En su espléndida Bartleby y compañía (2000) Vila-Matas podía incluir entre los escritores que habían renunciado a la escritura a Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) con toda razón. Tras dejar tres libros de poesía excelentes, De las condiciones humanas (1964), La hora oval (1971) y Cónsul (1987), sobrevino el gesto de Rimbaud y el retiro al silencio. La novela Níquel en 2005 –con nueva versión en 2011 titulada Familias como la mía–, la reunión de su poesía en Ciudad propia (2006); ese libro fabuloso que es El bestiario de Ferrer Lerín (2007), Papur (2008) y Fámulo (2009), que era el regreso a la poesía, y la intensa actividad en su blog dan testimonio de que Ferrer Lerín había abandonado aquella condición de Bartleby, y desvanecido la leyenda de alguien que fue poeta y se retiró a alimentar a buitres y otros juegos.
Toda la obra de Ferrer Lerín está marcada por el sello de la excentricidad del sistema. Lector de libros muy poco usuales (diccionarios, libros antiguos, bestiarios), sabe traer esos materiales a la contemporaneidad más exigente. Teórico del arte casual, lo conecta con Duchamp, que supone un punto de inflexión en la historia del arte, presente en la inclusión de uno de sus títulos en “novias desnudadas por solteros” o al referirse a “habituales hallazgos de la vida diaria”, que es lo que está detrás del ready-made. Además, las lecturas apuntadas aportan al discurso voces muy poco comunes, de modo que los textos se ofrecen dotados de una precisión en el decir radicalmente inusual.
El poema homónimo del libro presenta a un personaje “buscando incansable la fuente / la perla de gran precio que me ayude a concluir / Libro de la confusión”, con lo que el poema habla del libro que el lector tiene entre las manos en un giro de tono cervantino, que apunta además a un autobiografismo, como también otras notas, “en mi pasión ornitológica, en la búsqueda constante de grandes especies necrófagas”, “Y fue en esos años cuando dejé de publicar”, y a la pregunta de si es real o imaginario, la respuesta es simple: escritura poética.
Libro de la confusión es excelente y confirma el indiscutible lugar en el canon de la obra de Ferrer Lerín; sin ella la literatura sería más pobre, más triste, menos apasionante.
En estos escritos, como en los anteriores, la violencia y el humor son elementos de los textos. Así, en “Nelson”, tal personaje es asesinado con un fino estilete, o en “Demenciándome” se lee “te invitan a beber agua hirviendo / trituran tus huesos con mazas de hierro”; la risa la provocan, por ejemplo, nombres como “Tumbalobos, Culocontento”; o en la enumeración de profesiones o gremios del poema inicial, tras los muy típicos “De los archiveros / De los agricultores / De los ingenieros” y varios más, el lector se encuentra “De quien come niños ajenos”, rompiendo la seriedad con el disparate, evidencia de que la vanguardia no es un capítulo pasado de la historia literaria. Otra marca de esta obra, el sexo, no falta.
Hay en este libro algunos momentos en los que el lector reconocerá rastros de sus primeros libros, “Balcluta”, “Hugo Blair”, “Carrere”, como si el poeta hubiese girado la mirada al pasado, quizá como una reivindicación de su obra, aunque no la necesite. En contraste con ello, otros pasajes insisten en el tema de la muerte, de su proximidad, de la vejez y cuando se lee “la vejez no es terreno literario”, eso se dice en la descarada juventud de esta escritura. Como sucede desde "La hora oval", el poeta utiliza tanto el verso libre como la prosa en sus poemas y es, en una y otra forma, un maestro, así como en la creación de climas y anécdotas ya trágicas, ya hilarantes.
Libro de la confusión es excelente y confirma el indiscutible lugar en el canon contemporáneo de la obra de Francisco Ferrer Lerín; sin ella la literatura sería más pobre, más triste, menos apasionante.
De hinojos
Ha vuelto la mujer admirable. En estado de tranquilidad. Permanece sentada en una silla de brazos. Sus rodillas, cerradas, color azúcar cande, invitan a ser abiertas, de modo imperioso, para disfrutar con lo que allí, en el fondo de los muslos, debe de haber.
He conseguido rozar su cara con la mía, y quizá acariciar su nuca y los cabellos cortos, aunque esta vez no ha habido revuelo de puertas en torno a un pasillo, de chinas y arcilla, que siempre fue el eje de la aventura.
La mujer, la criatura, no tiene nombre, no habla, creo que no respira, pero sí despide calor intenso y dispone de labios gruesos como de grosella. Las mejillas son de piel de ciego, y me pregunto de nuevo por qué no habré abierto esos muslos, yo era un joven agraciado.