Director de Penguin Random House y editor de Gabriel García Márquez durante veinte años, Claudio López Lamadrid (Barcelona, 1960) ha fallecido a los 59 años de un infarto cerebral. Con casi tres décadas al servicio del sector editorial, trabajaba en el sello literario desde el año 2000 y gran parte de su trabajo lo desarrolló en Latinoamérica.
Figura esencial dentro del sector editorial, con él celebrábamos hace poco los 20 años de El Cultural con una conversación junto a su amigo, el crítico y editor, Ignacio Echevarría. En ella, ambos repasaban sus pasos por el mundo editorial, desde sus inicios hasta hoy, y reflexionaban sobre el panorama cultural actual.
Lo suyo venía de familia. Sobrino del también editor Antonio López de Lamadrid, como él también tuvo una vida dedicada casi por entero a la edición. Comenzó su carrera como editor en unas prácticas en París con Christian Bourgois y más tarde trabajó durante 10 años en Tusquets Editores, sello que dirigía su tío. Fue allí donde aprendió con "el método de ensayo y error". "Aprendías a corregir, a maquetar, a diagramar o a editar de manera intuitiva", reconoció él mismo en la charla con Echevarría. Tras aquella experiencia, el editor pasó a formar parte de la iniciativa que puso en marcha la creación y desarrollo del sello Galaxia Gutenberg de Círculo de Lectores. En 1997, fue nombrado director literario de Grijalbo Mondadori, momento desde el que pasó a formar parte del grupo editorial, siempre al frente del área literaria.
En su larga trayectoria profesional, trabajó con los grandes autores norteamericanos. Foster Wallace, Philip Roth, Naipaul, Coetzee, Alice Munro, Jonathan Lethem, George Saunders... formaron parte de la nómina de escritores que engrosaron su catálogo literario. "Solo fue porque a principios de los noventa, los editores habían dejado de mirar hacia los Estados Unidos -recordaba López de Lamadrid- y todos estos autores ya no tenían editor en España".
Clave fue también su labor como editor de literatura hispanoamericana, siendo responsable del desembarco, en ambas orillas del castellano, de lo mejor, más talentoso, irreverente, canónico o provocador de lo que se estaba escribiendo tanto en España como en México, Argentina, Chile, Colombia y Perú. Además de ser amigo personal, complice y editor de García Márquez y Vargas Llosa, descubrió y reivindicó a narradores como Cesar Aira, Samanta Schweblin, Ida Vitale, Élmer Mendoza, Emiliano Monge, Jorge Volpi, Andrés Neuman, Horacio Castellanos Moya, Juan Gabriel Vásquez y tantos otros autores de calidad contrastada. En este sentido, él mismo reconocía que siempre había apostado "por el mercado de la lengua en su totalidad, llegando a proclamar en voz alta que la solución a todos los problemas se encontraba en ese mercado de cientos de millones y animando a los autores españoles a "conquistar las Américas".
Allí fue, de hecho, donde el literato coincidió con García Márquez. Editor suyo durante 20 años, Claudio López Lamadrid confesó tras conocer la muerte del escritor de Cien años de soledad que Gabo siempre se "lo puso muy fácil, aunque era muy perfeccionista, muy profesional, y se ocupaba de todo. Siempre supimos que era el escritor más universal en castellano pero ahora hemos descubierto su dimensión universal".
En los últimos años, además de dirigir la división Literatura Random House (que comprende los sellos Literatura Random House, Reservoir Books y Caballo de Troya), López de Lamadrid había desarrollado estrategias de contenido globales, cohesionaba criterios editoriales y coordinaba las contrataciones del grupo y los planes editoriales de España y América Latina. Al frente del área de servicios al autor, Foreign Rights, así como el Autor 360, área desde la que el sello impulsa la difusión y presencia de los autores y sus obras en ferias, giras, congresos y promociones internacionales, entre sus logros, recordaba el editor en otra entrevista concedida a El Cultural en 2015, estaba "la creación de un sello como Reservoir Books, muy innovador en su momento" y "la publicación de La broma infinita de David Foster Wallace, un libro que parecía un suicidio y ha resultado muy rentable", afirmaba.
Con una vida consagrada por y para los libros, el editor, que acababa de cumplir 59 años, deja tras de sí un legado literario de nombres irrepetibles y una marca personal irrermplazable en el mundo editorial y cultural español y latinoamericano.