Antonio Soler: "No creo que la ficción esté desprestigiada"
Antonio Soler. Foto: I. Montero Peláez / Galaxia Gutenberg
En su Málaga natal ha escrito Antonio Soler su novela sobre Barcelona. Sobre la Barcelona de principios del siglo XX, la de la Semana Trágica y el auge del anarquismo y las bombas. Un apartado por el que la Historia, dice, cegada por el resplandor de la república y la guerra, ha tendido a pasar de refilón. Apóstoles y asesinos (Galaxia Gutenberg) tira de la vida de Salvador Seguí, el 'Noi del sucre', para reconstruir aquella ciudad violenta, de pistoleros, espías y traficantes.
"Me gustó muchísimo", dice ahora, sonriendo, quizás por la extraña lista de preferencias que uno puede llegar a tener de joven. Soler recuerda cómo fue a buscar más libros de Lera, y cómo un día entró en una librería y encontró una biografía ("casi una hagiografía") del anarquista Ángel Pestaña escrita por el mismo autor. Y cómo por aquellas páginas se cruzó un personaje que ya entonces le pareció fascinante. Pensaría en él periódicamente durante los siguientes cuarenta años y sobre su vida acabaría escribiendo una novela. Su nombre era Salvador Seguí y le llamaban el "Noi del sucre". La novela llega esta semana a las librerías y se titula Apóstoles y asesinos.
Antonio Soler recibe a El Cultural en su casa de Málaga, que está de espaldas a la bahía y de cara al monte. De hecho está encaramada a una montaña, a medio camino entre el centro de la ciudad y la playa. Sobre la mesa, de madera y blanca, hay catálogos de arte y un ejemplar de su último libro sobre la Barcelona del pistolerismo, las bombas y la agitación política. Sobre una Barcelona, apunta el autor de El camino de los ingleses, que en muchos sentidos era un muestrario, a pequeña escala, de aquello que iba a corroer Europa, los asesinatos a izquierda y derecha, el sindicalismo violento y el "Terrorismo Blanco" que ejercían los patronos.
Pregunta.- ¿En qué circunstancias estalló toda aquella larga e intensa ola de violencia política en Barcelona?
Respuesta.- Lo ocurrido en Barcelona en las primeras décadas del siglo XX no tiene parangón con nada de lo que pasó en el resto de España. Esto responde, en mi opinión, a unas causas bastante evidentes. Estaba por un lado la cuestión industrial. Los movimientos obreros que surgieron alrededor de la industria se dan básicamente allí y luego se extienden a Madrid o al País Vasco. Pero el despertar del sindicalismo se da en Barcelona, de un modo además muy potente, muy concentrado. Por otro lado, está la Primera Guerra Mundial, cuyo estallido, gracias a la proximidad con la frontera, convirtió la ciudad en un nido de espías, de traficantes y de advenedizos.
P.- ¿Atendemos poco en España al periodo anterior a la Segunda República?Hace un siglo ya había una relación difícil entre Madrid y Barcelona"
R.- Me parece que sí, que lo ocurrido en los años treinta ha eclipsado un periodo interesantísimo en el que es posible explorar el origen de lo que ocurrió después. Al analizar los antecedentes de la Guerra Civil pocas veces se va más atrás del año treinta. Esto es un error. Porque muchos de los protagonistas del conflicto están ya en ese mundo agitado de principios de siglo.
Una historia de violencia
En la portada de Apóstoles y asesinos aparece lo que podría ser una reunión de gánsteres del Chicago de los años veinte. El del centro, atildado, con sombrero, traje y la chaqueta cuidadosamente doblada del brazo, es el Noi del Sucre, dirigente de la CNT. Un "elemento moderado" al lado de algunos de sus camaradas. La trayectoria del Noi es el eje del relato de Soler, alrededor del cual orbitan personajes siniestros como Miguel Argueli Bayonés, Severiano Martínez Anido o el falso barón de Köenning, traidores y delatores profesionales como Bernat Armengol, y también algunos hombres buenos e idealistas. Es probable que la foto de Seguí esté tomada en Madrid, durante uno de los viajes que hizo para reunirse con los dirigentes de la UGT. En una de esas reuniones, y ante el rostro lívido de Largo Caballero, entonces líder de la UGT, varios miembros de la CNT sacaron sus pistolas y las pusieron sobre la mesa."La relación entre la UGT, que era mayoritaria en España, y la CNT, que lo era en Cataluña, fue siempre muy tirante -dice Soler-. Ya entonces, en el ámbito político había una relación difícil entre Madrid y Barcelona; al final, el gobierno de Madrid era el encargado de reprimir las revueltas en Barcelona. Y el mismo Seguí, desde el anarcosindicalismo, habla a menudo del chantaje al que la burguesía nacionalista catalana somete al gobierno central y al resto de España. En aquellos años se pueden ver las primeras reivindicaciones de autonomía. O el mismo nacimiento de Esquerra, cuyo ideólogo principal es Francesc Layret".
P.- Hay un momento del libro en el que Layret y Gabriel Alomar se dan cuenta de que tienen que unir izquierdismo y catalanismo. ¿Ahí comenzó su relación contra natura?
R.- Sí, es posible. Es una relación contradictoria. Lo curioso es que una ideología que tiene que ser conservadora, como la nacionalista, calara en sectores de la izquierda, y de un modo además tan violento. Es extraño porque el internacionalismo de la izquierda estaba en esa época en plena expansión con la Revolución Rusa. Es una clara contradicción con el acotamiento de los territorios que propugna el nacionalismo. Un caso paradigmático es el de Layret, alguien que era admirador del Partido Laborista Británico, que se interesa muchísimo por la Revolución Rusa y que, al mismo tiempo, va haciéndose cada vez más nacionalista; y que consigue conciliar eso de un modo muy personal. Es un caso clave el de Layret.
P.- ¿Por qué?
R.- Su asesinato es un punto de inflexión. Hasta entonces los obreros veían con recelo a gente como él o Companys. Los veían como el niño mimado que se rebela contra sus padres pero vuelve pronto al redil. Con el asesinato de Francesc Layret se vio que la burguesía comprometida estaba tan expuesta como el proletariado.
P.- ¿Le dio vértigo hacer ficción con personajes reales? Lo digo, además de por Layret, por alguien como Companys, del que tanto se sabe.
R.- Mi norma ha sido hacer literatura, pero sin inventar. Incluso las conversaciones salen de testimonios, de memorias… Dar entidad novelesca a Companys, precisamente por eso que dice, porque hay muchos datos, no fue difícil. Que supiéramos tanto sobre él me permitió crear un ser humano, construir un personaje novelesco a partir del mito. Encontré un precioso material: un personaje estrafalario, de pañuelo en la solapa, escritor de novelones románticos y mujeriego. No fue difícil darle profundidad más allá de su aura mítica de mártir.
R.- Companys provenía de la burguesía. Era un idealista que, pudiendo tener una vida fácil, decidió dedicarse a lo que le parecía más justo, y abandonó el bufete familiar para hacer frente a la dolorosísima realidad de los obreros catalanes, que nada tiene que ver con lo que vemos ahora. Lo que hicieron gentes como Companys o Layret fue intentar revertir una realidad que no les gustaba. Por eso, realmente, murieron.
P.- ¿Le atrajo, de inicio, la derrota final de sus personajes? Esta es una constante en sus libros anteriores.
R.- Me importaba el recorrido que hacen hasta ser derrotados. Cómo le plantaban cara y se enfrentaban a la realidad. Y me terminó de atrapar el carácter novelesco de muchas situaciones, como cuando me encontré con un tal Antonio Soler, el Mallorquín, que luego resultó ser una mala bestia, un canalla, pero un personaje muy real, aunque alguno pueda pensar que es un juego metaliterario…
El desprestigio de la ficción
P.- El narrador interfiere poco en el relato, pero lo suficiente para que el lector sepa que se narra desde hoy. Las referencias a la actualidad están muy medidas. ¿Por qué?R.- Me dije que tenía que tomar tierra. Yo, Antonio Soler, soy el que escribe el libro. Así que decidí referirme al presente cuando tuviera sentido. Y hoy existe Internet; se han escrito novelas como La verdad sobre el caso Savolta, en la que Eduardo Mendoza utiliza, como yo en este libro, la ficha de Andreu Nin; existen las películas de Coppola o Scorsese, en las que se cometen asesinatos muy parecidos a los de la Barcelona de los años veinte… así que ¿por qué no iba a mencionarlo?
P.- Esto recuerda a lo que dice Carrère para defender su modo de hacer las novelas: meterse él mismo en la narración, dice, es una cuestión de honestidad con el lector.
R.- Yo descarté enseguida que mi yo estuviera más presente en la narración. Luis Mateo Díez dice que la ficción está desprestigiada. No sé. Creo que no. Yo creo que la autoficción, a veces, pone en evidencia una falta de credulidad en los motores de la imaginación, o de músculo narrativo. De Carrère leí en su momento El adversario, y hace muy poco terminé De vidas ajenas, que me ha parecido un completo desastre, un libro muy desagradable, inmoral.
P.- ¿Por qué?
R.- Por cómo cuenta todo el proceso de la enfermedad y la muerte de su cuñada...
P.- ¿Le molesta la falta de pudor en literatura?
R.- No, no. Me parece muy bien la falta de pudor con uno mismo, pero no con los demás, mucho menos si han muerto y no han dado su permiso para que se hable de su agonía y final, como hace Carrère. Esto me parece una violación. Por otro lado, creo que un libro siempre tiene que ser una búsqueda, y tiene que conquistar un territorio que, antes de ese libro, para ti estaba virgen. En el libro de Carrère yo no he detectado nada de eso. Y, en cuanto al uso de la autoficción, aquí lo que detecto es una carencia de recursos, como si ya hubiera dado con la tecla y se limitara a tocarla una y otra vez. Le funcionó con El adversario, que era un libro muy original después de A sangre fría o La canción del verdugo. Pero ahora parece acomodado. Sebald dijo que cualquier mediano artesano no hace sino repetir lo que sabe hacer una y otra vez.
P.- A veces se ha dicho de la novela histórica precisamente eso, que es rutinaria, entre otras cosas. ¿Le preocupaba esto al escribir Apóstoles y asesinos?El lector exigente no tolera el falso ensayo histórico, adobado de mala literatura"
R.- Yo es que no tengo claro lo que es una novela histórica. En general, creo que por novela histórica se entiende la que va más allá del siglo XX. Bajo ese paraguas se han vendido muchas novelas de capa y espada, de príncipes y princesas de cartón piedra. Y la verdad es que es una pena, porque hay novelas históricas magníficas, y sin salir de España. Como las de Ramón J. Sender, por ejemplo.
P.- ¿Qué ha de tener una buena novela histórica?
R.- Hace falta rigor literario e histórico. Lo que no tolera el lector literario exigente es el falso ensayo histórico, adobado de mala literatura, ni la narración puramente ficticia de la que no se puede fiar históricamente.
P.- En alguna ocasión ha escrito por encargo. ¿Se ve el escritor de hoy obligado a aceptar proyectos de los que no está completamente convencido?
R.- Depende de la situación de cada uno, supongo. A mí me costaría mucho escribir sobre algún tema en el que no creo. He aceptado dos veces libros por encargo, pero los temas me han acabado interesando: una novela sobre Boabdil y un libro sobre Málaga, mi ciudad, que me encargó la Fundación Lara; del de Málaga acabé muy satisfecho.
P.- ¿Siente que vuelve en sus novelas una y otra vez a los mismos temas?
R.- Creo que hay algunos fantasmas que están ahí, volando sobre mi cabeza, pero intento siempre no repetirme. Es algo que me obsesiona. Hay quienes me dicen que al leer una página mía ya me reconocen. No lo sé. Supongo que la huella digital es la misma, pero unas veces toco vidrio y otras madera. Creo que he evolucionado como escritor. Ahora leo mis primeros libros y me noto lejano, con un estilo más barroco, con muchas subordinadas… ahora busco, sobre todo, ser directo.
@albertogordom