El escritor relata en su novela Las tierras arrasadas el infierno de los emigrantes centroamericanos que cruzan México para llegar a Estados Unidos
Según distintas organizaciones como Amnistía Internacional o la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México, cada año se juegan la vida entre 150.000 y 200.000 emigrantes centroamericanos procedentes de países como Honduras, Guatemala y El Salvador que atraviesan de sur a norte todo México con la esperanza de alcanzar Estados Unidos. Por el camino están a merced de organizaciones criminales que los asaltan, roban, golpean, secuestran, humillan, esclavizan, violan y matan. Es un asunto conocido que no recaba de los medios de comunicación toda la atención que merece. El escritor mexicano Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) cree que uno de los sentidos más importantes de la literatura es "hacer visible lo que las sociedades y los gobiernos tratan de mantener en la invisibilidad" y por eso ha escrito Las tierras arrasadas, una novela que en España publica la editorial Literatura Random House.
Los protagonistas del libro son Estela y Epitafio, dos capos que dirigen este holocausto organizado de forma casi industrial: los guías engañan a los emigrantes y los llevan hasta un claro de la selva donde un grupo de hombres armados matan a unos cuantos para amedrentar a los demás, que son encerrados en camiones y trasladados a un antiguo matadero. Entran en el proceso intermediarios, compradores, soldados y policías corruptos y un cura siniestro que convirtió a los niños del hospicio que dirige en las alimañas que son hoy. A base de amenazas, golpes, vejaciones y violaciones, los captores anulan las esperanzas y la personalidad de las víctimas, a los que Monge se refiere con citas de la Divina comedia: "los sin nombre cuyas almas traicionó el Dios sordo que invocaron al sentir que era su suerte arrebatada", que "sienten cómo el cuero se les pega al espanto y al espíritu se les adhiere un nuevo luto", que "maldicen su ascendiente y su semilla"... Conforman éstos, con testimonios reales extraídos de diversas fuentes, un coro de voces al estilo de las tragedias griegas. De hecho, al principio el autor quiso darle forma teatral al texto, pero finalmente decidió que fuera una novela.
Pregunta.- ¿Conoce otros textos literarios que hayan abordado el drama de la migración centroamericana que cruza México?
Respuesta.- Se ha tratado muy poco este asunto en la literatura y en la prensa. El gobierno está jugando a que no existe y la sociedad no ha sabido o no ha querido verlo. Los mexicanos constantemente exigimos derechos para nuestros compatriotas que emigraron a Estados Unidos, pero nunca para el que está cerca. Enrique Díaz, en su extraordinario libro El traslado, usa un término genial, "la sociedad hipermétrope": somos capaces de ver lo que nos muestra internet a miles de kilómetros pero somos incapaces de ver al que tenemos al lado y de ponernos en su lugar, no de tolerarlo y esas pendejadas liberales, sino ser el otro, convertirte en el otro por un momento. Por eso se ha tratado muy poco el tema, y aún menos desde el periodismo. Hay reportajes sobre "la Bestia" [el tren de mercancías al que se suben en marcha muchos caminantes para cruzar México] porque es un tema atractivo, porque vende. Pero no se habla de las historias individuales. En Centroamérica sí, hay una organización de periodistas salvadoreños llamada El Faro que está haciendo un trabajo impresionante. Uno de ellos, Óscar Martínez, ha escrito el mejor libro sobre el tema: Los migrantes que no importan.
P.- ¿Cuándo se volvió el camino tan peligroso?
R.- Hay dos causas. Por una parte, Estados Unidos ha cerrado mucho más férreamente sus fronteras y esto hace que el migrante centroamericano no logre cruzar y se quede mucho más tiempo en México. Además, EE.UU. tomó la decisión de extraditar a muchos presos centroamericanos y ha llevado a cabo deportaciones masivas. Por otra parte, el recrudecimiento de la violencia se produjo a partir de la declaración de la guerra contra el narco por parte del peor presidente que ha tenido México desde la revolución: Felipe Calderón. En realidad no es una guerra contra el narco, sino por el narco. Eso explica todo lo que está pasando en México. Los cárteles han creado ejércitos enteros y ante este crecimiento, cárteles como el de Sinaloa, que antes solo se dedicaba al narcotráfico, han ampliado su actividad al tráfico de armas y al tráfico de personas. Se empieza a secuestrar a migrantes centroamericanos para los campos de trabajos forzados, para traficar con la droga, para convertirlos en soldados improvisados contra otros cárteles. México es un país lleno de fosas clandestinas y la mitad de los cuerpos son centroamericanos. Es horrible.
P.- En la novela aparece la corrupción de las fuerzas de seguridad mexicanas, que a veces miran para otro lado e incluso participan activamente en estos crímenes.
R.- La corrupción en México es absoluta, es el mayor problema institucional del país. En Estados Unidos hay menos muertos a pesar de que es el país donde se consume la inmensa mayoría de la droga que pasa por México. La mayor parte del dinero que genera la droga se queda en EE.UU., la mayoría de las armas que matan gente en México viene de allí, pero allí no hay enfrentamientos directos entre cárteles por una sencilla razón: en EE.UU. el cártel dominante es la DEA, y así es desde hace muchos años. El gobierno de Felipe Calderón intentó lo mismo en México: el ejército mexicano es el otro gran cártel. De hecho, el narcotráfico nació en México con el ejército: los primeros que sembraron opio y marihuana en Sinaloa fueron los inmigrantes chinos, durante la Primera Guerra Mundial empiezan a vender opio al ejército de Estados Unidos para producir la morfina que necesitaban sus soldados, y así es como se establece el primer flujo de droga entre Sinaloa y California. Cuando se convierte en un negocio, el ejército mexicano arrasa con los chinos y se queda con el negocio de la droga. Desde entonces es un negocio del ejército y de los capos de la droga.
P.- ¿En serio cree que la DEA [la agencia antidroga estadounidense] es una tapadera?
R.- Yo estoy convencido de que la DEA es el gran cártel de la droga en Estados Unidos, y no lo digo solo yo, sino muchos investigadores. Sería muy fácil cerrar los grifos del dinero de la droga, si sigues los hilos del dinero puedes llegar a las empresas que lo lavan y cerrarlas, pero no lo hacen. Además, la DEA es el principal opositor de la legalización de las drogas en Estados Unidos, y después de ellos, los proveedores privados de las cárceles de Estados Unidos, ya que el 80% de los presos en aquel país cumplen condena por crímenes relacionados con el tráfico de drogas. Las grandes tragedias de México son compartir frontera con Estados Unidos y la corrupción que genera el dinero de la droga. La policía y el ejército están completamente corrompidos, por eso son omisos ante lo que les sucede a los migrantes centroamericanos. Ahora se aplaude a la marina mexicana porque ha capturado al Chapo Guzmán, pero sus cuerpos de elite han sido entrenados por Estados Unidos, y están a su servicio. Es decir, la marina no juega para el cártel del ejército mexicano, sino para el cártel de la DEA. Por eso el ejército y la marina están tan enfrentados y eso será un problema enorme con el que vamos a tener que lidiar los mexicanos en los próximos años.
P.- La violencia en México es un tema que le interesa especialmente y ya lo trató en El cielo árido. ¿Por qué es un país tan propenso a ella?
R.- La vida allí no vale nada. Si matas no hay castigo. La gente tiene seis o siete hijos para que le viva alguno. En el primer mundo tienes uno o dos porque sabes que ambos vivirán seguro. La violencia en México no es una serie de personajes ni una serie de historias, sino un lugar que se llama América Latina. Es el escenario que lo condiciona todo. La literatura que nace en Latinoamérica con la conquista estaba escrita por soldados que llegaron para conquistar el territorio y por curas que llegaron para imponer su religión a golpes. Las crónicas de las indias son literatura de la violencia, y desde entonces hasta hoy no hay un libro latinoamericano importante que no esté relacionado con la violencia, porque la violencia es un escenario en el que puede pasar cualquier cosa. No hemos sabido trascenderla y esto tiene que ver con la pobreza y la desigualdad. Todos los países han estado condicionados por la violencia. La literatura grecolatina nace así: La Ilíada y La Odisea son historias de guerra, pero en un momento dado las sociedades consiguen trascender la violencia y su escenario cambia. En América Latina no lo hemos logrado aún.
P.- En la novela relata una historia de amor entre dos monstruos capaces de las mayores atrocidades, lo que hace el relato aún más espeluznante.
R.- Como decía, en un escenario de violencia puede suceder cualquier cosa. En la novela ves a dos personas que lastiman y destruyen a otras y al mismo tiempo pueden amar. Esa contradicción que tú y yo vemos como lector y como escritor, ellos no la ven. La violencia forma parte de su cotidianidad y para ellos no tiene la significación moral que tiene para nosotros. Lo otro, la posibilidad de amar a alguien, sí la tiene para ellos igual que para nosotros. Sin embargo, hay algo que a ellos les impide consumar su amor: el miedo a mostrarse vulnerable ante el otro. Han crecido con la idea de que no pueden ser más débiles que nadie, determinados por la violencia, la desigualdad y la pobreza. Por eso el código moral que tú y yo tenemos, siendo habitantes de ciudades tan distintas como Madrid y México, es mucho más parecido que el de un mexicano que está en un pueblo en mitad de la nada a 30 km del distrito federal, ya no digamos en la selva chiapaneca. Uno de mis objetivos al escribir es no hacer un juicio de buenos y malos, yo solo muestro lo que hacen y cómo lo viven. Luego tú y yo podemos pensar que son unos hijos de puta. Pero ellos no lo ven así y son incluso capaces de querer amar. Cualquiera puede amar, odiar y matar, dependiendo de sus circunstancias.
P.- ¿A qué fuentes ha acudido para recopilar los testimonios reales que intercala en la narración?
R.- Algunos los he recolectado yo, pero la gran mayoría los he sacado de un montón de organismos internacionales, mexicanos, como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, y centroamericanos, como El Faro. También de muchas organizaciones religiosas que hacen un magnífico trabajo en defensa de los migrantes. En Silencio es la que más contribuye con albergues, también está la organización conocida como Las Patronas, un grupo de mujeres que recolectan lo que pueden y se ponen en las vías del tren para aventarles bolsas de comida a los migrantes que van en el tren.
P.- No obstante, en su novela aparece un cura corrupto y criminal que colabora en la trata de personas. ¿Es la otra cara de la Iglesia mexicana?
R.- He construido esta novela a través de contradicciones, que son las que resultan en la violencia y la desigualdad. Una de esas contradicciones es la distinción entre la fe y la Iglesia. Hay muchos lugares de México donde no existen más instituciones que el narco y la Iglesia. Ahora el gobierno se cuelga la medalla por haber encontrado al Chapo, pero habría bastado con entrevistar a los prelados de México. Todos los narcos se casan por la Iglesia, los curas hasta les bautizan sus armas y la Iglesia recibe cantidades industriales de dinero de los narcos.
P.- Utiliza en la novela una prosa muy elaborada, con imágenes muy crudas expresadas con un lenguaje muy poético.
R.- La novela es tan violenta que si hubiera usado el lenguaje de los cárteles sería demasiado pesada. Tenía que haber un contraste entre la épica y la lírica, el lenguaje tenía que ser mucho más bello que la historia. Juan José Saer, uno de los grandes escritores de nuestra lengua, en un artículo en el que hacía polvo a Vargas Llosa como periodista, decía que el único compromiso político del escritor es con el lenguaje: hablar con un lenguaje diferente al del poder y al que usamos todos. Por otra parte, lo que me hace sobrevivir día a día como escritor es el trabajo preciosista de encajar pieza a pieza las palabras y creo además que cada novela debe inventar una manera de hablar. Nadie en México habla como los personajes de mi novela, pero tampoco como lo hacían en Pedro Páramo.
P.- Supongo que es esta preocupación por el lenguaje lo que le une a la Orden del Finnegans.
R.- Como dijo Vila-Matas al recoger el premio de la Feria del Libro de Guadalajara en noviembre, cuando me recomiendan un libro porque se lee de una sentada, ese mismo motivo hace que no quiera ni acercarme a él. Creo en una literatura en la que el lector tiene que poner tanto de su parte como el autor. Ese es el tipo de literatura que me gusta leer y escribir.