Hace año y medio Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954) y Juan José Millás (Valencia, 1946) inauguraron un singular género literario con La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara). Se trató de un original experimento de divulgación científica, una lección camuflada en forma de diálogo con la que el erudito paleontólogo rellenaba los interrogantes del escritor sobre los orígenes de la naturaleza, la biología, la evolución humana...
Construyeron un viaje por yacimientos o lugares tan comunes como un parque infantil para curiosear en los misterios de la historia de los homínidos, con un resultado tan exitoso que ahora presentan la segunda entrega de sus charlas y aventuras, en las que abundan la sabiduría, el ingenio y el humor. La muerte contada por un sapiens a un neandertal (también en Alfaguara, y que probablemente tenga una tercera entrega sobre la consciencia y la inteligencia) se centra ahora en cuestiones como la longevidad, la vejez, la eternidad o la supervivencia, y además nace en forma de corto documental que ya se puede ver en Filmin.
Pregunta. ¿Es más difícil hablar y reflexionar sobre la muerte que sobre la vida?
Juan Luis Arsuaga. La muerte es el final de la vida, no existe en realidad. Existe la vida y su duración. La muerte no es una entidad, es la negación de algo. Ayer leía a Andy Warhol, que decía que no creía en la muerte porque cuando se produce no hay nadie para certificarla. Es como un accidente, y estos solo ocurren si sobrevives. La muerte, en términos filosóficos, no es nada. En física, simplemente la muerte no es más que el final del sistema ordenado, lo que es un ser vivo, y para mantenerlo necesitas energía, materiales e información que se extraen del entorno. Cuando se produce la muerte ese proceso cesa y el sistema empieza a desmoronarse muy rápido. La ruina viene enseguida. Y del orden se pasa al caos. Eso se llama entropía y es la muerte: el proceso de desorganización de un sistema que con tanto esfuerzo se había mantenido entero contra las leyes de la termodinámica durante un tiempo.
Juan José Millás. Hablar de la vida sin hablar de la muerte es imposible porque están asociadas. Yo mantengo en algunos momentos que la muerte no existe, y conceptos como la ruina son culturales, que forman parte del orden natural de las cosas. Por otro lado, la muerte también se puede percibir como un cambio de estado. Cuando pones un cacharro de agua a fuego se convierte en vapor, pero no dices que se ha muerto el agua, dices que se ha transformado. Pues cuando alguien muere, en lugar de percibirlo como una catástrofe se podría decir que ha cambiado de estado. En ese cambio de fase de la vida a la muerte, sí hay una cosa que no cambia, que desaparece: el yo. Pero es que hay tantos que es una pérdida tan pequeña que no la deberíamos ni considerar. Observado desde este punto de vista, la muerte no existe.
P. Pero esta idea contrasta con la de la muerte como tragedia personal.
JLA. La muerte humana, como proceso biológico, no se diferencia en nada de cualquier otro mamífero. Por eso la podemos estudiar y retrasar las enfermedades. El componente psicológico humano, personal, filosófico, de la muerte, no es el trabajo de un biólogo. Las enfermedades que llamamos crónicas, que son las que te matan —yo suelo decir que nadie se muere de viejo, la vejez no es una enfermedad—, aparecen a partir de los cincuenta años, y mayoritariamente a partir de los sesenta. La pregunta es por qué. Y por qué en un conejo aparecen a los tres años. Esa es una buena pregunta para un biólogo porque entre otras cosas, aunque nace de la curiosidad y del afán de conocimiento, puede tener su vertiente aplicada. El día que entendamos por qué el cáncer se desarrolla en un conejo a partir de los tres años y en un humano básicamente a partir de los sesenta, quizá podamos hacer que empiece a aparecer a los doscientos. Es una pregunta científica.
JJM. Pero tiene un costado social. Por qué hacemos este drama. Porque somos los únicos seres en los que ha aparecido esta singularidad que llamamos consciencia, y somos los únicos seres vivos que sabemos que nos vamos a morir. Es una singularidad brutal. Tiene que ver con el "regalo envenenado" al que Arsuaga suele referirse: la autoconsciencia, que nos ha dado muchas cosas, y también la consciencia de la muerte. Los animales en general tratan a los cadáveres como si nada. Aunque algunos tienen una suerte de mente que de algún modo puede asimilarse a la nuestra, que están como a un cuarto de hora de descubrir la muerte. El chimpancé, según me cuenta Arsuaga, cuando se muere uno, hay como un extrañamiento. La muerte es un fenómeno cultural y la cultura es producto de la mente.
Nunca nadie ha demostrado que de la ignorancia se derive algo útil
P. ¿Les da vértigo la muerte?
JLA. Me da palo la propia y la ajena, la de los seres queridos. No estoy todo el día con esa preocupación, y a la mejor precisamente por eso hago muchas cosas, porque no me quiero morir. Respecto al tema de la muerte lo único que pido es que se mantenga el orden natural de la vida: que vayan muriendo las generaciones una detrás de otra. Me parece insoportable es que mueran antes los hijos que los padres. La muerte de un hijo, eso sí que es incomprensible… A Darwin le afectó muchísimo el fallecimiento de su hija Anne con diez años. Estás preparado para que se vayan muriendo las personas por generaciones, pero cualquier cosa que represente un salto te parece una aberración. Incluso la mortalidad infantil, que ha sido muy frecuente en el pasado, era aceptable, asumible, porque se veía que los niños eran frágiles. Pero a partir de cierta edad la muerte de un hijo joven es como una subversión del orden natural de las cosas.
JJM. La muerte mía no me da palo. Lo que me da palo es la idea del sufrimiento. Espero caer en manos de un médico sensato, que me sede. Pero para el cambio de estado, un grado de violencia se necesita. Lo que me produce miedo es esa violencia. Pero por lo demás, la idea de no estar me parece muy relajante.
La muerte mía no me da palo. Lo que me da palo es la idea del sufrimiento. La idea de no estar me parece muy relajante
P. ¿La pandemia nos ha hecho ser más conscientes de la muerte?
JLA. Un poco sí en un sentido divertido. No creo que la gente haya sido muy consciente de la muerte por más que los cadáveres se enviaran al Palacio de Hielo. Como la gran mortalidad afectó a las personas mayores eso fue más llevadero en el sentido de que estaba más en el orden natural. Justo antes de la pandemia recibía todas las semanas una invitación para tener un diálogo con uno que decía ser un científico que nos aseguraba hablar de la inmortalidad, de que la ciencia iba a conseguir que la especie humana fuera inmortal. Y con la pandemia eso de que somos inmortales se ha parado. Volverá cuando se nos olvide, pero los profetas de la inmortalidad han considerado que no es el momento para hablar de ello a la vista de que un simple virus es capaz de causar tanta muerte. Hemos resultado ser muy mortales.
JJM. A medida que te haces mayor eres más consciente, pero si no creo que se vive bastante de espaldas a la muerte. Esa consciencia ocurre cuando a una edad no previsible te diagnostican una enfermedad grave y sales de ella. De esas situaciones se sale cambiado. Pero vamos, la gente no vive pensando en la muerte.
P. En el libro abren el interesante debate de la inmortalidad. A ninguno parece convencerle…
JLA. Quién no firma quedarse como está. Hay dos categorías: el suicida, que prefiere la muerte, y los que no nos suicidamos, que obviamente es porque preferimos la vida. La vida eterna es una suma de días. Cuando tenía diez años no me propuse ser eterno, simplemente quería vivir y lo sigo queriendo. Lo que queremos es despertarnos mañana.
JJM. Reformulo la pregunta. Imagínate que mañana dicen que se ha encontrado una vacuna contra la muerte. Los que la quieran ponerse que se coloquen en una cola y los que no en otra. ¿Tú en cuál te pondrías?
JLA. Si voy a seguir como estoy ahora me la pondría.
JJM. Yo creo que no. Pero no sé frente a ese dilema porque hay mucha gente que dice temer a la muerte y luego se aferra a ella…
JLA. Hay una cosa que se llama instinto de supervivencia y que está en nuestra biología.
JJM. Pienso que me pondría en la cola de los que no, pero admito que podría ser una idea romántica.
P. ¿Son pesimistas con el futuro de la raza humana? ¿Estamos en peligro de extinción?
JLA. Tenemos muchos problemas que nos preocupan y que habrá que solucionar, pero soy optimista. La especie humana tiene para mucho tiempo. Desgraciadamente las que están en peligro de extinción son otras muchas especies, no la nuestra. Está en peligro de extinguir a las demás. No soy de los catastrofistas ni de los mensajes proféticos.
JJM. El ser humano está atrapado entre dos pulsiones contradictorias: la de vida y la de muerte, el Eros y el Tánatos. Normalmente vence la pulsión de vida, pero a veces la de muerte. A vista de la capacidad autodestructiva que tiene el ser humano, cuando vemos cómo están los océanos de plástico, el cambio climático o cómo destruimos el medioambiente, no pasaría nada porque despareciese esta especie. Pero es posible que sea producto de su propia pulsión de muerte. La pregunta es si como especie seremos capaces de autorregularnos. Esperemos que sí, pero hay indicios de que no.
El día que entendamos por qué el cáncer se desarrolla en un conejo a partir de los tres años y en un humano básicamente a partir de los sesenta, quizá podamos hacer que empiece a aparecer a los doscientos
P. En el libro Juan Luis dice que no es una aberración pensar que se pueda prolongar la vida humana. ¿Veremos algo como una mezcla de máquina y hombre?
JLA. Lo que queremos es tener el culo duro, nadie quiere tener una antena en la cabeza. La gente va al gimnasio a hacer sentadillas para que se le ponga el culo duro. Para pensar tenemos a los ordenadores y para calentar la sopa el microondas. No soy yo de los que piensan que vamos hacia un ser biónico. Insisto, la gente no quiere tener un garfio, sino no tener artrosis y unas manos bonitas y pintarse las uñas. La tecnología tiene una característica, y es que es acumulativa. Se parte del conocimiento de la generación anterior. Sin duda habrá progreso tecnológico en el futuro, lo que nos permitirá hacer muchas más cosas.
P. ¿El fin de la ciencia debe ser en última instancia prolongar la vida humana?
JLA. La ciencia nace de la curiosidad y del afán de conocimiento. Cuando Galileo estudió los planetas con su telescopio y pudo ver Saturno con sus anillos, en ningún momento pensó que se podría llegar allí. La ciencia busca el conocimiento, y este tiene utilidad, aplicaciones: en la salud, pero también en la movilidad, la comunicación… En principio son neutras, pero de ahí viene la bomba atómica y las vacunas. Lo que no ha demostrado nunca nadie es que de la ignorancia se derive algo útil.
JJM. Eso es un efecto secundario de orden científico y de la curiosidad científica.
De encontrarse una vacuna contra la muerte, creo que no me la pondría
P. ¿Qué esperan ser después de la muerte? Un cadáver, unas cenizas…
JLA. Me preocupa mi biblioteca (risas). Pero no creo en la reencarnación. Ya puestos en el terreno poético, mítico, me gusta la visión que tienen los pueblos primitivos acerca de la muerte después de la vida: muchos de ellos creen en alguna forma de supervivencia, pero lo que me parece más atractivo es que en este tipo de sociedades no piensan que haya un lugar donde ir porque no hay más lugar que este. Es decir, los muertos están, la gente que se muere no desaparece. No hay ningún sitio al que irse. Los muertos y los vivos de alguna manera coexisten. En la literatura, como una metáfora de eso, en nosotros vive Cervantes y Julio César. Somos lo que somos porque antes ha existido Jorge Manrique, el mejor poeta de la muerte de la historia de la humanidad con mucha diferencia. Suscribo cada uno de sus versos.
JJM. Yo doy por supuesto que me incinerarán puesto que es lo más rápido, barato y menos costoso.
JLA. Bueno, a lo mejor hacen un panteón de hombres ilustres…
JJM. No, no, eso sí que lo prohibiría.
JLA. La incineración me gusta, porque eso es lo que hacían los romanos. Me gustan sus columbarios. Era un sistema muy interesante porque eran muy del linaje. Lo que verdaderamente respetaban y veneraban era la gens, la familia. Como hacían cenizas, construían panteones, palomares, donde tenían los nichos de toda la familia. Es una forma que está bien de mantener a ese espíritu para quien se sienta familiar. Insisto, los muertos ocupan mucho espacio, y con el sistema de la reducción, de la urna, me siento como un romano de Itálica. Parece que tiene el caché de lo clásico, mors mortis.