Aunque su existencia, puesta en duda durante años, está más que contrastada, el nombre de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) todavía está asociado a infinidad de leyendas. Y no es para menos. Deslumbrante poeta en su temprana juventud, lo dejó todo para afincarse como ornitólogo en el Pirineo aragonés, donde convirtió en su ocupación el alimentar y cuidar aves carroñeras. Convertido paulatinamente en lectura de culto, la transformación en personaje culminó con su aparición en la novela Diario de un hombre humillado de su amigo Félix de Azúa, bajo el nombre de "El buitre", y en un capítulo de Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas.
Sin embargo, su "resurrección" literaria en 2005, con la novela de tintes autobiográficos Níquel, trajo de nuevo a las letras españolas sus breves narraciones descarnadas y sobrias, no exentas de un humor caústico, de frases cortas y mínimos aditamentos. Una literatura basada en un ejercicio de imaginación plena, que aborda sin complejos una variedad inmensa de registros y formas, y cuya impermeabilidad ante las modas a lo largo de las más de cuatro décadas garantiza su radical actualidad y su total independencia. Ahora, con el objetivo de "masificar" o "vulgarizar" la obra de Ferrer Lerín, en el buen sentido, la editorial Anagrama publica, bajo selección y epílogo de Ignacio Echevarría, Besos humanos, una recopilación de textos de todas su épocas literarias que, huyendo de tópicos, ejemplifican una de las propuestas narrativas más audaces de las últimas décadas.
Pregunta.- Comenzó muy joven a escribir, pero también a dejar de hacerlo, ¿cómo se internó en esos "años grises para su producción literaria" y por qué decide romper ese silencio creativo?
Respuesta.- La escritura, en la adolescencia, resultaba muy fácil; un ruido en la cabeza, durante la niñez, imprimió a mi vida un carácter musical, una cadencia que no sólo me permitió y me permite redactar con éxito sino que me permite emitir sonidos e interpretar los que emiten otros seres. Esa facilidad en el desarrollo de la escritura devaluó el ejercicio de la misma, e igual que comencé, a los quince años, a armar poemas, abandoné la práctica con veintinueve. Pasaron treinta y tres años de agrafía y un buen día recibí una llamada telefónica invitándome a dar una conferencia en el Instituto Francés de Barcelona, a cuyo término, surgieron, como de la nada, varios individuos que me rogaron entre sollozos de exigencia y alegría que retornara al oficio de escribano. Obedecí... y no he parado.
"La leyenda ha actuado como una losa a la hora de enjuiciar mi escritura, ha prevalecido el interés por la biografía del personaje"
P.- ¿Hasta qué punto le ha influido, negativa y positivamente, esa leyenda creada en torno a usted y a su obra?
R.- Treinta y tres años sin escribir tras una afamada etapa de poeta rompedor sería motivo de controversia, pero los especiales oficios desarrollados durante esos treinta y tres años añaden elementos suficientes para convertirme en un personaje legendario que, por si no fuera suficiente, escribe una novela que se nutre de esas peripecias sobresalientes. Y está claro que la leyenda ha actuado como una losa a la hora de enjuiciar mi escritura, ha prevalecido el interés por la biografía del personaje olvidando los posibles valores de lo que el personaje escribía. Esta deriva se produjo mayormente en los inicios de la segunda etapa de mi vida literaria y, en la actualidad, parece haberse atenuado.
P.- Sugiere el epílogo que el tratamiento de su obra le ha granjeado un tipo de lector atrevido y exigente, ¿cuál es la tipología del lector de Ferrer Lerín?
R.- Mi lector tipo es alguien que quiere escribir como lo hago yo. La condición de escritor hace que ese lector pueda entrar en colisión, en competencia, en cuanto me conoce y descubre que soy humano y que, con algo de suerte puede igualarme e incluso superarme. Esa competencia, tan desagradable, disminuye cuando la diferencia de edad es notable; en tiempos me relacionaba con escritores viejos que no veían en mí a un competidor, pero esos viejos han ido muriendo o han quedado tullidos; quedan pues los muy jóvenes, las mujeres o los pertenecientes a otras razas, grupos incomparables por razones obvias. Quizá lo que más abunda es el varón joven, caucásico y universitario.
Palabras poéticas, atmósfera onírica
P.- Hablando de su poesía aseguró que actualmente la percibe como un traslado, un desorden, ¿su escritura se basa hoy en día en el disfrute de jugar con las palabras?
R.- Siempre un escritor ha de jugar con las palabras, y no digamos si ese escritor es un poeta. En mi caso inicié mi andadura poética imitando a Saint-John Perse; mi primer libro, De las condiciones humanas, disfruta del ritmo versicular, de la copia de lo que se denominó "poesía del inventario", todo ello sobre un soporte de ensoñaciones infantiles conformadas por la lectura de la novela Primera memoria de Ana María Matute. En mi segundo libro, La hora oval, me sumerjo en una etapa de experimentación formal en la que algunas palabras son observadas desde la órbita del siginificante. En Cónsul, el tercer y último libro de esa etapa de juventud, se mitiga algo el experimento y no es hasta Fámulo, el primer libro de poemas de mi segunda etapa, casi preagónica, cuando fuerzo abiertamente la situación, operando ahora sobre los significados, a los que violento, a veces hasta tales extremos, que las palabras quedan vaciadas de su sentido tradicional, lo que me permite integrar en el listado de palabras poéticas muchas que nunca tuvieron esa vocación.
P.- Un elemento clave en su escritura es el mundo onírico, ¿por qué esa afición por la narración de sueños, actividad narrativa consustancial a todo ser humano?
R.- Hay, de por medio, una razón fisiológica: con los años se duerme menos, el sueño se vuelve entrecortado, y como todo el mundo sabe la última parte de los sueños es la que se recuerda por lo que al cabo de una noche, tras cinco interrupciones para ir al lavabo, se pueden conseguir cinco historias que hay que volcar en el ordenador antes de que se pierdan en ese bosque de neuronas fosilizadas que ya son las mías. El sueño tiene un componente fundamental: la forma en que se produce la acción, la forma en que imaginamos sucesos a menudo de lo más trivial y que si son volcados hábilmente crean una peculiar atmósfera en el relato. Está claro que la traslación de sueños ha de tener como receptáculo una narración breve que se limite a reproducir lo soñado, del modo más fiel posible.
"La naturaleza ha aportado ciertas marcas a mi literatura. Otra cosa es caer ensimismado ante un claro de luna, vicio habitual entre escritores de poco fuste"
P.- Muchos de sus relatos han sido definidos como crueles, a pesar de las compensatorias dosis de humor que encierran. ¿Comparte esta opinión? ¿Qué los hace así?
R.- La crueldad, como el sadismo, son artes menores, que nunca he practicado; en parte porque suponen un nada despreciable desgaste energético y en parte porque acostumbran a recubrirse de un esteticismo de mercadillo o, como mucho, de supermercado. Las acciones violentas, entendiendo por violentas las que no son habituales por ejemplo en el transcurso de una vida dedicada a la filatelia, se acometen por los héroes de mis cuentos y poemas y son necesaria respuesta a la opresión que sufren dichos héroes por la insoportable explosión demográfica humana que no deja espacios libres de especulación industrial e inmobiliaria.
Visión romántica, no cursi
P.- Ha renegado en varias ocasiones de la naturaleza como inspiración literaria, ha dicho que son antitéticas, pero sus textos están cuajados de bestias y paisajes espléndidamente definidos, ¿su pasión ornitológica y naturalista no ha dejado huella en su escritura?
R.- Se recomienda que quien se dedique profesionalmente a la escritura mantenga otros empleos de modo simultáneo para así disponer de un notable caudal de conocimientos, de herramientas léxicas, conceptuales y expresivas que den a sus escritos vigor, diferencia y atractivo. La ornitología de campo, disciplina que he practicado y practico, la herpetología, y cierto grado de conocimiento de la naturaleza en general, aportan elementos que consiguen, creo, la consecución de marcas literarias reconocibles desde bastante lejos. Otra cosa es caer ensimismado ante un claro de luna, un ramillete de begonias o el trino de la curruca capirotada, vicios habituales entre escritores de poco fuste, incapaces de disociar el útil nombre científico de la curruca capirotada -Sylvia atricapilla- de su voz y/o de su canto; siendo el nombre científico, incluso su nombre oficial español, recomendables piezas a incluir en un poema, y sus manifestaciones cromáticas o melódicas trasuntos de una literatura cursi y ramplona.
P.- Muchos relatos exploran el vacío, un mundo sin gente, o escenarios visitados con posterioridad al fallecimiento, ¿cuál es su visión de la muerte?
R.- Los mundos vacíos son, a menudo, mundos deseados, desprovistos de la basura que genera la masa y de la basura que es en sí misma la propia masa. Pero si de lo que hablamos es de la visión particular de la muerte y de los estados posteriores al acto de morir, he de aceptar que no me diferencio en exceso de la visión de los románticos, siempre fascinados por el espectáculo de los restos de una batalla, de las de antes, de las de caballerías y soldados destripados, pendientes de la llegada de los bellos necrófagos.
P.- Varios textos parecen inconclusos, meras sugerencias abiertas al lector, ¿por qué?
R.- Pueden ser apuntes, esbozos, bocetos, dispuestos de tal modo que puedan servir para su desarrollo posterior, que no se espera sólo a partir de mi propia intervención, sino de la de otros compañeros de escritura. Campos abiertos al desbroce, al cultivo.
"En mi primera etapa no buscaba la complicidad del lector, creyendo que bastaba con escribir para mí mismo, ahora he claudicado y necesito recibir su reconocimiento"
P.- También asegura que apenas distingue entre prosa y poesía, que todo es escribir, ¿cómo toma una idea forma de poema o de narración?
R.- No lo sé. Efectivamente he dicho que, recientemente, muchos de los materiales que configuro y almaceno son susceptibles de convertirse en poemas o relatos, de hecho la mayoría de esos materiales, en ese estado que parece preliminar, ya constituyen la forma definitiva, no necesitan ningún tratamiento. He creado un nuevo artefacto literario, felizmente rotulado por mi doctorando Antonio Viñuales Sánchez como "caso", que reúne las condiciones óptimas para mi ritmo actual de producción; resulta breve, compacto, esconde un recorrido circular de la idea que lo informa, encaja bien en la estructura del blog y supondrá, ojalá sea en breve, la publicación de un volumen para su guarda y contemplación, unos Casos completos en los que prosa y verso aparecerán jubilosamente fundidos.
P.- Los relatos abarcan las varias épocas de su escritura, ¿nota algún tipo de evolución? ¿Qué buscaba de la escritura cuando comenzó en su juventud y qué busca ahora?
R.- Sé, que a diferencia de muchos de mis compañeros de generación, nunca he buscado el premio Nobel pero, hay que reconocer que, si en mi primera etapa no buscaba la complicidad del lector, creyendo que no la necesitaba, que bastaba con escribir para mí mismo, ahora en esta segunda etapa he claudicado cayendo tristemente en la obviedad que postula que sin lectores no existen autores, que necesito recibir su calor y, sobre todo, su reconocimiento. Supongo que este cambio se sustenta en la certeza de que las críticas van a ser favorables; de hecho las que no lo han sido han abundado en un lugar común, en la no evolución de mi escritura, en el aserto de que el poeta, a lo largo de su vida, sólo escribe un poema y luego no hace más que repetirlo, disimuladamente al principio, de modo descarado al final.