A la caza y captura de todos los hombres que mataron a Julio César
Un libro reconstruye la operación de venganza que durante 14 años Octaviano llevó a cabo contra los asesinos de su padre adoptivo.
21 febrero, 2024 02:32Atenas, año 30 a.C. Casio de Parma (epicúreo, poeta, dramaturgo, marinero) vive retirado después de su última batalla naval, el año anterior en Accio, capítulo final de una guerra civil en la que Octaviano se ha impuesto a Marco Antonio, aliados antes en la campaña contra los asesinos de Julio César.
Casio de Parma había luchado en el bando perdedor y ahora gestiona su exilio sin hacer ruido, cerca de los restos del jardín de Epicuro, dedicado a la escritura y la lectura, mientras el joven Octaviano, hijo adoptivo y heredero del dictador, da los pasos definitivos hacia el poder imperial.
Pero ocurre también que es el único asesino de César que sigue vivo. Los demás han ido cayendo, muchos de ellos en las batallas de Filipos. Asume que nunca volverá a Roma pero no sabe si está a salvo, hasta qué punto el nuevo gobernante quiere completar la venganza.
El último asesino, del escritor y periodista británico Peter Stothard (1951) -su primer libro traducido al español-, es la historia de la caza de los hombres que mataron a Julio César, dictador vitalicio que estaba a punto de abandonar Roma para conquistar a los partos cuando, en la mañana de los idus de marzo del año 44 a.C., fue coralmente apuñalado en el teatro de Pompeyo, tras ser advertido por un arúspice.
La operación se desarrolla a lo largo de 14 años y su primera víctima, en Esmirna, es Cayo Trebonio, general de César, luchador en la Galia y en Britania, buen pronunciador de discursos, editor y antólogo de Cicerón.
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Es torturado y ajusticiado por Publio Cornelio Dolabela (“una de las criaturas más disolutas de Julio César”, según el autor, que también lo define como “un gusano, un borrachín, un embaucador y un veleta que cambiaba de bando de forma desvergonzada”) con ayuda técnica de un fabricante de armas de Samos al que llamaba Samaritano. La tortura duró dos días. Su cabeza fue pateada por las calles; el resto de lo que quedaba de su cuerpo, arrojado al mar desde las murallas de la ciudad.
La venganza es imparable. El general Décimo Junio Bruto, el amigo más cercano de César entre sus asesinos (y el primero que supo que estaba siendo perseguido), es ejecutado por orden de Marco Antonio, que inicialmente había negociado con Cicerón una amnistía para los conspiradores a la que puso fin la Lex Pedia de Octaviano.
La venganza es imparable. Décimo Junio Bruto, el amigo más cercano de César entre sus asesinos, es ejecutado por orden de Marco Antonio
A Lucio Minucio Básilo, que había sido felicitado tras los hechos de los idus de marzo por Cicerón (el orador, figura central en esta historia, es definido por Stothard como “asesino honorario”, categoría en la que también entran Servilia, Porcia y Horacio), lo matan sus esclavos.
Quinto Ligario (que había sufrido el humillante perdón de César por su apoyo a Pompeyo Magno), Servio Sulpicio Galba y Décimo Turulio (en la isla de Cos, después de Accio) también son eliminados.
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Dos actores principales de la conjura, Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto (hijo de Servilia, amante de Julio César), se suicidaron tras las derrotas en Filipos. Octaviano se quedó con las ganas de recibir y exhibir en Roma la cabeza de Bruto, apuñalador de César en el muslo.
Casio de Parma permanecía en el mar, donde la vida era más segura y donde podía invocar a su admirado Homero. La Lex Pedia imputaba también a Sexto Pompeyo (el hijo menor del último rival de César), simpatizante de los conjurados, figura popular en Roma y que se hizo con el control de Sicilia, donde acogía a desertores.
Intentó negociar el perdón a cambio del exilio, pero Octaviano no aceptó y le derrotó, con el providencial apoyo de Marco Agripa, su almirante y mejor amigo, en la tremenda batalla de Nauloco. Optimista y seguro de sí mismo, todavía ensayó una alianza con Antonio y empezó a intrigar con exiliados partos antes de que el propio Antonio ordenara su caza al enfermizo Marco Ticio. Como su padre, Sexto Pompeyo murió sobre la arena. Octaviano aseguró entonces que él lo habría perdonado.
Casio se estaba quedando sin lugares a los que escapar. Y confiaba en que Octaviano, que se promocionaba como un líder que quería sanar heridas y contaba entre sus aliados con los poetas Horacio y Virgilio, se olvidara de él.
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Pero se avecina la batalla final por el legado de César y el parmesano debe apoyar a Antonio y Cleopatra, los derrotados en Accio, a pesar de que contaban con un ejército más grande, tripulaciones mejor pagadas y mayor reputación táctica. Fue la última batalla de Casio de Parma, que huyó a Grecia mientras Virgilio empezaba a componer la Eneida a mayor gloria de Octaviano, el fundador de la nueva Roma.
Atenas, año 30 a.C. Entre los muchos refugiados que la ciudad acoge se encuentra el único asesino vivo de Julio César. Ha terminado de escribir su versión del regreso de Tiestes a casa. Lee, mira el mar, repite a Epicuro y entre conjeturas y pesadillas (según Valerio Máximo) reflexiona sobre el perdón a partir del ciclo criminal que, iniciado con Tiestes, termina en Atenas con la clemencia de Atenea con Orestes.
En esa ciudad incalculable lo encuentra el verdugo Quinto Atio Varo, que según algunas fuentes se llevó a Roma, junto a la cabeza del último asesino de César, el manuscrito de Tiestes para regalárselo a Vario, el poeta favorito de Octaviano, el joven e inesperado heredero que tras obtener el poder absoluto se proyectará en la Historia con el nombre de Augusto.