Viene a dignificar el flamenco sin renunciar a los géneros musicales más contemporáneos. Su voz ha irrumpido en el panorama nacional con un aire moderno y melodioso, aunque con la conciencia de la más profunda tradición popular andaluza. El Cultural ha tenido la oportunidad de charlar con María José Llergo (Córdoba, 1994), la cantante que defiende, por donde quiera que vaya, el acento como baluarte identitario de su tierra.
Nos atiende al teléfono desde su casa familiar en Pozoblanco, “donde todo empezó” cuando su abuelo criaba cabras junto al huerto de la Sierra Morena, mientras se escucha desde la calle el ruido del camión de la leche y un gato le suplica comida. “Hay en esto un sentimiento de añoranza continuo”, explica Llergo, aunque una “vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”, tal y como concluye la eterna "Canción de las simples cosas" que ella misma ha versionado. Pero contactamos con ella para hablar de su primer y único álbum: Sanación.
Pregunta. Este disco es el resultado de un proceso de reconstrucción personal tras un episodio vital delicado. ¿De qué modo la música se convierte en una herramienta sanadora?
Respuesta. Es un medio de transporte para mis emociones y una forma de materializarlas en algo bello. Cuando era niña jugaba a cantar con mi abuelo, a darle forma a mi voz cuando todavía no sabía que la tenía. Lo que ahora es componer, antes era jugar. Aprendí que cantando podía sobrevivir a las cosas que duelen y celebrar las cosas que te hacen feliz como una victoria cada día.
P. Haciendo una analogía, el flamenco siempre le ha cantado al duelo, aunque también ha habido una voluntad de los gitanos para celebrar que siguen sobreviviendo. ¿Sanación comparte esta esencia?
R. Claro, por eso también me siento muy atraída por la música negra, el soul, el blues… porque son cantos puros, muy vinculados al hecho de labrar la tierra y también de sentir el dolor por cada mal gesto que el mundo tiene. Por supuesto, mi música suena a Andalucía. Cante lo que cante suena a mi tierra, incluso cuando se impregna de tintes más electrónicos.
P. El investigador y andalucista Antonio Manuel apuesta por volver a las letras comprometidas en el flamenco, que parece que se ha desligado de esos principios originales. ¿El arte debe ser reivindicativo o no es arte? ¿Cada uno debe hacer lo que sienta?
R. Para mí es esencial escribir una letra y sentir que hay verdad dentro. Parece que todo el mundo tiene que decir algo, pero no todo el mundo tiene algo que decir. Es una posición personal, pero también es lícito hacer letras más livianas.
P. No hay tantos autores de flamenco que interpretan sus propias letras. Siempre estuvieron Quintero, León y Quiroga, o Antonio Sánchez, el padre de Paco de Lucía, entre otros, para desarrollar esa labor en la mayoría de los casos. Su trabajo, en cambio, abarca todos los campos, tanto a nivel compositivo como interpretativo. Y defiende ese conjunto con firmeza.
R. Mi abuelo me hizo consciente de la libertad de la voz. Y comprendí que mi voz no estaba en venta porque cantar es un don que no todo el mundo tiene. Este alegato sobre la libertad es el que me ha permitido creer en mi propia palabra, y defender mi discurso dentro de mi cante y mis letras. Es una cosa muy valiosa de la gente del campo: lo que tienen se lo han ganado porque en cada golpe de tierra está un trozo de su alma. Es tan puro que no hay nada que lo pueda pervertir.
Vínculo inseparable con la tierra
P. ¿Le preocupa esa visión condescendiente que se arroja sobre el mundo rural?
R. No me gusta que se desprecie al campo sin conocerlo. Salí de mi casa muy jovencita, buscando la oportunidad de estudiar música. Acabas en una ciudad donde no conoces a nadie, con tu música como equipaje. No se tiene la conciencia de lo frágil que es el equilibrio de las ciudades y que su vínculo con el campo no puede desvanecerse. Cuando me dicen que hago música urbana, yo digo que hago música rural, pero lo comparto con la ciudad.
María José Llergo estudió violín clásico desde los 8 años en el conservatorio. Incluso se sirve de este instrumento para algunas composiciones. Pero con 18 sintió la necesidad de descubrir toda la música. Viajó hasta Barcelona para estudiar Música Moderna, Jazz y Flamenco en el Liceo, y allí compartió profesor, Miguel Vizcaya o “Chiqui de la Línea”, con Silvia Pérez Cruz o Rosalía, las otras renovadoras que preservan las raíces del folclore popular.
En todo caso, la cordobesa es hija de su tiempo: utiliza sintetizadores y subgraves en lo que se refiere a la electrónica, al tiempo que fusiona el flamenco con sonidos árabes y otros géneros. De estas sinergias emerge Sanación, el álbum producido por Lost Twin (Carlos Rivera) y mezclado por Max Miglin.
P. ¿Cómo se convence a quienes van a vestir su trabajo —de raíz ancestral— con fórmulas experimentales o contemporáneas, de que deben respetar la tradición?
R. Más que convencer es compartir. Con ellos es muy fácil: se sientan y me escuchan. Lo hacemos de la manera más orgánica, tanto que muchos de los temas están grabados en el momento de la composición. Es puro porque es espontáneo. Carlos tiene una forma muy especial de canalizar mi arte, conservarla y amplificarla.
Esos sonidos urbanos contrastan con un sentimiento bucólico por el campo. Son numerosas las referencias a elementos de la naturaleza. “Me gusta humanizar las cosas porque albergan personas”, afirma. Y añade que “la naturaleza me hace pensar que todo está vivo”. Cuenta la artista que cantó en el Museo del Prado con un vestido negro delante de un cuadro de Goya en el que aparecen unos jornaleros amontonando paja. “Era real mi vínculo con el campo. El legado de mi abuelo había llegado al Museo del Prado”, celebra. “Era la forma más gráfica que yo tenía de enaltecer o valorar mis orígenes, situándolos al lado de la obra de arte que todo el mundo admira”.
P. ¿Cómo conviven en su obra los espacios de su lugar de origen? Córdoba entronca con su personalidad de una manera muy rigurosa. Es multicultural, por la histórica convivencia de distintas culturas, y al mismo tiempo muy conservadora de la pureza.
R. Estoy enamorada de Córdoba desde que nací. Mis padres me llevaban cuando era muy pequeña a observaciones médicas. Aprovechábamos esos viajes para conectar con la ciudad y paseaba por la Ribera con mi madre. Esa conexión aún permanece. Cuando camino por las calles de la Judería, parece que fuera mi casa. Siento una conexión muy profunda cuando palpo esas piedras de tantos siglos de vida. Es como si estuviera acariciando la mano de alguien de esa época. Me inspira mucho ese momento histórico en el que convivieron tres culturas en paz, entendiendo que todos necesitamos lo mismo: el amor.
P. Ahora vivimos en un mundo mucho más globalizado, pero convivimos peor.
R. Porque no nos conocemos tanto. Nos conocemos en la superficie, pero no en profundidad. Son más globalizados los mercados que nuestras mentes.
El acento más universal
P. A propósito, ha logrado que la importancia de lo local o la génesis del arte que desarrolla se transforme en un canto global. Por ejemplo, en la canción “Nana del Mediterráneo”. ¿La música debe ser un vehículo dotado de universalidad?
R. Me emociona mucho hablar de esto desde que entendí que para mí el mar significaba otra cosa por haber nacido en la otra orilla. Hay que visibilizarlo, cantar, hablar sobre los muertos en el Mediterráneo. No pretendía hacer un tema universal, pero lo es porque el ser humano está haciendo que esto pase y, por tanto, puede hacer que deje de pasar.
P. ¿Hay algo más universal que el acento? Es emocionante que alguien que acaba de labrar sus primeros éxitos en la industria musical, tenga esas agallas para pronunciarse de una manera tan contundente en la defensa del acento.
R. Tengo que ser sincera y honesta, pura con lo que siento y transparente con lo que soy. No quiero hacerme pasar por alguien que no tiene acento andaluz cuando lo valoro como una herencia cultural que me enorgullece: la dignidad de la gente sencilla. Lo que enriquece al ser humano es el tesoro de ser y no de parecer. El tesoro de la esencia y no la pretensión de la apariencia. No quiero encajar en ningún molde porque los moldes están para acotar y definir.
María José Llergo está sentada en el campo, hace un ritmo con los pies y brota una melodía. “Nace de cualquier manera, de un modo muy natural”. Graba el galope de los caballos que cruzan Sierra Morena y el sonido del tractor de su padre, anota ideas en las notas del iPhone y las vuelca en una libreta, que se pierde entre los libros de María Sánchez y las obras de la Generación del 27.
P. La poesía tiene mucho peso en Sanación. ¿Cómo consigue imbricarla en su música? Se advierte mucha presencia del octosílabo, conforme a la tradición poética nacional.
R. Sí, y cuando canto en compases de doce, a veces compagino el octosílabo con el dodecasílabo o el endecasílabo. Es muy propio de la métrica española, pero a mí me sale inconscientemente, supongo que influida por todas mis referencias.
P. ¿Qué me dice del diseño y la moda dentro de su propuesta artística? ¿Cómo se conjugan esas disciplinas?
R. Es una extensión más. Me gusta dirigir la estética de mi obra porque es muy importante que esté en sintonía con lo que yo soy. Me he inspirado en Romero de Torres para mis videoclips. El traje que llevé en Colors está inspirado en sus bodegones: las naranjas partías, la naturaleza muerta... Hicimos piezas de cerámica que yo me coloqué en el torso para esa actuación en Berlín porque me inspira la moda artesanal. No se trata tanto de dejarse llevar por las tendencias, sino de celebrar tu identidad. Mi arte es una transcripción de lo que heredo. Si ahora estoy en el pozo mirando cómo brilla la hierba mojada por la lluvia, ¿cómo no voy a decir que “las flores de la sierra se visten de los diamantes de la niebla”?
Son versos incluidos en la canción “Que tú me quieras”, dedicada a su abuelo Pepe. Como todo lo que hace, la música de Llergo es esencia y unicidad, está colmada de afinación y belleza. Hecha de mestizaje, su voz cautiva por dulce y arraigada.
Solo acaba de empezar, pero encarna el poderío ilustrado de Lola Flores, a medio camino entre Chavela Vargas, que se desmelenaba por fuera, y María Dolores Pradera, que lo hacía por dentro, según la diferenciación que estableció la última. Sensibilidad y coraje, pureza y juventud. La realidad del flamenco, destinado a permanecer desde la renovación.