La curiosidad del escritor y periodista Juan José Millás (Valencia, 1946) por la Prehistoria ha sido siempre tan grande que, tras una visita al yacimiento de Atapuerca, dijo que venía “de visitar a los abuelos”. Además, desde niño sintió una afinidad especial con los neandertales porque él, que se sentía distinto a los demás, quizá era uno de ellos. El caso es que desde aquella excursión a la meca española de la paleontología, estuvo rumiando la posibilidad de escribir un libro sobre ese periodo que abarca la inmensa mayoría del tiempo durante el cual hemos existido los seres humanos.
Después de darle vueltas a la idea durante varios años, se le presentó la oportunidad perfecta cuando conoció al paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954), codirector de las excavaciones de Atapuerca y director del Museo de la Evolución Humana de Burgos. Sus maneras de sabio, su habilidad extraordinaria para la narración oral y su pulsión docente lo convertían en la persona ideal con la que aliarse para dar forma al proyecto. El resultado es La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), un libro en el que se mezcla la divulgación científica con la literatura costumbrista y de viajes. “Hemos alumbrado un género nuevo”, afirma con orgullo Arsuaga. “No conozco ningún libro parecido a este, tengo la satisfacción de haber participado en un experimento, en algo original”. La sapiencia, la chispeante manera de explicar las cosas y la gran cultura transversal del maestro encajan a la perfección con el ingenio y la curiosidad de Millás, que, como ya conocen sus lectores, adopta una mirada deliberadamente ingenua y entrañable sobre lo que le rodea.
A lo largo de dos años, de manera periódica, pero nunca previsible, Arsuaga llevó a Millás a lugares tan dispares como el Valle Secreto de los neandertales, en la sierra de Guadarrama, un parque infantil, el Museo del Prado o una sex shop, como punto de partida para disertar sobre el origen del ser humano, los misterios de la evolución, la selección natural, el milagro de la bipedestación, la idea de la posteridad y otras cuestiones biológicas y filosóficas. Al mismo tiempo fueron conociéndose poco a poco, de modo que el libro es también el relato de la fundación de una amistad. “Es es el otro viaje de este libro: el de dos personas sin ninguna relación previa que inician una aventura, un viaje de orden moral de uno a la personalidad del otro. Yo he viajado a la de Arsuaga y Arsuaga a la mía”, afirma Millás.
Pregunta. En el libro comparten la idea de que la Prehistoria no es algo del pasado, sino que nos rodea. ¿Cómo es eso?
Juan José Millás. Verlo de otra manera sería como decir que lo que pasó el domingo pasado pertenece a la Prehistoria. Llevamos en la Historia dos días, en comparación con todo el tiempo que llevamos en la Tierra. Cuando vas a Atapuerca, te das cuenta de ello. Siempre digo que si ese yacimiento estuviera en Estados Unidos, media España habría ido a verlo, pero como está aquí al lado, muy poca gente lo conoce.
Juan Luis Arsuaga. El principal mensaje que nos envía la historia es el de la continuidad. El pasado no es un tiempo cerrado, cancelado, que no nos atañe, y cuyo conocimiento podría responder a una inquietud intelectual o una curiosidad refinada. Esa es una idea falsa que intentamos combatir en el Museo de la Evolución Humana. Somos hijos de la historia y si no la conocemos, somos amnésicos. Siempre pongo este ejemplo: si le preguntas a alguien “¿quién eres?”, te responderá con datos biográficos, dónde ha nacido, dónde estudió, cómo ha sido su vida. Una persona amnésica respondería “no lo sé, porque no tengo memoria”. El conocimiento del pasado nos proporciona una identidad, gracias a él sabemos quiénes somos, ni más ni menos.
El Arsuaga del libro es un sabio que cautiva y contagia su entusiasmo por el conocimiento, que se desvía por un mar de referencias culturales en el que apetece perderse, pero a la vez tan ensimismado en sus explicaciones que ignora las bromas o apreciaciones de su pupilo. Millás actúa como el alumno ingenuo y curioso, con muchas ganas de empaparse de conocimiento, pero algo aprensivo, melancólico y muy preocupado por lo que pensará la gente al ver dos hombres maduros columpiándose en un parque infantil al anochecer o visitando una tienda de juguetes eróticos.
"Me gusta que me den caña. A los catedráticos nos conviene mucho, es bueno para la humildad". Juan Luis Arsuaga
P. ¿Cuánto hay de construcción de personajes en el libro?
JJM. Arsuaga es un sabio muy metido en sus cosas, con una pulsión enseñante brutal. Tú lo colocas delante de 50 personas y les enseña algo enseguida. Su necesidad de enseñar es compulsiva y mi curiosidad también, de modo que las dos se entrelazan muy bien. Esa imagen de sabio que doy de él, que a veces no me escuchaba porque necesitaba enseñarme, es auténtica. Quizá algo exagerada, pero en lo fundamental es absolutamente cierta.
JLA. Al leer los textos de Juanjo me ha pasado como cuando uno escucha una grabación de su propia voz, pero en lo esencial me veo reflejado como soy. Además, me gusta que me den caña. A los que somos catedráticos nos conviene mucho esto, es bueno para la humildad. Me gusta la montaña por eso, no es una cuestión de masoquismo. Cuando la cuesta se pone difícil no vale decir que eres catedrático. Es bueno que la gente se vea ante un espejo. Por otro lado, nuestro reflejo en el libro me remite a otras parejas de la literatura, como Don Quijote y Sancho, que a lo largo del libro se van influyendo mutuamente. Al final del camino ninguno de los dos son los mismos. Es una habilidad prodigiosa de Cervantes y algo muy hermoso.
P. Usted, Millás, juega a hacerse el neandertal, un recurso divertido que encaja muy bien en el libro, pero ¿qué hay de cierto en ello? ¿Es cierto que se sentía así de niño?
JJM. Yo fui un niño raro, me extrañaba todo. Una vez vi un programa sobre neandertales en la televisión y pensé que la causa de mi problema era que yo también era neandertal. No me siento a gusto entre los sapiens. Es la historia de mi vida y lo que me ha hecho escritor, porque no hay escritura sin conflicto, y por lo general ese conflicto se basa en la extrañeza frente al mundo. Yo siempre he fantaseado con la idea de que los neandertales eran la especie humana que debería haber sobrevivido, en vez de los sapiens. Siempre he pensado que el neandertal era bondadoso, ingenuo y sentimental, mientras que el sapiens era retorcido y solo pensaba en sus intereses. Entre los sapiens y los neandertales hubo intercambios de todo tipo, incluido el genético y, por decirlo rápido: pienso que el sapiens follaba por interés y el neandertal por amor. He tenido esa imagen idealizada del neandertal que seguramente poco tiene que ver con la visión de la ciencia, pero me identifico con esos atributos: la ingenuidad y la extrañeza frente al mundo. Son mis herramientas para llegar al conocimiento, del mismo modo que Arsuaga usa muy bien la ironía y la mayéutica del método socrático para sacar del error al otro.
P. Juan Luis, ¿cómo se le ocurrían los sitios a los que llevar a Millás para sus charlas?
JLA. Después de mucha reflexión. Es algo que me ha marcado hasta tal punto que me parece un asunto casi de infidelidad conyugal. Cuando voy a un sitio pienso “aquí tengo que traer a Juanjo”, en lugar de pensar en llevar a mi mujer.
"La ingenuidad y la extrañeza son mis herramientas para llegar al conocimiento, y Arsuaga usa la ironía y la mayéutica para sacar del error al otro". Juan José Millás
P. Entonces, ¿podemos esperar otro libro similar con más escenarios y temas de conversación?
JJM. El otro día nos vimos y me dijo Arsuaga: “¡Te tengo que llevar a una peluquería!”. Lo cierto es que este formato que hemos encontrado da mucho de sí para que explique cosas que él sabe.
JLA. Es que con Millás da gusto, ¡porque viene! Es un privilegio tener a alguien a quien puedas decirle “te veo en el metro de Noviciado para ir a una peluquería de hipsters”, sin más explicaciones, y te siga el juego. Yo en estos sitios también aprendo, porque uno aprende por medio del diálogo. Vamos a estos sitios con una idea intuitiva de lo que podemos aprender allí, sin guión. Si fuera una película, el peluquero sería informado de nuestra visita, pero nosotros llegamos allí y el peluquero no sabe ni quiénes somos. Esa es la gracia especial del asunto. Son experimentos que si quisiéramos repetir no podríamos porque nada está preparado.
P. Dos personas que han charlado tanto sobre la vida, el ser humano y su carácter social, seguro que tienen alguna reflexión interesante sobre la pandemia que estamos viviendo y cómo nos va a afectar como especie.
JLA: Los únicos que ahora no tienen el virus son los chinos. Ahora solo ellos están a salvo, quién lo iba a decir. Mil millones de personas libres del virus. Por tanto es un problema quizá de occidente, pero no de la especie.
"El coronavirus forma parte del mismo paquete que el cambio climático: la mala relación del hombre con la naturaleza". Juan José Millás
JJM: El ser humano es muy contradictorio porque es producto de una evolución sin propósito, el propósito lo tiene que poner él. Somos productos de un relojero ciego, como decía otro sabio, Richard Dawkins. Y en el ser humano hay dos pulsiones fundamentales: Eros y Tanatos, vida y muerte. En ese equilibrio hemos ido prosperando, si a esto se le puede llamar prosperar como especie. Pero la impresión que tengo sobre el virus es que forma parte del mismo paquete que el cambio climático: ambos tienen que ver con la mala relación del hombre con la naturaleza. De modo que me temo que en esta balanza entre la pulsión de vida y la de muerte, que venía equilibrándose desde el principio de los tiempos, está empezando a ganar la segunda. El lado autodestructivo de la especie humana le está ganando la partida al lado creativo.
P. Juan Luis, ¿cómo ha afectado la pandemia este verano a las excavaciones que dirige en Atapuerca y en el valle del Lozoya?
"Me resisto a pensar que 2020 es un año perdido, que la sociedad española ha perdido un año entero. No podemos aceptarlo sin luchar". Juan Luis Arsuaga
R. Las hemos hecho este verano con todas las limitaciones habidas y por haber, como te puedes imaginar. En lugar de tocar toda la orquesta sinfónica, hemos tocado un cuarteto de cuerda. Ha sido una reducción de la partitura, como se dice en música. No habría pasado nada por no excavar, pero quisimos hacer un esfuerzo, pienso que todos debemos hacerlo. Si durante los bombardeos alemanes sobre Londres, los ingleses siguieron celebrando conciertos y yendo al teatro, nosotros deberíamos intentar hacer lo máximo posible en estas circunstancias. Me resisto a pensar que 2020 es un año perdido, que la sociedad española ha perdido un año entero. No podemos aceptarlo sin luchar.
P. Y a usted, Juan José, ¿cómo ha trastocado su vida el coronavirus?
R. Yo terminé el libro durante el confinamiento, y la pandemia me ha afectado porque formo parte del cuerpo social y a este le está haciendo mucho daño. Veo que ha puesto al descubierto cosas que no veíamos antes, como las desigualdades terribles que hay, lo mal que está el reparto de la riqueza. La pandemia va a generar unas dificultades socioeconómicas muy importantes y eso me genera un malestar que no consigo sacudirme de encima. Yo sigo haciendo mis cosas, sigo ocupado, pero una de las consecuencias terroríficas de todo esto es que hay mucha gente ahora sin proyecto individual ni colectivo, porque la desorientación de nuestra clase dirigente es también muy alta. Yo no dejo de escribir y de leer, pero no puedo evitar que me dañe el panorama general, que es muy doloroso y cuyo final aún no vislumbramos.