Mario Camus, el estimado director de cine, además de guionista fue autor de relatos, y decía que sus piezas literarias intentaban, como sus guiones, contar las historias con claridad, siguiendo un orden secuencial. Recuerdo sus palabras, porque al leer esta primera entrega literaria de Fernando Navarro (Granada, 1980), guionista de cine, notaba ese esfuerzo por narrar fábulas de manera lineal, situadas en el campo andaluz donde la lucha por la vida exhibe dimensiones trágicas. Representa un mundo lleno de extrañas sugerencias, originadas en esa raya en que la convención, las costumbres aceptadas, chocan con las de seres diferentes, por ser más pobres o peor nutridos.
El gusto por describir con precisión artística las características físicas de los personajes lo acerca a la necesidad cinemática. “Soy uno de esos hombres que recorren el mundo. Alto […] Tengo un bigote negro, hermoso y tupido. No tan negro como el pelo de ella pero bien negro. Voy siempre vestido con un buen traje, no demasiado caro, lleno de remiendos que consigo disimular con movimientos estudiados ante el espejo” (pág. 47).
Malaventura no es propiamente una novela, pues carece de un argumento y de personajes que unan los diferentes trozos del texto. Se trata de un mosaico de prosa narrativa, que a veces presta características del formato de la novela gráfica, la secuenciación de momentos y episodios, como ocurre también en el cómic.
Sorprenderá al lector el espacio creado y los personajes. Se trata de una Andalucía sacada del folclore, donde el relato discurre hilando personajes duros, gitanas, cante hondo, navajas, alcohol, sangre, asesinatos, venganzas y belleza. Consigue que el lector visite la intimidad que se crea entre gentes que no se conocen, pero que comparten un mismo destino trágico.
Menciono una que puede ser paradigmática, “La navaja oxidá”, donde el autor cuenta la historia de la primera mujer barbero en un pueblo. Todo va bien con el negocio, hasta que un día, mientras afeita a un cliente, entra un enemigo de este y entablan una pelea. La barbera, al ver que le destrozan el establecimiento, intenta calmarlos, se pone en medio y entonces “la rajaron la garganta. La mujer barbera murió en el acto” (p. 147).
Este aspecto del tratamiento de los rencores escondidos resulta muy interesante. El narrador no pretende decirnos cómo se sienten los personajes, sino constatar la existencia de la relación de cercanía de sentimientos que nos une, incluso si las personas nos son desconocidas. Es esa cercanía que experimentamos al saber las atrocidades cometidas sobre seres humanos en Ucrania, desconocidos, pero que despiertan en nosotros un sentimiento de fraternidad. Navarro abandona pues la indagación modernista en el yo por la de buscar las afinidades latentes en el intercambio social.
El autor muestra asimismo en esta primera salida literaria una verdadera originalidad verbal y léxica. Su sintaxis a veces tiene una ligereza que nos lleva por el texto con ritmo, entre palmas, flores, ecos de cante, como si de una rumba flamenca se tratara. Usa párrafos cortos. A veces de dos palabras. Y los alterna con los de proporciones habituales.
Fernando Navarro muestra en esta primera salida una verdadera originalidad verbal y léxica
El léxico ofrece también novedades, le gusta emplear diminutivos, quizás en demasía. Su prosa diré que promete mucho. Los personajes parecen sacados de un romancero gitano, los ricos, los payos, el sol, las facas, el amor y la muerte, y la sangre que corre.
Constatamos, pues, la originalidad de este intento ficcional de Navarro. Su lente literaria contaminada por la cinemática, por la estética del wéstern, la visión trágica del romancero gitano, encuentra un camino narrativo altamente sugestivo.