Francisco Ferrer Levín. Foto: Ricardo Cases
Todo lo que constituye reescritura de la primitiva obra Níquel contiene las páginas más brillantes de la obra, sobre la cual hay diversas explicaciones del autor, mediante la adición de notas finales que remiten a circunstancias o textos propios que aclaran algunos pasajes, o bien gracias a la brusca irrupción del propio autor en el mismo cuerpo del texto: "La historia procede de las dos partes del libro P.A.M., la primera parte la novela propiamente dicha (ahora titulada Níquel) y la segunda, Die Rabe, que con apariencia de guión cinematográfico no es más que su continuación y remate" (p. 251). Todo lo añadido posteriormente, especialmente en el último tercio de la obra, tiene una apariencia desflecada, con estampas que a menudo pueden ser leídas como poemas en prosa -no hay que olvidar que Ferrer Lerín es autor de una singular obra lírica-, con sucesos o anécdotas de significado ambiguo que destruyen la unidad del conjunto, aunque a veces vuelvan atrás para insertar antiguos escritos propios o ajenos y completar así informaciones de la historia precedente, o contengan fragmentos de indiscutible calidad de página. El resultado es una obra desigual, construida por acarreo y acumulación y poco vertebrada, donde la invención parece estar sólo en el abultamiento de algunos hechos de base real -gracias al balanceo ya anotado entre autobiografía y ficción-, pero que sustenta con vigor un retrato de época con rasgos acusados, del que emana cierta estética narrativa que recuerda la de algunos novelistas de los años 50 -García Hortelano, el primer Marsé, etc.-, con sus guiños elusivos y su denuncia soterrada y casi grotesca de situaciones sociales rechazables.
Ferrer Lerín, que es autor de prosa eficacísima, ha operado de espaldas a modas o pautas convencionales. Hay pasajes narrados con extremado detalle, con la misma precisión con que se confeccionaría el inventario minucioso y con pretensiones de exhaustividad de la fauna de un lugar, y, sobre todo en la última parte, hechos sobre los que se pasa como por encima, con informaciones inconcretas que obligan al lector a restaurar o imaginar lo omitido o a preguntarse si todo ello era pertinente en una estructura que, como tal, cruje en muchos momentos.
Por eso Familias como la mía deja esa impresión de vigor y poderío en muchos trazos -en escenas y pasajes de memorable diseño-, pero también de insuficiencia cuando el autor divaga, se sale de la historia y, para reforzar su verosimilitud, intercala documentos o noticias que nos lanzan al mundo de la realidad y nos alejan de la fascinación hipnótica en que nos habían sumido la descripción de las sórdidas timbas barcelonesas, las expediciones campestres de los naturalistas, las tareas de vigilancia que preceden al asesinato de Carrero Blanco o el trabajo del narrador como exterminador de cadáveres. ¿No hubiera sido preferible huir más de la envoltura autobiográfica? Hay dos planos diferentes -en interés y en perfección narrativa- en esta novela, con un acusado desequilibrio entre ambos.
PALABRA DE AUTOR
Ornitógo y escritor, ¿tiene ya claro si es un poeta apasionado por las aves o un ornitólogo letraherido?
-La claridad es escasa, pero me atrevo a señalar que la emoción que procuran la media montaña y la ingesta despiadada de la pitanza a cargo de aves necrófagas ha dejado de situarse en posición de empate con la literatura para alcanzar un resultado favorable a esta última.
l ¿Qué hace que un autor secreto rompa un silencio literario de 30 años? -Una circunstancia baladí como la participación en un ciclo de conferencias en el Instituto Francés de Barcelona donde un joven profesor me pidió continuar. Un rosario de ilustres como Félix de Azúa, Frederic Amat y Joaquín Jordá, también me animaron a retornar a la escritura. -¿Qué tiene en cartera? -2012 será el año de Hiela sangre, que enlaza con los poemas de Fámulo. Pero la originalidad nunca está en mis presupuestos.