Héroes clásicos para tiempos líquidos
Félix Gómez encarna a Alejandro Magno. Foto: Sergio Enrique-Nistal
Mérida descabalga del pedestal a Alejandro Magno y a Aquiles y los enfrenta a dilemas candentes de nuestro mundo: ambos guerreros dudan del sentido de la violencia como herramienta de dominación. También recupera la ejemplaridad ética de Marco Aurelio. Con sus lecciones arrancamos el recorrido por los festivales de Almagro, Alcalá, Cáceres, Olite, Olmedo...
Lo encontramos en las campañas contra los pueblos Indios, cuando su avance triunfal hacia Oriente está a punto de topar con el Índico. Atrás ha dejado Persia, donde derrotó al omnipotente Darío, cumpliendo el sueño truncado de su padre Filipo. En este punto, Alejandro ya no es el joven determinado que no escatimaba una matanza si esta le franqueaba el paso hacia sus objetivos. "Asistimos al tránsito del héroe antiguo, cuyo blasón es el honor y la gloria, al héroe moderno, que duda de sí mismo", apunta Luque a El Cultural.
Un dilema le carcome: la ambición le apremia a continuar el combate, a someter más territorios bajo su soberanía, pero, al mismo tiempo, las víctimas ahora sí le escuecen en la conciencia. De esa contradicción interna su madre Olimpia es quizá la principal responsable. Su aparición en escena, encarnada por Amparo Pamplona, es una de las licencias que se han tomado Luque y Galán, porque en el texto de Racine no concurre. Desde que era un niño le inoculó el ansia por el poder y la fijación por consumar las megalomanías de su padre. Pero esta Olimpia no se corresponde con esa figura perversa y sibilina que circula en muchas leyendas. Aquí es una mujer que también educa a su hijo en la piedad hacia el prójimo, con lo que crea en él una bipolaridad que consigue resolver mediante la técnica de la negociación (conquistar sin masacrar)."Es una muestra más de que Alejandro evoluciona hacia la política moderna. En su época chocó mucho que permitiera a los pueblos sometidos que conservaran sus tradiciones y siguieran rezando a sus propios dioses", explica el director madrileño.
Ambivalencia erótica
También el amor juega un papel redentor. Alejandro se enamora de Cleófila, princesa de uno de los territorios indios que tiene entre ceja y ceja. Ese encuentro potencia su empatía y acredita, a juicio de los versionadores, su ambivalencia erótica, ya que en otro pasaje de la trama le vemos discutiendo con Efestión, su general más fiel, con la complicidad, la familiaridad y la crudeza con que lo hacen las parejas asentadas. "Fue un bisexual, es algo que se da por hecho en la puesta en escena, y ya está, no se remarca. Era capaz de amar a hombres y mujeres y esa capacidad le inducía a actuar magnánimamente, como quedó patente en el trato que dio a la familia de Darío y a Poros, el rey indio que rechazó pactar con él".El montaje de Luis Luque apuesta por la profundización psicológica, más que por la acción efectista a estilo Juego de tronos. Una pretensión que no parece concordar con la inmensidad espacial del Teatro Romano. Es algo que no le preocupa a Luque, que tiene sus propios recursos para captar la atención del público."No va a faltar energía -advierte-. De hecho, cuento con un reparto de treintañeros (Félix Gómez, Unax Ugalde, Armando del Río, Marina San José…) que he de domar como a búfalos en cada ensayo. Esa energía va a aflorar en Mérida. Lo que pide ese escenario es recorrido. La intimidad se puede crear con los personajes cerca o lejos. Lo esencial en el teatro es bucear en las almas de los personajes y a partir de ese trabajo ampliar el campo expresivo. Detrás de cada interpretación debe haber un fuego interior y pasiones profundas. Luego, si el actor estira más o menos el brazo, me importa poco".
Además, la escenografía se prolonga desde el proscenio hacia las gradas a través de una tarima, en cuyo centro hay dibujado un gran mandala (representación hinduista del cosmos) que acoge el sol de Vergina (antiguo símbolo de la dinastía de Filipo). Mediante ese icono mestizo se enuncia el sincretismo cultural al que era tan dado Alejandro Magno (tras doblegar a Darío empezó a vestir a la manera persa). Las aguas del río Hidaspes, en cuya orilla han levantado su campamento los macedonios, también fluirán sobre las tablas. Su rumor no consigue adormecer a su líder la noche previa al enfrentamiento con Poros. Demasiado ruido en sus pensamientos: sabe que mañana será testigo de una nueva escabechina. Sólo le calma la lectura de la Ilíada, un libro que su madre le dio a leer en su infancia y donde ve reflejada su atribulada soledad en Aquiles. "Le acompañó en todas sus campañas y dicen que incluso dormía con él. Leerlo le infundía valor y le recordaba de dónde venía, porque su madre descendía del linaje de Aquiles".
El guerrero mirmidón no sólo comparecerá en Mérida evocado por Alejandro. También se personará físicamente, gracias a Toni Cantó, que le dará vida en Aquiles, el hombre. El texto de Roberto Rivera, destilado a partir de la narración homérica, lo levantará José Pascual a partir del 27 de julio. El título indica claramente la intención de su propuesta, idéntica la de Luque/Galán: traspasar el aura divina del personaje y resaltar sus debilidades humanas. Como Alejandro, este Aquiles duda del sentido de la guerra. Tiene en vilo a los aqueos, que llevan años percutiendo en balde las murallas de Troya. Necesitan que entre en liza para vengar definitivamente el rapto Helena pero él se pregunta si merece la pena cumplir con su destino. "Veremos a un Aquiles que resiste frente a una guerra absurda que parece que no va a terminar jamás. El texto de Rivera muestra el progresivo desarrollo de una conciencia antiheroica, precisamente en él héroe principal de los muchos héroes griegos que participaron en el asedio de Troya", explica Pacual."Alejandro evolucionó hacia la política moderna." Luis Luque
Sólo la muerte de su íntimo (¿tan íntimo como lo era Efestión para Alejandro?) amigo Patroclo a manos de Héctor le empuja finalmente a batallar. Deja así una lección que prolonga su vigencia a través de los siglos: "La necesidad de rebelarse ante el ciclo interminable de violencia que engendra más violencia, la negación y el rechazo de la guerra como corolario natural e inevitable de los conflictos humanos". Aquiles se erige en baluarte moral, un ejemplo para tiempos inciertos como los actuales. Una época en la que también conviene reparar en Marco Aurelio, héroe de corte filosófico que cerrará el festival entre los días 24 y 28 de agosto.
Habrán transcurrido casi dos meses desde su inauguración con La décima musa, espectáculo musical protagonizado por Paloma San Basilio (del 6 al 10 de julio). En ese tiempo, también veremos Los hilos de vulcano, de Marta Torres (del 20 al 24 de julio); La guerra de las mujeres, de Miguel Narros (del 4 al 7 y del 9 al 14 de agosto); y Los Pelópidas, de Jorge Llopis (17 al 21 agosto). Un ramillete de montajes que nos harán reflexionar y encararnos con nosotros mismos, la finalidad última con la que los griegos concibieron el teatro.
@albertoojeda77