Hace nueve años se abrió una nueva puerta para el conocimiento del pasado humano: el desciframiento del ADN de personas que vivieron hace miles de años. Ese año se publicó el genoma de varios neandertales y ello condujo a la sorpresa de que los europeos y los asiáticos de hoy tenemos algunos genes que proceden de ellos, como resultado de un mestizaje que quizá se produjera en Oriente Medio hace unos cincuenta mil años. Y ese año también, el desciframiento del ADN contenido en un fragmento de un dedo encontrado en una remota cueva de Asia central reveló que una tercera rama del tronco humano, los denisovanos, había convivido en Eurasia con los neandertales y los humanos modernos.
Fue sólo el comienzo pues a partir de entonces el desciframiento de genomas antiguos ha avanzado a un ritmo exponencial, de tal manera que David Reich (Washigton, 1974), que dirige en la Universidad de Harvard un departamento puntero en la materia, ha podido publicar un primer esbozo de la historia genética de las poblaciones humanas que aporta datos para resolver antiguos enigmas, como el origen de los indoeuropeos, y revela aspectos de nuestra historia completamente desconocidos, como la existencia de poblaciones de las que no teníamos noticia, pero que han dejado su huella en los genes de poblaciones actuales.
La gran conclusión a que conduce el estudio genético de las poblaciones humanas a lo largo de milenios es que las migraciones y los mestizajes no han sido la excepción sino la norma, exactamente lo contrario de lo que sostenían las teorías racistas de hace un siglo. Nuestros antepasados sólo tenían sus piernas para desplazarse, pero, con milenios por delante, incluso así se puede llegar muy lejos. De hecho, los humanos modernos, que surgieron en África, llegaron a Australia antes que a Europa y en ese caso no sólo con sus piernas, pues hubieron de cruzar un brazo de mar.
Mucho más que de los cazadores magdalenienses de Altamira, los españoles de hoy descendemos de nuevas oleadas de inmigrantes, procedentes de las actuales Siria y Turquía, que extendieron por Europa la agricultura. Desde hace mucho se sabía que la difusión de la agricultura en Europa tenía un origen medio-oriental, pero estaba en discusión si se había producido mediante su adopción por poblaciones locales o mediante la migración masiva de agricultores medio-orientales, hipótesis esta que parecen confirmar los estudios genéticos. Hace nueve mil años la agricultura había llegado a Grecia y hace seis mil había alcanzado los límites occidentales de Europa.
Reich publica un primer esbozo de la historia genética de las poblaciones humanas que aporta datos para resolver antiguos enigmas
Entre las poblaciones europeas actuales son los sardos quienes presentan un mayor parecido genético con aquellos agricultores ancestrales, prueba de que su isla no ha sufrido desde entonces grandes aportaciones de población. No ha sido ese el caso de la península Ibérica, donde en el período comprendido entre hace 4.500 y 4.000 años, se produjo un cambio genético sustancial, con la llegada de los Yamnaya, ganaderos dotados de caballos y carros, capaces de desplazarse a mayor velocidad y a juzgar por sus tumbas bravos guerreros, cuyo lugar de origen se halla en las estepas de Rusia y Ucrania.
Cuando el libro se editó en inglés el año pasado, no se habían publicado los resultados de la investigación que reveló este cambio genético en nuestra península, al que Reich alude, y cuando a principios de este año se han comenzado a hacer públicos han causado cierta polémica en el mundo de la prehistoria española y portuguesa. El descubrimiento consistió en que durante aquel período un tercio de la población ibérica fue desplazada por gentes procedentes de las estepas del sureste de Europa, pero que en el caso de los varones el desplazamiento fue mucho mayor, ya que en el cromosoma Y el 90 % del ADN de los sucesivos habitantes ibéricos procedía de los recién llegados. ¿Debemos denominarlos inmigrantes o invasores?