'Risorgimento', la prueba italiana de que la unión hace la fuerza
La historiadora Arianna Arisi Rotta recorre en Risorgimento. Un viaje político y sentimental a la unidad de Italia el fascinante proceso de construcción nacional del país transalpino
13 abril, 2022 03:33El ‘campanilismo’ es un vocablo italiano que remite a la lucha testosterónica entre diversos pueblos por tener el campanario (campanile) más alto. Una pugna en general estéril que revela la propensión al orgullo por el terruño, el cual es un obstáculo para levantar la mirada y ver al vecino de la localidad de al lado no como un rival sino como un compañero de lucha en pos de una ambición que trascienda las fronteras de la patria chica. A fin de construir una patria grande. Como consiguieron hacer los habitantes de la estilizada bota en el siglo XIX. Una aventura aquella que se impuso al localismo que determinaba un territorio fragmentado en diversos reinos, ducados... La historiadora Arianna Arisi Rotta, profesora de la Università degli Studi Pavia, recorre ese apasionante proceso en su libro Risorgimento. Un viaje político y sentimental a la unidad de Italia, publicado ahora en español por la editorial Presas de la Universidad de Zaragoza.
Título: El Risorgimento. Un viaje político y sentimental a la unidad de Italia
Autor: Arianna Arisi Rotta
Editorial: Prensas de la Universidad de Zaragoza
Traducción: Javier Brox Rodríguez
Año de edición: 2022
Disponible en Prensas UNIZAR
Disponible en Unebook
El segundo adjetivo, 'sentimental', tiene una connotación significativa. Porque Arisi Rota, con un criterio literario que ameniza (y empatiza) la lectura desciende al terreno de las vicisitudes individuales de múltiples protagonistas de aquella gesta unificadora. Una variedad humana que comprende a notables de la cosa pública y tipos anónimos, ancianos, jóvenes e incluso niños, hombres y mujeres, ciudadanos de orden y prófugos, visionarios, aventureros, conspiradores… Es una perspectiva que permite engarzar las peripecias personales con el decurso colectivo de los acontecimientos, que va desde los tiempos -finales del XVIII- en que Napoleón campaba por Italia y los patriotas veían en ello una oportunidad de homogeneizar a la manera francesa su nación hasta la consecución del objetivo último, la unificación, que no se consiguió sin renuncias ni desilusiones.
Un itinerario de quince capítulos que arranca con, como decíamos, las batallas de las huestes napoleónicas contra las del Imperio Austrohúngaro en los tiempos del Directorio. Arisi Rotta tiene claro que el impulso inspirador de la Revolución francesa fue crucial para que en la mente de algunos italianos se empezara a consolidar el ideal risorgimentale. Cierto es que ya en el siglo XVIII hubo movimientos precursores que lo anticiparon, como el de los Iluministi, que vislumbraban una entidad territorial única entre los Alpes y el Mediterráneo. “Pero sin la Revolución francesa y su extensión por toda Europa a través de la guerra, la idea de una Italia unida habría sido todavía mucho tiempo la de una patria cultural y literaria, el sueño acariciado de poetas y escritores [como el mismísimo Dante] conscientes del glorioso pasado de la península, pero no una concreta visión de los posibles instrumentos políticos necesarios para llevar a término la unificación”.
Los jacobinos itálicos se entusiasman con la posibilidad de constituir una república abarcadora e independiente pero pronto toparon con los condicionantes de la realpolitik: sin un ejército propio y poderoso no es posible dar ese paso. Seguirán pues bajo el tutelaje de las armas foráneas. Pero la huella de la Italia napoleónica es un legado valioso de leyes comunes y racionalización de la administración para las distintas ‘taifas’, una base sobre la que soldar las distintas teselas del mosaico transalpino. Se eliminan asimismo aranceles y aduanas que obstaculizan el comercio entre diversas regiones. “Napoleón deja una Italia más consciente de sus aspiraciones políticas”, resume Arisi Rotta.
En un presente histórico, la autora del volumen pone a posteriori en figuras capitales de este viaje, como Mazzini, ideólogo de la Giovine Italia, partidaria de la forma de gobierno republicana, que tuvo que enfrentarse durante el novecento con los moderados partidarios de apostar por la monarquía, una tensión que se prolonga hasta la mitad del siglo XX (un referéndum tras la II Guerra Mundial derribará del trono al linaje de los Savoya).
Con las revueltas de 1848, año particularmente convulso, el Risorgimento se convierte en un ola masiva. Y, claro, no se puede olvidar a Cavour, político avispado que supo leer las oscilaciones de la geoestrategia internacional para aprovechar las oportunidades creadas, y el audaz Garibaldi, que con sus expediciones militares al sur incorporó los territorios meridionales, muy marcados por el dominio borbónico, al proyecto integrador. Que se completa con la entrada en el ‘club itálico’ de Venecia (1866) y Roma (1870). Así se hacía realidad el sueño de un Estado propio que, con el tiempo, sería un actor clave en otra quimera supranacional: la Unión Europea. Fórmulas en pos de la solidaridad interterritorial para superar el miope campanilismo (léase localismo) que de nuevo nos aboca a guerrear. Es decir, a la miseria económica y moral.