Andaba Alfredo Sanzol (Madrid, 1972) pergeñando una nueva obra en la que una mujer se metía en la cabeza de su pareja. Era un sugerente planteamiento para firmar una comedia de las suyas, con humor surreal y enternecedor. Se iba a titular Fundamentalmente fantasías. Pero entonces Putin lanzó el zarpazo sobre Ucrania. “Y ahí me bloqueé. Durante tres semanas estuve paralizado. Pero en ese tiempo me di cuenta de que lo que necesitaba escribir era sobre la guerra”, explica el director del Centro Dramático Nacional a El Cultural.
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“La persistencia de los artistas ucranianos en seguir creando a pesar de todo me impulsó. De hecho, la protagonista es una dramaturga y directora de allí que no da su brazo a torcer”, comenta. Es Patricia, encarnada por Natalia Hernández, empecinada en hacer teatro contra viento y marea, contra bombas y drones. Cuando Sanzol tenía ya más o menos escrito el arranque, entró en contacto con Anabel Sotelo, de la compañía ucraniana Pro English Theater, que vino a España en mayo para presentar The Book of Sirens, montaje cuajado en un refugio de Kiev.
Sanzol le leyó a Sotelo lo que tenía. “Que a ella le gustara me dio mucho ánimo para continuar. Por otro lado, me dijo algo sobre lo que no he dejado de pensar: que el arte es un instinto más. Hacer teatro para ellos era la forma de seguir vivos y de ayudar a la gente a su alrededor”. Es decir, un valioso pecio en mitad del naufragio. He ahí uno de los meollos de una obra que mantuvo el título del proyecto relegado en su escritorio pero añadiendo la coletilla para la resistencia.
Porque el arte, a juicio de Sanzol, nos rearma una vez despedazados. Esa es la tesis de fondo, que el autor de La ternura pone en el frontispicio de su texto a través de una cita de Michael Ende extraída de una conferencia del escritor alemán (La historia interminable) sobre literatura infantil: “El arte verdadero, la poesía verdadera, nacen siempre de la totalidad de cabeza, corazón y sentidos, y restablecen esa totalidad en las personas que tienen acceso a ellas, o sea, devuelven la salud, sanan”.
Sanzol es un experto en esta materia. Él mismo se ha recompuesto de varapalos profundos mediante la escritura y la dirección escénica. Varapalos como el de la muerte de su padre (La calma mágica) y la separación de su mujer (La respiración). Ahora podría pensarse que cambia la escala. Que a quien pretende curar no es a sí mismo sino a una colectividad, a un país desventrado. Pero él no lo ve así. “Yo, cuando me concentré en mis traumas, ofrecía a su vez algo al público, entre el que se encontrarían personas que también habrían afrontado pérdidas y rupturas. Lo íntimo tiene también una dimensión social. Y, asimismo, lo comunitario nos puede afectar en lo más íntimo, como a mí me sucedió con esta guerra”. Así que no piensa que ahora se mueva en un plano diferente. No hay deslindamiento posible.
“En 'Fundamentalmente...' hay dos tramas, una cómica y otra trágica. La primera se acaba imponiendo”, afirma Sanzol
Hablar con Sotelo fue doblemente inspirador para él, porque la actriz y traductora ucraniana de origen nicaragüense le contó también que el humor era absolutamente fundamental para mantener la presencia de ánimo entre tanta adversidad. Esa confesión fue un respaldo moral para la apuesta del dramaturgo navarro, que implicaba sus riesgos. Porque su empeño por hacer una nueva comedia –la de la mujer inmersa en la psique de su marido– no declinó al decidir que se iba a adentrar en la barbarie desatada en Ucrania. “Escuchar eso del humor me sirvió para dejar de lado los prejuicios que me hacían cuestionar mi impulso. Fue una validación”, admite.
Reír contra el violento
Aunque Sanzol tiene claro que el humor es un parapeto para protegerse de la violencia desde hace muchos años. Él vivió en los años 70 en Pamplona, años duros de ETA. Ya entonces intuyó el potencial de una sonrisa frente al salvajismo disfrazado de ideología. Y lo aplicó en algunos textos suyos como Días estupendos y Cuscús y churros. Fue de los pioneros pues en la vía de esgrimir hilaridad frente a terror, algo que aquí en España hemos tardado en asimilar, hasta que llegaron éxitos masivos como Ocho apellidos vascos, de Emilio Martínez Lázaro, en la gran pantalla, o Burundanga de Jordi Galcerán, sobre las tablas.
“En Fundamentalmente fantasías para la resistencia [que estrena el día 24, cuando se cumpla un año del comienzo de la guerra] hay en realidad dos tramas, una trágica y otra cómica, y esta al final acaba dominando a la primera. Aunque más que luchar, lo que hacen estas dos fuerzas es bailar juntas”, explica. La historia que sobrecoge es la de la de una compañía ucraniana que intenta mantener las constantes vitales bajo el asedio ruso y, por otro lado, la que nos incita a la carcajada es la de un ensemble coral barroco navarro que es invitado al Kremlin para cantar frente a Putin porque este se ha prendado de ellos viendo un vídeo suyo en YouTube.
Entramos así en un viaje delirante que tiene por objetivo acabar con el cruento jerarca. Otro periplo disparatado al estilo del que nos mostró en El bar que se tragó a todos los españoles: el de los dos curas que se desplazan al Vaticano para que la curia les dé la bula necesaria para abandonar los hábitos. “Este es todavía más loco”, precisa con una medio sonrisa Sanzol, que se ha rodeado de un elenco de cómplices suyos recurrentes: aparte de la mencionada Natalia Hernández, Paco Déniz, Elena González, Juan Antonio Lumbreras…
['El bar que se tragó a todos los españoles', de Alfredo Sanzol, mejor obra de teatro de 2021]
Para ellos, a modo de traje a medida, escribió esta audaz comedia en la que los personajes ser rebelan contra el autor, como en Pirandello (Seis personajes…), Unamuno (Niebla) y Woody Allen (La rosa púrpura del Cairo). Y la fantasía se revuelve contra una feroz realidad.