera nada bueno de la historia ni del género humano.



Sumisión dibuja un futuro inquietantemente cercano, con una Francia gobernada por un presidente musulmán, gracias al apoyo de los socialistas. La estrafalaria e improbable alianza surge del miedo a una victoria del Frente Nacional, liderado por Marine Le Pen, cuyo objetivo es salir del euro y poner fin a la dependencia de Estados Unidos. El protagonista de esta fábula es François, un anodino profesor de literatura de la Universidad París III-Sorbona. Especializado en Huysmans, ejerce su trabajo con desgana, sin otra motivación que enredarse en efímeros romances con las estudiantes más atractivas. Myriam es una joven judía que "contonea el culito con una gracia infinita" y con un talento excepcional para el sexo oral: "Cada una de sus felaciones habría bastado para justificar la vida de un hombre". François considera que el amor sólo es gratitud por el placer proporcionado. Myriam le hace feliz en la cama, lo cual despierta su agradecimiento, pero nunca se plantea ser su pareja, vivir juntos o formar una familia. Además, les separan veinte años y, antes o después, la distancia se volverá insalvable. Con la vejez aparece la disfunción eréctil y el placer comienza a ser una rareza, alejando a los amantes.



François vive en el barrio chino. Su apartamento de soltero es un lugar inhóspito, que invita a salir a la calle. Sin embargo, viajar le aburre y, aunque se compra unas botas de senderismo, caminar por el campo le produce hastío. Sólo logra apasionarse por Huysmans, aunque no logra acompañarle en su peregrinaje hacia la fe. Lo sagrado le resulta inaccesible, incomprensible y poco creíble. Su vida no es perfecta, pero el placer de leer y las aventuras sexuales le ayudan a soportar el tedio y la sensación de vacío. No pretende ser un héroe ni un santo. No es un cínico, pero no pierde el tiempo con valoraciones éticas. Todo cambia cuando Mohammed Ben Abbes, hijo de un tendero tunecino, se convierte en Presidente de la República. No es un salafista. De hecho, no cree en la yihad y descarta implantar la sharia. Sin embargo, su moderación convive con una ambición sin límites. Su intención es fundar un nuevo imperio que integre Europa, el Magreb y Oriente Próximo. Su modelo es Roma, pero bajo el manto del Islam. Las diferencias culturales e históricas se disolverán cuando la fe penetre en la mente de las nuevas generaciones.



El cristianismo es una religión en declive, que ya no atrae a los jóvenes, pero con una profunda reforma del modelo educativo brotará de nuevo el amor a Dios. Ben Abbes no prohíbe el laicismo, pero introduce cambios esenciales en la escuela: separación por sexos, educación obligatoria hasta los doce años, enseñanza del Islam, decoro en el vestir. Los estudios universitarios se reservan para una élite, que ocupará los cargos de alta responsabilidad en el nuevo orden social, cultural y económico. La Sorbona adquiere un carácter confesional. Los profesores deben elegir entre convertirse al Islam o una jubilación prematura, con una generosa pensión. Robert Rediger, un profesor que había destacado por su beligerancia a favor de la causa palestina, asume el papel de decano tras hacerse musulmán, desposándose con una joven de quince años, su segunda esposa.



François se aferra inicialmente al Huysmans de À rebours (1884), biblia del decadentismo, pero "las obras maestras son un callejón sin salida", incapaces de aplacar nuestros miedos e inseguridades. El humanismo ateo tampoco es una alternativa, pues condena al individuo a ejercer una disidencia permanente contra el fundamentalismo religioso. François no es Camus. Está más cerca de Cioran, pero sin la compulsión suicida. Después de unos meses, cedé al cambio cultural dominante. Vagamente de izquierdas, acepta incluso el triunfo del neoliberalismo, fiel aliado de cualquier forma de integrismo. Durante tres días ha imitado a Huysmans, retirándose a la abadía de Ligugé, y se ha conmovido ante la virgen de Rocamadour, pero es un antihéroe y escoge el camino más fácil. En la nueva Francia, se ha esfumado "la contemplación del culo de las mujeres, mínimo consuelo fantasioso", pero es posible disfrutar de cuatro esposas cuidadosamente seleccionadas por una casamentera, que examinará su desnudez para evitar fiascos en la noche de bodas. Los hombres más acaudalados tendrán esposas más jóvenes y hermosas que los pobres y fracasados. De esta forma se cumplirá una ley natural, que asegura la propagación de los genes del macho dominante.



Robert Rediger reside en la mansión donde Dominique Aubry escribió Historia de O. No es casual. La famosa novela erótica exalta la sumisión absoluta de la mujer al dominio masculino. El Islam consagra esta servidumbre y exige al hombre la misma actitud ante Dios. Sumisión esboza un porvenir improbable, pero lo hace con solvencia. Los personajes son creíbles, y la trama eficaz, mezclando divagación geopolítica y suspense, pero la prosa es funcional y de escaso mérito artístico. Desgraciadamente, es el signo de nuestro tiempo. El lector rehúye el esfuerzo y las editoriales sólo piensan en las ventas. ¿Quién se atrevería hoy en día a publicar la obra de Lautréamont, Celan o Lezama Lima? Houellebcq ejerce su labor de impertinente vocacional, burlándose de unos y otros. Se podría decir que es un "anarquista de derechas", pues Sarkozy y Marine Le Pen salen mejor parados que un mediocre Hollande, símbolo de todas las majaderías de la izquierda biempensante.



Sumisión funciona como novela de política-ficción. No es 1984, pero construye una pequeña distopía, que nos obliga a reflexionar. Tal vez su excesivo apego al presente limite su lugar en la posteridad, pero es un artefacto brillante, que chispea como una bengala, capturando nuestra atención desde la primera página. Su capacidad para irritarnos es la mejor prueba de su eficacia narrativa. Algunos terminarán la novela con indignación y desagrado, pero me atrevo a pronosticar que no provocará ni un bostezo. Admirado por el irrepetible Fernando Arrabal, Houellebecq es puro espectáculo y nunca defrauda. Podemos amarle u odiarle, pero nunca sentiremos que nos ha hecho perder el tiempo.