Acaba de publicar The Heart Goes Last en Estados Unidos, aún si traducción al español. Una novela divertida y perturbadora situada en un futuro cercano en el que lo legítimo está encerrado y lo ilegal vaga libremente. La escritora canadiense, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2008, nos ofrece aquí las claves de sus lecturas actuales y sus cuentos favoritos.
Margaret Atwood (Otawa, Canadá, 1939) conoció a Günter Grass en un festival literario sobre la Guerra Fría en Finlandia: "Pensó que yo era o la secretaria o la fulana, no estoy segura de cuál de las dos cosas". En Estados Unidos acaba de publicar con el sello Penguin Random House su última novela, The Heart Goes Last, aún sin traducción al español. En ella cuenta la historia de Charmaine y Stan, una pareja que vive en su coche y sobrevive a base de las propinas. Sin embargo sus vidas dan un giro drástico cuando se inscriben en un experimento social que les proporciona una casa y un trabajo. La advertencia es que cada dos meses la pareja debe pasar una temporada en una celda mientras otra pareja ocupa su casa. Mientras esperamos a que llegue a España escuchamos a la escritora hablar sobre sus lecturas favoritas de hoy y de ayer. Una delicia.
Pregunta.- ¿Qué libros tiene en su mesilla de noche?
Respuesta.- Ahora mismo, ¿aparte de los analgésicos, el reloj, la libreta, el lápiz y una historia del detective Maigret, cortesía de Georges Simenon? Veamos. Un libro sobre el envejecimiento cerebral, una edición limitada de poemas llamado Silence de mi prima Janet Barkhouse y una novela histórica sobre las fechorías de los reyes franceses del siglo XIV de Maurice Druon (lo he leído pero sigue en mi mesilla de noche. Hay cosas que persisten).
»También un grupo de libros de Gabrielle Roy, la escritora franco-canadiense que fue un gran bestseller tanto en Francia como en América a finales de 1940 con su novela Bonheaur d'Ocassion traducido al inglés como The Tin Flute. Esta arenosa historia sobre una chica trabajadora en Monreal durante la guerra de los años 40 retrata sus pobres posibilidades románticas y su escaso armario, mientras navega por un romance con el atractivo Lothario y se conforma con el chico que la quiere a pesar de sus ojos calculadores.
»¿Por qué está esa pila de libros de Roy ahí? Porque estoy escribiendo un ensayo sobre ella para su inclusión en un próximo libro sobre la aportación francófona a Norteamérica. Casualmente, un libro suyo estuvo presente en mi proyecto final de la escuela secundaria, en 1950. El libro es La Petite Poule d'Eau (The Little Water Hen) traducido, malamente, como Where Nests the Water Hen, que le da un aire victoriano y poético. Pero no lo es.
»Entonces estudiábamos francés de una manera anticuada -frase a frase- y partes de ese libro se han grabado en mi mente. Roy es una de las mujeres escritoras canadienses que emergieron con pocas posibilidades de ser reconocidas internacionalmente al igual que L.M. Montgomery, Mazo de la Roche, Gwethalyn Graham, Margaret Laurence o Alice Munro. Estoy disfrutando mucho aprendiendo sobre la vida de Gabrielle Roy, que en algunas cosas, es parecida a la mía.
P.- Cuéntenos sobre sus cuentos favoritos
R.- Soy de una época que ha crecido con antologías de bolsillo de increíbles cuentos escritos por maestros de la disciplina. Leía a Hemingway, Katherine Mansfield, James Joyce, William Faulkner, Morley Callaghan, Katherine Anne Porter, John Updike y su generación cuando estaba en la escuela secundaria. También leí la primera antología de cuentos canadienses de Robert Weaver, que contenía, entre otras pequeñas joyas, la remarcable The Bully de James Reaney. Weaver fue clave en el desarrollo de las historias cortas en Canadá durante los años 50 y 60 mediante su programa radiofónico, Anthology, de la cadena CBC. Fue el primer editor de entre muchos jóvenes poetas y cuentistas canadienses, como Alice Munro.
»Pero también, como se hace cuando eres joven y ávido, mucho terror de la talla de escritores como Poe, M.R. James, Robert Louis Stevenson y Sheridan Le fanu. Adicionalmente leía ciencia ficción, incluyendo Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, que es una colección de cuentos. Y, por supuesto, Sherlock Holmes.
»Así que, ¿qué queremos decir con favorito? ¿En qué género? Es muy difícil escoger. ¿Podría ser el realismo mítico de The Bear de Faulkner o Three Day Blow? de Hemingway? O, incluso, ¿Alice Munro, Mavis Gallant o uno de los numerosos esritores jóvenes como Birds of America de Lorrie Moore, Get in Trouble de Kelly Link o Hellgoing de Lynn Coady?
»¿Gogol? ¿Chéjov? ¿Flaubert? ¿De Maupassant? U ¿obras maestras tan extrañas como Whistle and I'll Come to You de M.R. James, Otra vuelta de tuerca de Henry James o El marciano, de Ray Bradbury? Hay mucho para leer y poco tiempo para hacerlo.
P.- ¿Cuál fue el último libro que le hizo llorar?
R.- Oh, llorar frente a una pieza de arte. Un género en sí mismo. Hubo una vez cuando el trabajo se consideraba un fracaso si no te hacía llorar. Los hombres y mujeres de finales del siglo XVIII eran llorones reconocidos. Se crearon novelas sentimentales y listas de los hombres sensibles en las que el llanto era la marca de un corazón superior. Este es el duendecillo que Jane Austen aborda en Sensaetz y sentimientos. Su sensible heroína se niega a juzgar a un pretendiente por su efusividad entorno a los textos y se le ha demostrado certera: el chico que alardea de su tierno corazón es un canalla, el que se abstiene es bueno. ¿Por qué no estamos sorprendidos?
»Pero Charles Dickens se llevó la palma. A su juicio, sus lecturas dramáticas en voz alta eran un fracaso si la audiencia no humedecía cientos de pañuelos. Tras haber sido expuesto a los 14 años frente a Sidney Carton, haciendo algo mejor de lo que él nunca lo habría hecho al permitir mantenerse al lado para que su rival y la mujer a la que los dos amaban se casaran (¿por qué?), puedo asegurar el poder de Dickens. Si quieres llorar, Dickens es tu hombre.
»Él mismo se declaró incapaz de abstenerse de matar a la joven Nell en La tienda de antigüedades y garabateó su último aliento con las lágrimas que salían de sus ojos. El barco que contiene el capítulo fatal fue recibido en el muelle en Nueva York por una multitud de dolientes vestidos de negro, todos llorando a distancia en forma de busto. Fue contra tales tristezas lacrimógenas a las que Oscar Wilde estaba reaccionando cuando bromeó: "Hay que tener un corazón de piedra para leer la muerte de Little Nell sin reír".
»En cuanto a mí, soy una llorona intermitente. Adquirí el hábito, a los siete años, de una película olvidada de la década de 1940 llamada La ballena que quería cantar en el Met. La ballena muere pero entonces canta ópera en el paraíso. Boohoo, lloré.
»El conejo de terciopelo, por ejemplo, arruinó a mucha gente como la historia de Han Christian Andersen sobre el árbol de Navidad, por no hablar de The Little Match Girl. Pero La Sirenita simplemente me enfureció. Eso de cortarse el pelo, perder la voz, reemplazando la cola de sirena por dos dolorosos pies y todo por un príncipe sin valor que al final ni siquiera funciona. Bah, exclamé para mí misma.
»Llorar por una pieza de arte no tiene nada que ver con su calidad. Pero entonces, ¿qué podría hacerlo? Podemos derramar una lágrima de admiración cuando algo está hecho de una manera tan bella que nos asombra. Las historias de auto sacrificio son inherentemente conmovedoras al igual que las de valentía y riesgo. Si el héroe o heroína muere en el proceso, es probable que lloremos. El último acto de la ópera Dialogues of the Carmelites de Poulenc puede hacerlo todo pero solo si está bien realizada. Una nota falta y se acabó el juego.
»Por otra parte, podríamos atragantarnos con una porción desvergonzada y sin sabor de trivialidad. Pero, ¿el último libro que me hizo llorar? No me acuerdo. Me estoy haciendo demasiado mayor para eso. Creo que a mi edad estamos más interesados en reír.
P.- Cuéntenos sobre sus cuentos de hadas favoritos
R.- Cuando era pequeña leí la colección de cuentos de los hermanos Grimm. Ahí estaba el cerdo con sus zapatos rojos, comiendo con los ojos y con barriles llenos de clavos: un conjunto sediento sangre. Esto fue antes de que en los 50 se agarraran a los cuentos de hadas y eliminaran la truculencia. Esto hizo que cambiara el énfasis hacia vestidos preciosos y gente que se comporta bien. Nuestros padres encargaron el libro por correo sin saber lo que iban a recibir y para cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde: todos los niños estábamos con las cejas arqueadas frente a los cubos de sangre y cachitos de cuerpo.
»Recuerdo todos esos cuentos pero mis cuatro favoritos son The Juniper Tree (misterioso, lleno de energía, la transmigración de las almas y el poder embaucador de la música - todo eso y el canibalismo, claro); Fitcher's Bird (una variante de Bluebard's Castle sobre lo satisfactorio que es que el personaje principal gane al ogro de un mago por su inteligencia y sin necesidad ser rescatado por nadie más. Me basé en esta historia para escribir Bluebeard's Egg); The Robber Bridegroom, al que usé en la novela The Robber Bride. Desde que los papeles entre géneros tienen que estar distribuidos equitativamente, tiene que haber villanos y villanas entonces, ¿por qué el diablo se lleva las buenas frases? Y, finalmente, The Goose Girl at the Well, una historia que atormenta de la que aún no entiendo mi propia satisfacción.
»No es uno tenga que entender todas esas historias. Las mejores cuentan con la fuerza del mito y su significado se renueva con cada lectura.
P.- Imagine que hace una cena en su casa. ¿A qué tres escritores invitaría?
R.- Invitaría a tres que están muertos pero que serían excelentes para una cena porque disfrutaban de esas ocasiones. Me encantaría volver a verles. Es por ello por lo que haría la cena.
»El primero es Robertson Davies. Le encantaba la buena comida y una vívida conversación y mucho de ello lo podía aportar él mismo. Tenía una recámara de increíbles anécdotas. Uno de sus primeros libros se titula The Table Talk of Samuel Marchbnaks. El protagonista es un viejete, un alter ego que se inventó y perfeccionó antes de que él mismo se convirtiera en uno.
»En segundo lugar, Angela Carter. Fue una fuente inagotable de detalles extraños y con una gran sabiduría del mundo. ¡Qué instructiva y útil era!. Era como esa hada madrina de pelo blanco que siempre quisiste tener. Por último, Matt Cohen. Además de ser un novelista y cuentista versátil y, bajo el seudónimo de Teddy Jam, un autor para niños, fue un buen amigo. Fui su editora a principios de los 70, una fuente inagotable de invención surrealista y un cuentacuentos sensacional. Muchas tardes alegres fueron más alegres por él. Una vez me hizo reír tanto que casi me caigo de la silla.
»A estos tres añadiría E. L. Doctorow, fallecido recientemente. Menudo agente, qué inteligente, generoso, divertido y sabio. En los 80 tuve la oportunidad de cenar con él en un festival literario en Finlandia, antes de que cayera el Telón de Acero. Los rusos iban por parejas; un escritor, un K.G.B. Günter Grass también estaba allí y pensó o bien que era la secretaria o la fulana, no sé muy bien cuál de las dos. En aquellos tiempos semejante error era moderadamente comprensible. Doctorow comentó después sobre los literatos europeos: Esta es la cosa. (Pausa). No son como nosotros.
»Qué grato sería poder saludar a estos escritores en mi puerta. Bienvenidos, viejos amigos. Entrad. Debéis de tener frío.