El sector editorial español goza de buena salud y lleva unos años al alza, como reflejan los casi tres millones de euros, los casi 90.000 títulos y las 2720 editoriales privadas que recoge la Federación de Gremios de Editores en su informe de 2017. Pero más allá de las halagüeñas cifras, también puede presumir de contar con sellos consolidados, con muchas editoriales que a lo largo de varias décadas han ido configurando y dando prestigio al rico y variado panorama de nuestras letras. Desde los grandes sellos internacionales hasta los pequeños proyectos casi artesanales, este 2019 coinciden en cumplir años diez casas del libro que representan la consolidación, evolución y diversidad de un sector editorial que espera seguir dando guerra muchas décadas más.
La decana de las cumpleañeras, la editorial Planeta, celebra desde el pasado junio sus 70 años, unas bodas de titanio que han visto como el sueño literario de José Manuel Lara se ha convertido en el núcleo de un próspero imperio editorial convertido hoy en el grupo más importante de la edición en español. Un gigante presente en más de 20 países y con más de 40 sellos bajo su ala, que trasciende la literatura y llega a sectores como el mediático y el audiovisual. Esta trayectoria convierte en paradójicas las antiguas declaraciones de su fundador, que hace años aseguraba que “para montar una editorial lo primero que hay que hacer es no tener dinero. Si se tiene dinero hay mucha alegría, se publican libros muy malos y se acaba perdiéndolo todo”.
Mientras Planeta celebraba sus dos décadas de vida, al filo de los años 70, empezaban a sentirse en España albores de un cambio que tuvo su decisivo reflejo en el mundo editorial. Fue entonces cuando surgieron dos editoriales hoy emblemáticas y fácilmente reconocibles por los lectores, Anagrama y Tusquets, que cuentan ya con medio siglo de vida. El terremoto provino de una generación de “chicos malos de familia bien”, que jugaron (pero muy en serio) a ser editores en la Barcelona de entonces: los hermanos Tusquets, Beatriz de Moura, Castellet, Carlos Barral o Jorge Herralde, que recuerda así aquellos años. “Éramos novatos pero apasionados y vivimos una década irrepetible. Nos interesaba la cosa literaria, pero también la cosa política, que estaba muy agitada”, explica el fundador de Anagrama. “Se vislumbraba la muerte de Franco, la censura había aflojado un poco, y a nivel internacional estaban la revolución china, mayo del 68, la izquierda extraparlamentaria en Alemania, la ebullición política, también en la izquierda, en Italia… fueron, en fin, unos años políticamente muy rebeldes”.
Veteranos en la ruptura
“Empezamos en una situación difícil, con la censura franquista y teniendo que consultar cada libro. Y sin saber si iba a vender o no los libros que hacía yo. Que de hecho no vendía mucho. Pero la Barcelona de entonces bullía de entusiasmo y era excitante, un auténtico reclamo para escritores y exploradores”, opina Beatriz de Moura, que, tras su paso por diversas editoriales como Lumen, fundó Tusquets. “La edición es una aventura, en cualquier caso, en cualquier situación política y social”.
Ambas editoriales han trazado trayectorias paralelas, apostando en su día por el ensayo y la novela de calidad, con colecciones ya míticas como Serie Informal, Panorama de narrativas, Cuadernos ínfimos o Cuadernos Marginales, y manteniendo un pie en Latinoamérica y otro en Europa, son responsables de que los lectores españoles disfrutaran de escritores como Octavio Paz, García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Patricia Highsmith, Raymond Chandler, John Kennedy Toole, Chirbes, Javier Marías, Félix de Azúa, Ian McEwan, Julian Barnes, Marguerite Duras, Borges, Milan Kundera, Italo Calvino, Albert Camus, Murakami, Henry James, Almudena grandes, Martin Amis, Kazuo Ishiguro, Enrique Vila-Matas, Rafael Reig, Álvaro Pombo, Bolaño o Kapucinski.
Pero la compra de Tusquets por parte del grupo Planeta en 2012, aunque manteniendo una férrea independencia por la que De Moura peleó con uñas y dientes, confirmó una tendencia que venía modificando el panorama editorial español desde varios años atrás, la inclusión de estas editoriales independientes medianas en un gran grupo, como más tarde haría Anagrama y hace muy poco Salamandra (que cumple 40 años bajo su antigua denominación de Emecé editores España y que celebrará los 20 ya como Salamandra el año próximo). Desde los años 80, y especialmente los 90, la concentración editorial hoy tan evidente estaba creando cierta uniformidad literaria que propició el espacio para la aparición de un fenómeno que paulatinamente provocaría otro importante cambio en el sector editorial, la aparición de las pequeñas editoriales independientes. Por este hueco se coló en 1999, hace hoy 20 años, Valeria Bergalli, fundadora de Minúscula.
Dos modelos en convivencia
“Quería proponer algo distinto a lo que me parecía que era lo hegemónico en ese momento en las librerías. Fue la época del comienzo de la expansión de los grandes grupos, y las editoriales entonces independentes estaban muy asentadas, estaban festejando sus 30 años, pero a mí me parecía que comenzaba a imperar en las librerías cierta uniformidad”, recuerda. Nacida en Buenos Aires y criada entre libros en un triángulo entre Argentina, Alemania e Italia, la propuesta de la editora se significó desde el primer momento. “Desde el nombre de la editorial, el formato, las cubiertas bitono y la manera de organizar las colecciones, nunca distinguiendo por géneros, sin separar narrativa de ensayo… Todo apuntaba a distinguirse de lo que ya existía”.
Pero además del planteamiento novedoso, Minúscula contó con el concepto de tener un catálogo cuidadosamente seleccionado y volcado hacia preocupaciones de aquellos años que se mantienen plenamente vigentes. “Hay unos cuantos ejes conductores en el catálogo que tienen que ver con aportar miradas interesantes, significativas en torno a la historia y la identidad de Europa, reflexionar sobre el exilio, los regímenes autoritarios y cuál es el peso que dejan sobre las sociedades que los han sufrido”, explica Bergalli. Algo que ya estaba anunciado en el primer libro que publicó la editorial, Verde agua de Marisa Madieri,” que no hemos dejado de reimprimir desde entonces. Ahí ya están todos estos temas sobre la identidad, el exilio, la frontera, y expresa cuál es nuestro gusto literario”.
Un gusto, que comparte muchos puntos en común con otro sello de referencia que celebra sus dos décadas de vida, la editorial Acantilado, fundada por el desaparecido Jaume Vallcorba, pero que descansa desde entonces en las mejores manos, las de Sandra Ollo, que lleva en el proyecto doce de sus veinte años de vida. “La editorial en la que yo entré tenía muy clara la orientación de su catálogo, con una clara vocación europeísta, y en lo que estaba definidísima es en la manera de entender el libro, como objeto rigurosamente trabajado a nivel de traducción, edición…, y la edición como un diálogo a tres bandas entre el editor, el libro y el lector, una conversación fluida”, remarca la editora.
Esta importancia del catálogo, es, para todos los editores independientes la clave de su éxito. “Lo que da vida al catálogo de Acantilado, al igual que en otros sellos, ya no tantos, pero si algunos, Acantilado sigue siendo y será, esperemos, un catálogo de lector, el editor es un lector que selecciona los libros en función a su gusto. Independientemente de la moda, de las tendencias, de los estudios de mercado, que en mi casa no sabemos lo que son”, explica Ollo. “Es lo que marca nuestra línea, porque terminas trabajando por un camino paralelo y el lector lo nota y siente afinidad con esa sensación de ser un verso suelto. Hay mucha gente que no sabe lo que quiere y le encanta que le sorprendan, y Acantilado tiene este espíritu, eso es lo que nos diferencia”.
Una diferencia que convive, por supuesto, con esos cada vez más grandes grupos, situación que en principio no alter la armonía entre ambos bandos. “Esta dualidad a mí directamente no me afecta en el día a día, pero, sintiendo el mayor de los respetos por las decisiones que cada uno toma con su empresa, siempre tienes el temor, como lector incluso, de que la personalidad de los sellos se desdibuje un poco dentro de los grupos. Hay honrosos casos en los que no sucede y hay otros flagrantes de sellos casi borrados”, opina Ollo. “Y teniendo conciencia de grupo, esta situación no termina de ser beneficiosa para el sector, porque debilita la posición de las editoriales independientes a la hora de poder defender posiciones”.
Géneros con mucha vida
De este boom de la edición independiente, que alcanzó su apogeo a mediados de los 2000 con sellos como los que integran el grupo Contexto, fue también pionero un editor que apostó hace 20 años por un género muchas veces olvidado pero que comenzaba una fulgurante expansión, el cuento, que en España es casi sinónimo de Páginas de Espuma y de Juan Casamayor. “Tenía la vocación de crear un contenido donde el cuento fuera el eje de un proyecto editorial, algo que no existía en nuestro entorno, que pudiera reflejar ese momento creativo de los años 90 donde despuntaron cuentistas excelentes. Arrancaba Eloy Tizón, Juan Bonilla, Hipólito Navarro…”, recuerda. “Viéndolo en el ecosistema del libro de finales de los 90 era un espacio que no estaba en absoluto cultivado. Por otro lado, lo veía también como lector, pues ante todo un editor es lector, y lo veía como la posibilidad de ejercer un espacio profesional en el que me encontraba muy cómodo, compartir y trasladar una lectura íntima a los lectores”.
Militante inexorable del relato, Casamayor asegura que estas editoriales que hoy cumplen 20 años surgieron como respuesta a “esa monopolización y unificación de criterios editoriales de finales de los 90”, pero también defiende que la convivencia es posible. “Tengo una relación cercana con los grandes grupos, donde hay magníficos editores. Y es que ellos saben, como decía Claudio (López de Lamadrid, editor de Random House), que hay aspectos que un gran grupo no puede hacer tan bien como una editorial independiente. Nosotros movemos mucho mejor un libro de cuentos que Random, y eso lo saben los autores”.
Esto lo prueba el hecho de que “muchos autores que publican sus novelas en grandes grupos, publican sus cuentos con Páginas de Espuma”. La editorial cuenta con un nutrido catálogo del que Casamayor destaca las claves. “Un concepto estético y geográfico muy amplio, la editorial no es unívoca, no es solo de un color o de una latitud, se ha hecho fuerte en el catálogo compartiendo autores de distintas zonas, estéticas y generaciones. Eso permite que hayamos podido acompañar a escritores que empezaban y que hayan podido unirse otros con una trayectoria sólida y mucho más fuerte”.
Otro género de enhorabuena en este aniversario es la poesía, que también cuenta con un representante en un mundo casi por definición de editoriales independientes, La isla de Siltolá, que cumple una década de vida manteniendo claro el objetivo inicial, “dar a conocer voces de calidad que en editoriales grandes no tenían cabida”. Así lo afirma Jaime Sánchez, actual editor e hijo del fundador Javier Sánchez Menéndez, que recogió el testigo de su padre el año pasado y que mantiene viva una filosofía que reza que, a pesar de los errores, “un catálogo se enriquece si se consigue armonizar autor/editorial/lector”.
En un mundo complejo como el de la poesía, con dificultades extra como “la poca venta, la vanidad de los autores y la dificultad en la distribución”, Sánchez cree “la edición independiente es una necesidad. Pero no nos gusta hablar de independientes, el propio término genera ya dependencia a esa independencia de pose. Nos gusta hablar de editoriales literarias, y esas son las que se echan en falta”, apunta, pues asegura que desde hace una década a hoy la calidad general de la edición ha disminuido. “Se publican libros más bonitos pero menos literarios. Si el lector es hueco hay que publicar más basura y en estos momentos se publica mucha basura”.
El reto de un nuevo modelo de consumo
Pero el cambio más evidente que notan la mayoría de los editores, los cuales esperan con un sentido ojalá poder doblar los años de vida de sus respectivos sellos, en los últimos años no pasa tanto por este modelo dual ya consolidado, sino en el lector y en los hábitos de consumo del libro. Como viene diciendo Herralde, “la irrupción de las nuevas tecnologías, y de otras formas de ocio han influido indudablemente en las ventas de libros. Ahora se lee mucho más que antes, pero estas lecturas son fragmentarias, discontinuas. Lo de sentarse y leer un libro es un acto cada vez más incierto”, opina. “Los jóvenes que tendrían que construir su biblioteca, como comenzamos a construirla nosotros con 17 o 18 años, están ocupados ahora con los vídeojuegos y las tecnologías”.
De acuerdo con él se muestra Casamayor que apunta que, en estos años, “hemos ido asistiendo a los diversos cambios tecnológicos, de hábitos de lectura… El gran cambio ahora es que debemos pelear por el ocio del ciudadano, que ahora puede dispersarse más, y conseguir que el lector vuelva a comprar en las librerías. Y el editor tendrá que adaptarse, a los cambios del ecosistema”, vaticina. “No es algo sólo empresarial”, refrenda Ollo, “el lector del libro ha cambiado muchísimo de una manera muy rápida en los últimos años, algo que ha afectado también a libreros, distribuidores… Es algo de modelos de consumo, del lugar que ocupa la lectura en el ocio”.
Sin embargo, poniendo voz a sus compañeros, la editora reconoce que la edición tiene un futuro brillante, porque “la ambición de todo aquel que tiene un proyecto, que al final ya es un proyecto vital y no solo laboral porque engloba todo, es que perdure y de la mejor manera posible. A mí me encanta pensar en las grandes editoriales europeas, Gallimard, Adelphi… editoriales que tiene una trayectoria larga y embellecen el panorama cultural de sus países. Esa es la ambición de cualquiera que ame los libros, dejar un legado así”. Y por muchos años más.