Jan Lauwers: "El teatro nunca cambia porque siempre está cambiando. Su alma es mutante"
Su montaje 'Molly Bloom', basado en el último capítulo del 'Ulises' de Joyce, es un acontecimiento que podremos ver en el Festival de Otoño y en Temporada Alta de Gerona
11 noviembre, 2020 09:07En 1999, Jan Lauwers (Amberes, 1957) decidió lanzarse a una incierta aventura: subir a escena el turbión literario que es el Ulises de Joyce. Concretamente, su último capítulo, el monólogo de Molly Bloom, titulado Penélope (toda la novela, ya saben, es un juego de espejos con la obra de Homero). Empezó con unas lecturas para ir preparando el terreno. Entretanto, él y la actriz Viviane De Muynck, su más estrecha colaboradora, escribieron al nieto del autor irlandés para pedirle permiso. Recibieron una respuesta desabrida que truncó el proyecto. Pero quedó latente en el privilegiado cerebro escénico de Lauwers, fundador de la Needcompany en 1986 y uno de los más renombrados creadores de la estimulante escena belga, junto a figuras como Jan Fabre, Alain Platel, Win Vandekeybus, Anne Teresa De Keersmaeker…. Ahora, con el libro ya liberado de derechos, ha retomado el impulso. En España podremos ver el montaje resultante por partida doble: en el Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid (Cuarta Pared, días 17 y 18 de noviembre) y Temporada Alta de Gerona (Teatre de Salt, 21 y 23).
Pregunta. ¿Qué le empujó a escenificar este texto?
Respuesta. Joyce es un mentor para mí. Aprendí de él a mirar con una perspectiva de 360 grados, como un halcón. Leí sus textos siempre de manera fragmentaria y en voz alta. Cada frase es un mundo autónomo. Eso es lo que yo intento conseguir en el teatro: que lo que está en el centro y en la periferia del escenario sea igual de importante. Con ese planteamiento obligas al público a hacer elecciones, ya no está tan ‘manipulado’ u ‘orientado’. Es más libre, en definitiva.
P. ¿Qué argumentos adujo el nieto de Joyce para rechazar su propuesta?
R. Nada, tonterías. Dijo que lo único que yo quería era usar la fama de su abuelo para hacerme famoso. A Viviane le contestó que no le había gustado nada la tinta del bolígrafo con el que escribió la carta. Es un hombre que no tiene un papel agradable en la obra de su abuelo. Quizá por eso tuvo aquella extraña reacción. Pero, bueno, eso es pasado. Ahora estamos de vuelta, a tiempo para servir a Joyce. No para servirnos de él, como él afirmaba.
El #MeToo como liberación
P. ¿Su aproximación al texto mantiene las motivaciones de entonces o ahora le mueven otras?
R. El mundo está cambiando muy rápidamente, no sólo por el coronavirus. El movimiento #MeToo ha sido un motor de cambio muy potente. Me ha hecho cuestionar mi manera de ver el mundo profundamente. Y de alguna manera me ha liberado. Yo siempre he trabajado rodeado de mujeres fuertes que nunca han aceptado mis resabios masculinos. Ahora me doy cuenta de lo importante que ha sido esta circunstancia.
P. En su momento, este capítulo, en el que Molly habla sin pelos en la lengua de eyaculaciones y menstruaciones, chocó contra los parámetros morales de la época. ¿No cree que su potencial para escandalizar se ha desactivado hoy?
R. No debemos subestimar la nostalgia actual hacia viejas formas de puritanismo. Estoy convencido de que esta obra es mucho más necesaria hoy que hace 30 años. Y más polémica: a Molly le gustan los hombres y folla con ellos libremente. Su actitud femenina es subversiva, pero está escrita por un hombre. Lo que nos lleva a plantearnos algunas preguntas.
P. Más allá de la lucha de sexos, Molly puede ser un referente en este tiempo, para hombres y mujeres, ya que afronta la incertidumbre con la risa, ¿no?
R. Sí, lo hace porque es una mujer de una inteligencia increíble y, como toda persona inteligente, no se siente cómoda con lo excesivamente intelectual.
P. Por cierto, ¿sacan a relucir su origen español en el monólogo como factor clave en su identidad?
R. No, la verdad. España y, más específicamente Andalucía, están presentes, pero de una manera más metafórica. El punto de vista de Joyce corre el riesgo de distorsionarse y acercarse demasiado al ‘exotismo’, y eso queríamos evitarlo.
P. De Muynck se mete en la piel de Molly pero ella, a su vez, estampa rasgos propios al personaje. ¿Cómo es este proceso de mimetización recíproca?
R. La verdad es que lo que quería hacer era un retrato de Viviane, una actriz que encarna la historia del teatro. Y mostrar además a los jóvenes que en este oficio no existe eso que llaman conflicto generacional. Hacer este texto a sus 75 años le plantea los mismos problemas que si fuera una actriz de 21.
Lauwers y Viviane De Muynck son cómplices desde hace más de tres décadas. Cuesta entender la obra del primero sin la carismática presencia de la segunda en escena. En los últimos dos años, hemos tenido la fortuna de ver por aquí dos ejemplos extraordinarios de lo que da de sí este tándem irrompible. Por un lado, la reposición de Isabella’s Room, un chute de optimismo vital (la gente sale silbando su melodía al término de la función) a pesar de que transita por las peores tragedias colectivas del siglo XX. En una de ellas, la de la I Guerra Mundial, se centraba Guerra y trementina, su última carta de presentación en nuestro país. Arte e historia conectados por un sentido de la representación escénica palpitante y con De Muynck como intérprete-narradora y suma sacerdotisa del rito teatral. “Es una actriz que combina de la manera más elevada posible el dominio de su oficio en un sentido clásico y el conocimiento de la performance contemporánea”, ensalza Lauwers. En Molly Bloom ambos figuran como creadores y adaptadores, tanto monta, monta tanto. En su proceso creativo codo con codo se dejan llevar mucho por las intuiciones. “No somos ninguno de hablar y analizar demasiado. No nos gusta perder el tiempo. E intentamos evitar la rutina. Aunque ella lleva actuando 50 años y yo dirigiendo 40, todavía no damos nada por sabido o por hecho”, explica el regista belga.
“‘Nuestra’ Molly es un acontecimiento autónomo. El libro no es necesario para entenderla”
P. Es de suponer, sin embargo, que tuvieron en cuenta que muchas de las personas que irán a ver la obra no habrán leído el Ulises. ¿No temen que al mostrarles sólo su último capítulo les falte información para asomarse a Molly con conocimiento de causa?
R. ‘Nuestra’ Molly, una vez en el escenario, es un ‘acontecimiento’ autónomo. Viviane le aporta un nuevo trasfondo. La novela y su capítulo ya no están presentes en el presente de la función. El libro ya no es necesario para para comprender todas las capas ocultas de su psique. Molly adquiere otra realidad.
P. En cualquier caso, ¿cómo describiría la importancia de este capítulo en la novela? ¿Hasta qué punto completa sus sentidos y significados?
R. El último capítulo puede ser también el primero, y el comienzo del último capítulo es el final del último capítulo y, al mismo tiempo, el inicio del primer capítulo. ¿Me sigue todavía? Esta montaña rusa es un círculo interminable y un viaje lleno de sobresaltos. Viviane interpreta el papel de Molly desde las regiones más graves de su voz. No puede esconderse detrás de su oficio. Ella es Molly. Su objetivo es que su Molly parezca la única posible. Esa es la ilusión del teatro.
P. ¿Le gustaría que la gente que vaya a verla, cuando salga, se adentre en la novela?
R. ¡Sería maravilloso! Les recomiendo que la lean en voz alta. Es un viaje alucinógeno.
Alucinógena y alucinante es la potencia creativa de Flandes, una de las factorías de innovación escénica más potente de Europa. ¿Qué hay detrás de ese éxito? Lauwers tiene su teoría: “El mal tiempo nos fuerza a trabajar duro y a buen recaudo en el limbo de una sala de teatro”, dice medio en broma, medio en serio. Ya sin guasa ninguna, añade que a su generación le ha ayudado su alergia al nacionalismo. “En el pasado nunca decíamos que éramos flamencos. Hoy suena como si fuera nuestra primera identidad. Pero no lo es necesariamente, porque empobrecería nuestras vidas”. La última razón que aduce tiene su miga: “No necesitamos en su día romper las viejas convenciones del teatro: creamos otras nuevas y, al hacerlo, nos dimos cuenta de que eran las mismas de siempre”.
P. ¿No cree que esas convenciones, ahora sí, pueden alterarse por la pandemia y toda la experimentación que está generando?
R. Es paradójico: el teatro nunca cambiará porque siempre está cambiando. Su alma es mutante. Ahora estoy trabajando en las tragedias de Shakespeare, para el Teatro Nacional de Cataluña y el Grec. Echemos un ojo a su época: en 1590, la confluencia de una pandemia con un cambio climático radical llevó a Londres a cerrar sus teatros durante años. El bueno de Shakespeare se hizo poeta por un tiempo. Cuando volvieron a abrir, escribió Julio César. Et basta. El arte es el único virus positivo. Y aunque algunas fuerzas reaccionarias intentaron destruirlo, contra él nunca habrá un antídoto eficaz.