"El oficio de novelista es el único que reflexiona constantemente sobre la necesidad de sí mismo", explica Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), que considera que esto es así "quizás porque la novela es un género que parece estar constantemente en crisis. Cada generación declara la muerte de la novela, pero la novela nunca se muere, al contrario, cada vez incorpora nuevas maneras de relacionarse con el mundo y de reflejar las preocupaciones de cada época". Son estos cambios los que a juicio del escritor colombiano, que visita España tras recoger en Portugal el Premio Casino da Póvoa por su última novela, La forma de las ruinas, obligan a los novelistas a estar constantemente preguntándose por qué hacen lo que hacen, para qué sirve la novela, qué pasaría si desapareciera y por qué es bueno que no lo haga. Esto es lo que hace el autor en su nuevo libro, Viajes con un mapa en blanco (Alfaguara), una recopilación de ensayos que exploran desde todos los ángulos posibles, "ese aparato que llamamos novela", y se preguntan por la naturaleza de este género y las razones por las que uno sigue leyendo y escribiendo.
Pregunta.- Asegura que la novela es nuestro mejor invento, incluso que ésta ha creado al hombre y no al revés, ¿cómo nace, qué supone y qué permite?
Respuesta.- Para mí, la gran transformación que permitió el nacimiento de una nueva manera de ver el mundo en la ficción en prosa se da en algún momento entre el Lazarillo de Tormes y El Quijote. En el espacio de un siglo, los ciudadanos descubrieron que el mundo no se acababa en Europa y que el cielo no era una bóveda negra agujereada, sino un espacio infinito. Todo se está transformando y parte de esta transformación es esta idea que nos sugieren El Lazarillo y Don Quijote, la posibilidad de que nuestros compañeros de la vida cotidiana sean dignos de nuestra curiosidad. Esa idea es muy revolucionaria. Las novelas de la antigüedad se ocupaban de criaturas fantásticas o de héroes y dioses, pero nunca de la gente común y corriente. Esa revolución cambia nuestra manera de relacionarnos con el mundo y con las jerarquías porque a partir de ahí es posible realizar el potencial pleno de lo que planteó el Humanismo.
P.- Esa forma de comprender al otro como individuo que ofrece la novela es desmentido ya por Proust, que la tilda de aspiración inútil, ¿por qué seguir intentándolo?
R.- No es que sea inútil, es que no tiene fondo. El ser humano sigue siendo esta criatura misteriosa, opaca, llena de secretos y sombras, porque no hay dos seres humanos idénticos. Por eso Elizabeth Costello, la novelista creada por Coetzee, dice que la novela contemporánea "es la exploración del destino humano caso por caso". Es esa idea del caso por caso lo que a mí me fascina, ese respeto ante la idea de que cada ser humano es una fuente inagotable de misterios y sombras, lo que hace que la novela siga siendo un lugar de exploración inagotable de lo que somos como seres humanos. Nos sigue diciendo cosas nuevas, nos sigue revelando rincones secretos y oscuros de nuestra condición humana, lo que es fundamental.
"La democracia no hubiera sido posible sin la novela, que nos enseña a sentir curiosidad por las vidas de los otros"
P.- Ese nacimiento de la individualidad tiene también una cara pública que usted relaciona con la novela, su acción fomentadora de la democracia. ¿Cuál es el papel democrático de la novela?
R.- En Los testamentos traicionados Milan Kundera dice que las sociedades occidentales se han acostumbrado a pensar en sí mismas como las inventoras de los Derechos Humanos. Pero que para que pudieran inventarse los Derechos Humanos era necesario que nos inventáramos como individuos, que fuéramos conscientes de nuestra individualidad y de la individualidad de los otros. Y esto, afirma Kundera, no hubiera sido posible sin la novela, que nos enseña a sentir curiosidad por las vidas de los otros, lo que fomenta la igualdad y la democracia. Por ejemplo en El Lazarillo, un autor culto, rico y de clase privilegiada se mete durante 150 páginas en la piel de un pobre huérfano desposeído. Eso es un ejercicio de empatía absolutamente revolucionario. Esa idea de sentir curiosidad por los que nos son como yo es profundamente igualitaria y democrática.
P.- ¿Quizás por eso las épocas o regiones menos democráticas tienen un déficit de buenas novelas, como apunta al hablar de la Latinoamérica previa al boom?
R.- La novela siempre ha sido un género rebelde porque siempre ha sido un espacio donde todo vale, donde todo se puede decir y pensar. Y eso es profundamente amenazador para las mentalidades totalitarias, políticas o religiosas. Todavía es muy reciente el caso de Salman Rushdie, con quien coincidí hace un mes en Cartagena, en el que una poderosísima teocracia se sintió amenazada por una novela. Ese es el poder de la imaginación literaria. Desde luego, cuando hay un espacio de libertad los momentos de convulsiones sociales suelen producir novelas. La gran generación de novelistas latinoamericanos surge al mismo tiempo que la Revolución cubana, en un continente en convulsión que está dando un vuelco total. Siempre que hay momentos de arduo conflicto, surgen las novelas como una especia de mecanismo inconsciente de las sociedades para tratar de explorar y reflejar esas convulsiones.
P.- Le concede mucha importancia a la novela del boom, como conformadora de la realidad y la identidad latinoamericanas, ¿esto persiste hoy en día?
R.- No, porque esa necesidad ya la cumplieron esas novelas. Las novelas del boom se encontraron con un territorio cuya historia oficial era mentirosa, o estaba distorsionada, y por eso sintieron la necesidad de volver a contar la historia latinoamericana desde las herramientas mucho más veraces de la ficción literaria. Cuando la historia de un país o de un continente es una ficción contada desde el poder, la novela viene a levantar la mano y decir que las cosas no sucedieron así. Y las cuenta a su manera, tratando de construir a partir de una serie de ficciones una verdad mucho más verdadera que la realidad que se nos ha contado. Eso es lo que hacen Vargas Llosa, Carpentier, García Márquez o Carlos Fuentes.
Pero como eso ya se hizo los que hemos venido después ya no hemos sentido la necesidad de hacerlo. Sin embargo, sí creo que mi generación ha seguido escudriñando en las mentiras y las medias verdades de la historia para tratar de iluminar esos rincones oscuros de nuestra experiencia colectiva. Ese ha sido siempre mi empeño, desde mi primera novela, Los informantes hasta La forma de las ruinas. Esas zonas de sombra de nuestra historia siguen siendo parte de nuestras preocupaciones como novelistas latinoamericanos.
"La generación del 'boom' nos legó el derecho y la libertad de apropiarnos de toda la cultura universal para construir nuestras propias novelas"
P.- ¿Cuál es el legado del boom, tanto negativo como positivo, el que "ya hayan contado" no les limita en cierto sentido, a pesar de todas las vías que abrieron?
R.- Nunca he sentido que la influencia del boom sea una losa, al contrario, para mí esa generación de escritores son los verdaderos fundadores de mi tradición. Lo que hicieron fue abrir puertas y ventanas en la casa de la literatura latinoamericana para que por ellas entraran todas las influencias externas (de Kafka a Faulkner, de Proust a Joyce, de Hemingway a Camus) que nos permitieron y nos siguen permitiendo contar nuestro mundo. Ese derecho, esa libertad de apropiarnos de toda la cultura universal para construir nuestras propias novelas es un gran legado que los escritores de mi generación seguimos aprovechando y los escritores de generaciones más recientes, aunque no lo sepan, también.
P.- Comentaba antes esa dicotomía entre literatura e historia, ¿cuál es la relación de la literatura con el pasado?
R.- El papel de la literatura es contar lo que la historia no puede contar. A mí no me interesa la novela que vuelve a contarnos todo aquello que podemos saber por la historiografía o por el buen periodismo. La tarea de la novela es contar el lado invisible de esos momentos muy visibles que forman nuestra historia colectiva. Eso es lo que es la ficción literaria, que en ese sentido sería más complementaria que opuesta. La comprensión de las Guerras Napoleónicas que nos da Guerra y paz no contradice ni invalida la comprensión que nos da un libro de historia. Decía Novalis que las novelas nacen de los defectos de la historia, cuando hay un espacio en el que la historia no puede entrar, una zona negra que la historia no puede contar.
P.- Afirma que el novelista reescribe y reformula la realidad, ¿desde este planteamiento, cuál es el papel moral, la responsabilidad del escritor?
R.- Creo que la novela nunca ha admitido restricciones de ningún tipo, siempre ha sido muy rebelde ante cualquier tipo de mandato o de imposición. Y creo que esto es muy saludable. Mis novelas siempre han tenido un pie en la realidad y una cierta opción de compromiso que no es necesariamente político pero es un compromiso con mi realidad y con la relación entre las vidas individuales y los hechos colectivos que llamamos historia y política. Esa idea de la novela como un mecanismo que todavía puede explorar nuestras tensiones con el mundo sigue siendo muy valiosa para mí, y en ese sentido sigo sintiendo una suerte de compromiso como novelista con la exploración de nuestra realidad.
P.- También reflexiona en uno de los ensayos sobre cómo se puede escribir una novela, ¿si no existe una formula, cómo es este proceso?
R.- William Somerset Maugham decía que hay tres reglas para escribir una novela, el problema es que nadie sabe cuáles son. Esto es parte de la maravilla del género y tal vez la clave de su supervivencia, que la novela, cuando la practicas genuinamente, no tiene reglas. El novelista va inventándola a medida que escribe, y por eso la novela tiene esa capacidad para llevarnos a lugares que no preveíamos ni habíamos anticipado. Es esa libertad formal, esa capacidad de devorar todos los géneros y de reinventarse formalmente para responder a las inquietudes del momento, lo que hace que las novelas nos lleven a descubrimientos y que sean siempre mucho más inteligentes que sus autores.
"La novela implica una especie de ética opuesta a la de las redes sociales. Son maneras irreconciliables de entender la vida"
P.- En ese sentido alude a ese fin de la novela que parece siempre inminente. ¿Es posible que algo con esa capacidad de adaptación desaparezca?
R.- Esta curiosidad que siempre tendremos mientras seamos humanos sobre nuestra naturaleza y condición, siempre va a exigir de nosotros un mecanismo de exploración como la novela. Mientras sigamos viviendo en sociedades libres, porque la existencia de la novela va de la mano de la idea de libertad, y sigamos cuestionándonos cosas como seres humanos, la novela seguirá siendo el mejor mecanismo que hemos inventado para explorarnos a nosotros mismos.
P.- Cierra el libro comentando el papel de las redes sociales, esa psicosis de la banalidad, ¿por qué son tan nocivas y qué alternativa representa la novela?
R.- La novela implica una especie de ética radicalmente distinta a la de las redes sociales, el peor ejemplo de narcisismo e intolerancia jamás creado. Todos nuestros pequeños fundamentalismos tienen su hábitat natural en unas redes sociales que en el momento de su nacimiento parecían un espacio de diálogo y ahora se han convertido en una amenaza para la democracia. No sé qué puede hacer la novela para contrarrestar esos impulsos pero sí sé que necesitamos una especie de nuevo pacto social para neutralizar los efectos de la mentira en las redes sociales, eso que ahora llamamos posverdad. Los seres humanos vivimos de historias, la mayoría inventadas. Pero éstas se dividen en dos: mentiras y ficciones. Las mentiras viven en el mundo político, las redes sociales, las versiones falseadas de la realidad, y las ficciones son las historias de nuestra imaginación con las que intentamos explicar el mundo. Son maneras opuestas e irreconciliables de entender la vida. Solo espero que gane el lado que me interesa.