Parece atinada (justificada cuando menos) la elección de Ignacio García (Madrid, 1977) como nuevo director del Festival de Teatro Clásico de Almagro. Ha estado presente en 14 de sus últimas 20 ediciones. Y ha defendido nuestro patrimonio clásico incansablemente fuera de España. Su empeño específico para los próximos años es, precisamente, que el festival tenga una mayor repercusión exterior. Ya está manos a la obra, aunque todavía sigue embarcado en proyectos previos a su nombramiento, como 24 horas en la vida de una mujer, adaptación musical de la nouvelle de Stefan Zweig, que veremos a partir del próximo miércoles, 13, en el Teatro de la Abadía, con Silvia Marsó como protagonista.
Pregunta.- ¿Puede decirse que esta versión de 24 horas es una ópera?
Respuesta.- Es difícilmente clasificable, la verdad. El compositor ofrece una paleta ecléctica de la música de todo el siglo XX. Suenan ecos de Shostakovich, Britten, Weil, Mahler... Tiene algo de melólogo contemporáneo y de ópera de cámara para trío instrumental y vocal. El libreto, eso sí, es muy respetuoso con Zweig.
P.- ¿Qué intervención se hace sobre el texto?
R.- 24 horas se cuenta desde la perspectiva de la viuda. En esta dramaturgia los puntos de vista se amplían al joven desesperado y a un narrador. La novedad es la construcción de los diálogos y la introducción de esta última figura, que opera como una especie de maestro de ceremonias. Interpreta a varios personajes: recepcionista de hotel, jefe de estación... Y da sus opiniones morales sobre lo que está aconteciendo en escena. Hace de puente entre el espectador y el espectáculo.
P.- Es curioso: hace poco estuvo en el Canal la versión de Juan Carlos Rubio de 24 horas en la vida de una mujer sensible, de Constance de Salm, que inspiró a Zweig. ¿Fue a verla?
R.- Sí, fue un gran trabajo. Pero son obras muy diferentes. Zweig no se conforma con la peripecia íntima. Va más allá: traza una metáfora que denuncia una sociedad que obliga a sus ciudadanos a agazaparse en rincones oscuros: obsesiones, adicciones...
P.- También ha estado hace nada en el Kamikaze La voz humana de Cocteau, otra ‘secuela' de la obra de De Salm. ¿Ve alguna conexión con Zweig?
R.- Los tres textos retratan la opresión de la libertad emocional de tres mujeres y cómo eso desencadena la neurosis.
P.- Freud, que era buen amigo de Zweig, calificó 24 horas como una obra maestra. ¿Hasta qué punto su mano está detrás del diseño de los personajes?
R.- Toda esa generación vienesa estuvo muy marcada por la investigación del inconsciente, el individual y el colectivo, y las conexiones entre ambos. Es algo que también es muy evidente en el teatro de Schnitzler. Zweig era un tipo muy lúcido, con una gran habilidad para saltar y entrelazar ambos planos.
P.- Zweig murió atormentado por la imposibilidad de ver Europa unida y en paz. ¿Qué pensaría de la Europa de hoy, amenazada por los mismos fantasmas que le arruinaron la vida?
R.- Sufriría con la deriva actual. Sobre todo si supiera que el sueño estuvo cerca de consumarse y que los Estados, después de la Guerra Mundial, hicieron prevalecer los valores comunes sobre las identidades específicas. Hoy estamos de nuevo en tiempos terriblemente insolidarios, de grandes injusticias sociales y de eclosión de los nacionalismos, alimentados muchas veces por intereses espurios. Vuelve todo aquello que condujo al mundo al abismo y de lo que Zweig fue testigo directo.
P.- 24 horas también reflexiona sobre los caminos imprevistos ante los que nos coloca la vida. ¿El nombramiento como director de Almagro fue una sorpresa para usted?
R.- Sí pero no. Fue una grata sorpresa pero Almagro es un lugar que conozco muy bien, donde he trabajado mucho. Además, desde que salí del Español he estado trabajando mucho en el extranjero, montando y defendiendo fuera nuestro Siglo de Oro y zarzuela.
P.- Dice Natalia Menéndez que cambiar el carácter cercano, ‘hogareño', del festival sería un error. ¿Cómo encaja advertencias así?
R.- No lo veo como una advertencia. Estoy trabajando con ella codo con codo. Está siendo generosísima. Y yo desde el principio he dicho que lo entrega en una magnífica situación, con las cuentas saneadas y un gran prestigio artístico.
P.- Usted habla mucho de internacionalizarlo. ¿A qué se refiere exactamente?
R.- No me refiero a traer más compañías de fuera y darles preferencia sobre las de casa, sino a visibilizar lo que ya se está haciendo. Tenemos que preguntarnos por qué en el mundo se representa mucho menos La vida es sueño que Hamlet, cuando no es una obra peor. Es, de hecho, igual de buena o mejor. También se conoce menos lo que se hace en Almagro que lo que se hace en Salzburgo, en Strattford, en Aviñón... Debemos esforzarnos para dejar claro que en ningún lugar del mundo se va a ver a Lope, Calderón, Tirso, Cervantes, con la multiplicidad de visiones que ofrecerá Almagro.
P.- ¿Cuáles son sus primeras ideas para conseguirlo?
R.- De entrada, va a haber un puente directo con América Latina. Almagro ha de ser la capital mundial del teatro clásico en español, lo que significa incluir a Colombia, México, Uruguay, Argentina... Es primordial. Yo he trabajado mucho en esos países y soy muy consciente del enriquecimiento mutuo. Ganamos todos. Todavía no vamos a producir, porque no tenemos presupuesto, pero sí queremos que Almagro sea un centro de referencia para todas las compañías del mundo que cultiven nuestro legado barroco. La idea es prestar asesoría artística, como hace Salzburgo con Mozart o la Royal Shakespeare Company con el bardo.
P.- Aquí todavía nos cuesta valorar ese patrimonio, ¿no?
R.- Sí, parece mentira pero la leyenda negra sigue funcionando. El franquismo hizo también mucho daño, creó muchos complejos. Es hora de sacudírnoslos de una vez. No se trata de hacer patrioterismo con el Siglo de Oro pero, para defenderlo con garantías, primero tenemos que creérnoslo aquí. Fuera hay mucho interés, doy fe.
P.- ¿Qué quiere que digan los clásicos de Almagro al mundo de hoy?
R.- Justicia, compasión, nobleza, templanza, prudencia... Son valores que están muy presentes en estas obras. Y todavía no hemos inventado otros mejores.