Apunta el dramaturgo Eduardo Galán que, a su juicio, La guerra de nuestros antepasados, junto a Cinco horas con Mario y Los santos inocentes, conforman “la trilogía cumbre de Miguel Delibes”. Por una afortunada casualidad, de las tres tenemos noticias frescas en los escenarios. Cinco horas… la ha defendido –gloriosamente– Lola Herrera hasta hace cuatro días. Los santos inocentes gira por toda España, protagonizada por Javier Gutiérrez (en mayo llega al Español). Y La guerra…, adaptada por el propio Galán y dirigida por Claudio Tolcachir, sube a las tablas del Bellas Artes este miércoles 25. Sustituirá, por cierto, a José Sacristán bordando el monólogo Señora de rojo sobre fondo gris. Festín delibeseano pues.
No resulta chocante la proyección dramatúrgica de un autor que no escribió teatro (“No soy capaz”, decía) pero que cultivó el diálogo fecundamente en su narrativa, amén de perfilar personajes que desbordaban la página escrita gracias a su verdad humana y su manera de expresarse, cuajada con el admirable oído de Delibes. El carácter dialogado de La guerra… facilita sin duda el trasvase de género. Aunque el habla castellana rural, que plasmaba con precisión documental, abre dilemas al presentar la historia del reo Pacífico Díaz al público contemporáneo.
Carmelo Gómez, responsable de encarnarlo, jugó un papel clave en este terreno. Natural de Sahagún (León), pueblo en el que vivió hasta los 18 años y al que vuelve con frecuencia, el actor conoce al dedillo esa jerga local. “Ha sido fundamental en la permanencia y en los escasos cambios realizados en el léxico rural, adoptando modismos de la época con la forma de hablar de hoy en día en la Castilla campesina”, explica a El Cultural Galán, que se ha centrado en el hilo argumental clave: el que hilvana las guerras del bisabuelo, el abuelo y el padre de Pacífico. O sea, la carlista, la de África y la civil. Una herencia de violencia carpetovetónica que emponzoñó su infancia.
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A raíz de ello, Delibes plantea la pregunta medular de su novela: ¿somos violentos por educación o por instinto? El doctor Burgueño (interpretado por Miguel Hermoso) intenta esclarecer la cuestión en su entrevista con Pacífico, que –en la novela– tiene lugar en el sanatorio penitenciario de Navafría en 1961, donde está recluido por haber cometido un asesinato. Tolcachir, sin embargo, opta por una puesta en escena abstracta, “como si fuera un laberinto mental en donde convive el presente y el pasado”, aclara. “Esos pasillos van transformándose y abriendo el juego hasta llegar el núcleo más puro de la mente de Pacífico”. El vestuario, asimismo, huye del realismo.
“No queríamos –continúa Tolcachir– anclarnos al espacio real de la consulta médica ya que está implícito en el relato y este no-espacio permite infinidad de ángulos, alturas y matices que ayudan a crear una evolución más amplia de la historia”. Una historia en la que Gómez se mueve como pez en el agua. Tolcachir anda fascinado con él. “Es el mago que encarna el viaje, capaz de traer imágenes, sensaciones, texturas y sonidos que enaltecen al personaje”. Dice Tolcachir que Pacífico, con su llaneza desconcertante, “apunta al desafío más grande que tenemos como sociedad: desterrar el odio y el sometimiento como idea de triunfo en la vida”.