El asesinato que estremeció a la República romana, el de Julio César en el año 44 a.C., ocurrió en la Curia de Pompeyo, edificio que utilizaban los senadores para sus reuniones y cuyos vestigios se conservan en el área arqueológica de Largo Argentina, a pocos metros del gran monumento conmemorativo de Víctor Manuel II y de próxima apertura al público. El cadáver del dictador fue transportado por el Foro hasta las inmediaciones de la Regia, su residencia oficial, donde terminó incinerado. En el lugar se levantó un columna de mármol en honor al "padre de la patria", que sería sustituida en época de Augusto por un templo consagrado al Divus Iulius y decorado con los espolones capturados a las naves de Cleopatra y Marco Antonio en la batalla naval de Accio. Todavía hoy, en el supuesto sitio donde estuvo la pira funeraria, se siguen arrojando flores que lloran al implacable militar.
La espectacular imagen que ilustra este artículo es una recreación del momento exacto de la cremación y exequias de César, con la basílica Julia todavía en construcción. Su autor es Jean-Claude Golvin, arqueólogo y arquitecto especializado en revivir visualmente la Antigüedad clásica, y se incluye en su última obra, Vrbs. Paseo arqueológico por la Antigua Roma (Desperta Ferro), una fascinante inmersión con acuarelas en la configuración urbanística de la capital romana en tiempos del Alto Imperio.
En realidad, el libro ilustrado se articula en una suerte de guía de ruinas en base a la cual organizar la próxima escapada a Roma, desde la casa de las vestales, las sacerdotisas que debían permanecer castas durante toda su vida porque representaban la pureza ritual del pueblo más religioso de la historia, hasta el Aula Regia de la Domus Flavia, una ostentosa sala de audiencias en la que se escenificaban las salutationes al emperador.
Templos, palacios, santuarios o teatros cobran especial interés al convertirse en sujeto de creación artística y al contraponerse y dialogar con fotografías actuales. La Antigua Roma renace en estas ilustraciones excelentes. Y frente a la monumentalidad inesquivable de espacios como el Coliseo o el Circo Máximo, con capacidad para 200.000 personas, el lector menos romanizado descubrirá curiosos sitios a los que asomarse, véase el monte Testaccio, una colina de 20.000 metros cuadrados que se usó como vertedero de miles de fragmentos de ánforas entre el reinado de Augusto y mediados del siglo III d.C.
Las obras de Golvin, autor de otros maravillosos libros como Ingeniería del Ejército romano (también en Desperta Ferro), permiten además, gracias a su conocimiento de los textos antiguos y de la posterior distribución urbana de la ciudad, hacerse una idea de la Roma de la que no queda ni un solo vestigio, como la célebre colina del Capitolio, coronada en su día por el gran templo de Júpiter y actual emplazamiento de los Museos Capitolinos; o el inmenso lago artificial (naumaquia) que ordenó excavar Augusto en el barrio del Trastévere en el que se organizaron grandiosas recreaciones de combates navales.
Villas lujosas
Incluso reconstruye el arqueólogo con suma precisión escenarios que nunca se llegaron a concluir, como el lago de recreo de la Domus Áurea de Nerón —sobre el que después se erigió el Coliseo—. Probablemente la "Casa Dorada" de este vilipendiado princeps sea uno de los enclaves que más vale la pena visitar en la actualidad gracias al buen estado de conservación en que se encuentra: la damnatio memoriae que le practicaron los gobernantes posteriores, como Trajano, que construyó unas termas que enterraron el megapalacio, fue paradójicamente la mejor salvaguarda de su memoria.
En el recorrido que propone Golvin emergen dos temas que condicionaron el desarrollo urbanístico: la guerra —César sufragó su foro, en donde se colocó una gran estatua ecuestre de Alejandro Magno a la que se reemplazó la cabeza, con el botín obtenido de la conquista de las Galias, mientras que Trajano utilizó su icónica columna de 40 metros de altura como biombo propagandístico para publicitar sus triunfos en Dacia— y el fuego. El devastador incendio del año 64 d.C. sirvió a Nerón para cimentar su lujosa domus que se extendía por media ciudad, pero no fue el único miembro de la casa imperial que en la destrucción halló una oportunidad. Majencio (306-312) y luego Constantino firmaron la última basílica que se erigió en Roma en la colina que separa el Foro del Coliseo, donde había unos almacenes de pimienta y otras especias que ardieron en 191 d.C, los llamados Horrea Piperataria. Las mismas llamas las aprovechó Julia Domna, esposa de Septimio Severo, para otorgar al Templo de Vesta su estado actual.
Jean-Claude Golvin también desvela interesantes informaciones, como que el actual trazado de la plaza Navona responde al estadio de Domiciano, que fue inaugurado en 86 d.C y donde 30.000 espectadores presenciaron competiciones deportivas. Este emperador abrazó el gigantismo, ejemplificado en su complejo palatino, construido por el arquitecto Rabirio en las dos últimas décadas del siglo I a.C. y que contaba con un comedor ceremonial pavimentado con mármoles multicolores y paredes con tres niveles de órdenes decorativos.
No solo se centra el arqueólogo en la memoria de la Urbs, sino que en los últimos capítulos aborda lugares igual de deslumbrantes como el puerto de Ostia —Claudio ordenó levantar un gran faro a imitación del de Alejandría sobre un barco empleado en tiempos de Calígula para transportar hasta Roma un obelisco— o las originales y lujosas villas de Adriano, en Tívoli, y Tiberio, en Sperlonga. Esta última se edificó junto a una gruta en la que el emperador mandó instalar dos conjuntos escultóricos monumentales sobre la Odisea. Acomodaba a sus invitados en un comedor localizado en medio de una piscina y rodeado de una columnata al que solo se podía acceder en barco; y los colocaba de espaldas al mar para que fijasen su atención en las estatuas. La ilustración de Golvin de este paraje marítimo resulta especialmente evocadora de la exuberancia de los gobernantes romanos.