Escéptico y creyente
Cuarto Centenario de Calderón de la Barca
2 enero, 2000 01:00Calderón de la Barca. Ilustración de Grau Santos
El mundo, el hombre y sus certezas, todo cabe en el teatro de Calderón. A los cuatrocientos años de su nacimiento, EL CULTURAL rinde homenaje al dramaturgo más controvertido, admirado e influyente de nuestro teatro áulico. Lo hace de la mano de Cristóbal Cuevas, Antonio Regalado, José María Díez Borque, Ricardo Senabre, Evangelina Rodríguez, Ignacio Arellano, Ernesto Caballero, Francisco Nieva, Luciano García Lorenzo, Javier Portús y Andrés Ruiz Tarazona.
Al otro lado de los Pirineos, el gerifalte de la sana razón, Voltaire, traductor de En la vida todo es verdad y todo mentira escribió que esta tragedia de Calderón que calificó de "democracia bárbara" probaba que los españoles merecían la Inquisición. El genio de Hegel no escapó a la moralina y así el gran filósofo cuenta convencido cómo la puesta en escena que vio en Berlín, hacia 1829 de A secreto agravio secreta venganza resultó inaceptable por su rigurosa representación del honor. Mientras los autos sacramentales se prohibían por Cédula Real de 1765, El Alcalde de Zalamea era adaptada varias veces por el actor Collot d’Herbois en vísperas de la Revolución de 1789. La ejecución del capitán por orden de Pedro Crespo no dejaría de hacer mella en este prosélito de Calderón, que llegó a ser uno de los doce del Comité de Salud Pública, adepto a formas de ejecución más racionales y rápidas que el garrote vil.
Otro entusiasta de Calderón fue Richard Wagner. Mientras trabajaba en su ópera Parzival, sólo dejaba tiempo para la lectura de Calderón al que llegó a colocar en una cumbre solitaria. Sin embargo, el compositor tanto como Schopenhauer, también entusiasta del poeta castellano, tropezaron con un arte que no dejaba resquicios a ese sentimiento vago e indeterminado identificado con la naturaleza por los románticos, de ahí que el compositor fascinado y repelido por la tragedia de El médico de su honra expresara su asombro con las palabras "extraña, extrañísima". Menéndez Pelayo, cuyo Calderón y su teatro (1884) tuvo cola, denunció que los dramas de honor y de venganza estaban "no sólo por bajo de la moral cristiana sino muchas veces contra ella". Sin embargo a principios del XIX August y Friedrich Schlegel habían consagrado a Calderón como el gran poeta y dramaturgo del catolicismo. A la vez desde una perspectiva protestante Calderón surge como un alma dogmática, agente de los jesuitas y del Vaticano, lo que no impidió que se le considerara como un autor desenfadado que representó sin menoscabo la pasión del amor; más bien agente de negocios de Cupido que del Papa.
El Catolicismo del dramaturgo ha molestado a gentes de toda laya, y en fechas recientes a algunos ex seminaristas, reciclados de un marxismo ya trasnochado a la nueva esperanza socialdemócrata. Las admiraciones provocadas entre los grandes han sido excepcionales, y todavía tenemos mucho que aprender de las pocas páginas que escribieron sobre el dramaturgo Friedrich Schelling, los hermanos Schlegel, Walter Benjamin, E. R. Curtius, Ludwig Tieck, Samuel Beckett, Albert Camus y Goethe. Este último, que puso en escena a comienzos del siglo XIX varias obras de Calderón en Weimar, dijo del Príncipe constante que si toda la poesía del mundo desapareciera se podría restaurar con esta pieza. Goethe, gran admirador de Shakespeare como poeta, pero cuya dramaturgia le parecía deficiente, valoró en Calderón un gran talento práctico, de ahí que dijese que le hubiese venido bien al autor de Hamlet pasar una temporada en la corte de Felipe IV. Aun sus más implacables críticos no le han regateado la fama de ser el más consumado dramaturgo de todos los tiempos. Sin embargo, casi nadie ha relacionado esa portentosa técnica con un pensamiento. Ha llegado el momento de que gentes de otros gremios aparte del literario nos regalen con espléndidos estudios sobre el dramaturgo, y que aparezcan directores dispuestos a descubrir los tesoros del arte y del pensamiento de su gran obra.
Los años del franquismo y los de la transición no han sido favorables a Calderón; con alguna que otra excepción, el paisaje que se desvela es bastante gris. Durante la dictadura, la derecha se inventó un barroco que la izquierda se creyó, peloteándose ambas el mismo lugar común. De lo mucho que nos puede decir Calderón, aludiremos sólo fugazmente a una cuestión que sigue candente en la actualidad y que ha venido acaparando la atención de los medios de comunicación, del público y de los juzgados. Calderón fue testigo y cronista de los entresijos de la moderna razón de estado en el primer siglo de la Modernidad. Recordemos aquellos versos de En la vida todo es verdad y todo mentira: "¡Oh razón de estado necia! ¿qué no harás, di, si hacer sabes del delito conveniencia?", y aquellos otros de Argenis y Poliarco: "Mas la inquietud importó de todo un reino, que no/ una vida; y el poder/ tal vez siendo interesado / el bien de su reino entero, /con capa de justiciero /mata por razón de Estado". Y no es mera coincidencia que fuese el mismo escritor el que puso en boca de la reina Cristerna de Suevia, protagonista de la comedia Afectos de odio y amor, las palabras con que justifica las leyes que decreta para dar los mismos derechos a las mujeres de que disfrutan los hombres: "Pues lidien y estudien que/ ser valientes y ser sabias/ es acción del alma, y no es/ hombre ni mujer el alma."