“El texto de Santiago Loza coincidía con la relación que tuve con mi madre. Le llamamos e incluimos algunas cosas, como que le costaba dormir, algunos de sus miedos, pero lo principal de la relación madre e hijo, su proximidad, sigue estando en el texto teatral”. Así explica a El Cultural Eduard Fernández la “intervención” que Andrés Lima como director, el propio Fernández como único intérprete y Loza como autor hicieron en Todas las canciones de amor, obra que se estrena este 27 de enero en los Teatros del Canal producida por el escenario de la Comunidad de Madrid, Check In y Asuntos Culturales.
En la obra, el actor dialoga con su madre, siendo su propia madre, a través de una puesta en escena muy cuidada, que incluye poesía, emoción, ternura y humor: “Ana María nos da su punto de ironía por el hecho de encontrarse ya muy lejos de la vida. Es alguien que pierde la memoria y que actúa como una niña pequeña o como un buen payaso”.
Vuelven así a trabajar juntos actor y director después de 25 años tras coincidir en la versión escénica de Retorno al hogar, de Harold Pinter. Este nuevo proyecto lo venían acariciando desde hace décadas pero ha sido con este texto del autor argentino con el que por fin han hecho su sueño realidad: “Encontré unos monólogos de Santiago Loza y hubo uno, Todas las canciones de amor, que me atrapó. Me gustó primero que el título ya contuviera la palabra ‘amor’ y después el reto de elegir cinco canciones de amor de todos los tiempos”, explica Fernández, que vivió la muerte de su madre a distancia debido a los duros protocolos de la pandemia.
“La escenografía nos ayuda a entrar en la cabeza de la protagonista y viajar a mundos extraños”. Andrés Lima
Una vez que Lima recibió el texto se pusieron a trabajar. “Cuando Eduard lo encontró pensó que podría ser su madre perfectamente”, tercia Lima, que explica cómo el proyecto ya tenía un precedente cuando hablaron de subir al escenario justo en el momento en el que ella empieza a sufrir el olvido: “No nos interesaba el Alzheimer desde un punto de vista científico, como enfermedad, sino ese tránsito hacia el olvido, el momento en el que los recuerdos más antiguos de esa persona afloran mientras va perdiendo los más recientes. Lo que acabas de hacer se desvanece, pierdes el lenguaje y, sin embargo, recuerdas lo esencial. Con la obra tratamos de realizar ese trayecto que recorre la madre, el viaje hacia algún sitio que llamaremos muerte”.
Lima, Premio Nacional de Teatro 2019, subraya la presencia del actor sobre el escenario, dueño y señor de la escena: “Más bien la dueña y señora, puesto que realiza un proceso de metamorfosis total. Me atrevería a decir que no solo de forma física sino también espiritual. Es algo que está más allá del entendimiento. Eso que forma parte del misterio de la vida”.
Laura Ortega como ayudante de dirección, Joseba Gil como director de producción, Beatriz San Juan al frente de la escenografía, Miguel Ángel Raió, en la videocreación, Valentín Álvarez (iluminación) y Enrique Mingo (sonido) forman parte del equipo habitual de Lima, que ha cuajado un montaje que nos traslada a la cocina de una casa gracias a las posibilidades que ofrece el mapping, un “espacio mental” donde la madre se mueve permanentemente.
“Todo ello nos ayuda a entrar en la cabeza de la protagonista y viajar por mundos extraños. Por el pasado, por sus recuerdos o incluso por sitios que desconocemos y a los que no sabríamos ponerles nombre”, precisa el director, que nos avisa de que todo ello irá envuelto en canciones que fueron importantes en la vida de Ana María”.
Son temas, desvela Lima, que han acompañado a Eduard Fernández desde su infancia, canciones que atañen a una gran parte de gente de su generación: “Jugamos con lo popular, con sintonías que reconoce todo el mundo. Pero no queremos que sea un periplo hacia los años sesenta. La perplejidad y el asombro recorre todo el relato: hacer un pastel es un acontecimiento, levantarse de la cama, algo nuevo. Es sentir que ha vivido muchas vidas sepultada por los demás”.
A Ana María se le escapa la vida entre canciones de Luigi Tenco, Eydie Gormé, Los Panchos, Matt Monro y Jimmy Fontana. También las palabras. No recuerda bien o recuerda cosas lejanas y no sabe dónde está. Sencillamente, no sabe dónde ha dejado el cepillo de dientes. Circunstancias, pensamientos, que conectan con las palabras que Santiago Loza salpica en su dramaturgia: “Esta mañana sucedió un hecho curioso. Al lavarme los dientes se me partió en la mano el mango del cepillo, se quebró como si se rompiera una rama pequeña, hizo crac. Me quedé perpleja. El ser tarda en aceptar el quiebro de la rutina. Tenía la boca con espuma, el agua corriendo y yo en suspenso... Pensé que debía ser el ímpetu con el que había refregado el cepillo sobre mi dentadura, una fuerza inusual, diferente a la de cualquier día”.
[Santiago Loza, entre la realidad y su relato]
“Todo ello –concluye Lima, que llevará la obra en mayo al Teatro Soho CaixaBank de Málaga– está montado para realizar un homenaje a la gente que nos ha creado: nuestros padres. De forma paralela, es un recorrido por lo que significa la demencia senil a través del recuerdo de una madre sobre su hijo, al que está esperando en su cocina”. Todas las canciones de amor no es un caso único de homenaje a nuestros progenitores en la cartelera.
En noviembre, la directora argentina Victoria Szpunberg llevó al Teatro Valle-Inclán El peso de un cuerpo, donde abordaba el cuidado a un padre enfermo. Angélica Liddell ha dedicado dos de sus más grandes montajes a sus padres. Una costilla sobre la mesa (Madre y Padre) rinde tributo, con su habitual fuerza, a la relación que tuvo con ellos también, como Todas las canciones de amor, gracias a un personal, apasionado y sincero monólogo.
Loza, Lima y Fernández nos llevarán así a una experiencia en la que Ana María nos consolará de los miedos existenciales y, como señala el texto, nos ayudará a afrontar cada jornada: “Por favor, les ruego que me tengan piedad y paciencia. Vamos a cruzar este día”.